Blagoviéshensk, 27 de junio de 1890.
¡Saludos, mi preciado! El Amúr es un río muy bueno; yo recibí de éste más de lo que podía esperar, y hace tiempo ya que quería compartir con usted mi éxtasis, pero el barco canalla tembló todos los siete días y me molestó al escribir. Además de eso, describir tales bellezas como las orillas del Amúr, yo no sé en absoluto; me apoco ante éstas y me confieso un mendigo. Bueno, ¿cómo las describes? Imagine el paso Surámskii, que lo obligaron a ser orilla de un río, -ahí tiene el Amúr. Rocas, peñas, bosques, miles de patos, garzas y toda clase de canales narigudos, y desierto continuo. A la izquierda la orilla rusa, a la derecha la china. Quiero –miro a Rusia, quiero –a China. La China es tan desierta y salvaje como Rusia: aldeas e isbitas de guardia se encuentran rara vez. En la cabeza todo se me confundió y convirtió en polvo; ¡y no es extraño, su excelencia! Navegué por el Amúr más de mil vérstas y vi millones de paisajes, y pues antes del Amúr fueron el Baikál, el Zabaikál... En verdad, vi tantas riquezas y obtuve tantos placeres, que incluso morir ahora no me da miedo. La gente del Amúr es original, la vida interesante, no parecida a la nuestra. Sólo que las conversaciones son sobre oro. Oro, oro y nada más. Yo tengo un estado de ánimo estúpido, no quisiera escribir, y escribo poco, a lo cerdo; hoy le envié cuatro hojas sobre el Eniséi y la taiga, después le enviaré sobre el Baikál, el Zabaikál y el Amúr. No arroje usted esas hojas, yo las recogeré y por éstas, como por notas, voy a contarle eso que no sé trasmitir en el papel. Ahora me mudé al barco Muravióv que, dicen, no tiembla; acaso voy a escribir.
Del Amúr estoy enamorado; viviría gustoso en éste dos años. Es bonito, espacioso, libre y cálido. Suiza y Francia nunca conocieron tal libertad. El último exiliado respira en el Amúr más fácil, que el mismo primer general en Rusia. Si viviera usted un poco aquí, pues escribiría muchas cosas buenas y cautivaría al público, pero yo no sé.
Los chinos empiezan a encontrarse desde Irkútsk, y aquí hay más que moscas. Es un pueblo bondadosísimo. (...)
Desde Blagoviéshensk empiezan los japoneses o, más bien, las japonesas. Son trigueñas pequeñas, con un gran peinado complejo, de bellos torsos y, como me pareció, de caderas estrechas. Se visten bonito. En su lengua predomina el sonido “ts”. Cuando, por curiosidad, usas a una japonesa, pues empiezas a entender a Skalkóvskii, quien dicen se tomó una fotografía con cierta puta1 japonesa. La habitación de la japonesa es limpiecita, asiática-sentimental, llena de cositas menudas, ni jofainas, ni cauchitos, ni retratos de generales. La cama ancha, con una almohada pequeña. (…) La timidez la japonesa la entiende a su forma. La luz no la apaga, y a la pregunta cómo se llama en japonés esto o lo otro, ella responde directamente, y además, al entender mal la lengua rusa, señala con los dedos e incluso toma con la mano, y además no hace melindres y no se afecta, como las rusas. Y en todo ese tiempo se ríe y dice el sonido ‘tz’. En el asunto muestra una maestría asombrosa, de modo que a usted le parece no que usa, sino participa en una monta a caballo de escuela superior. Al terminar, la japonesa se saca de la manga con la mano una hojita de papel de algodón, lo toma a usted por un “chico” (¿recuerda a María Kriestóvskaya?) y, de modo inesperado, realiza un secado, además el papel le da cosquillas en el estómago. Y todo eso con coquetería, riéndose, cantando y con la ‘ts’”.
Cuando llamé a un chino al buffet, para convidarlo a un vodka, pues él, antes de beber, me extendió la copita a mí, al camarero, a los lacayos y dijo: ¡pica! Son las ceremonias chinas. Bebió él no de una vez, como nosotros, sino a sorbitos, picando tras cada sorbo, y después, para agradecerme, me dio varias monedas chinas. Es un pueblo terriblemente amable. Se visten pobremente, pero bonito, comen con gusto, con ceremonias.
Los chinos nos tomarán el Amúr –eso es indudable. Ellos mismos no lo tomarán, pero se lo darán a ellos otros, por ejemplo los ingleses, que gobiernan en China y construyen fortalezas. Por el Amúr vive un pueblo muy risueño; todos se ríen de que Rusia se preocupa por Bulgaria, que no vale un grosh de bronce, y olvidó por completo el Amúr. Es imprevisor y no inteligente. Por lo demás, sobre política después, al encuentro.
Me telegrafía que regrese a través de América. Yo mismo pensé en eso. Pero me asustan con que saldrá costoso. El giro de dinero se puede disponer no sólo a New York, sino y a Vladivostók, a través de Irkútsk, al Banco siberiano, donde me recibieron con terrible amabilidad. El dinero aún no se me acabó, aunque gasto sin conciencia. Con la carretela tuve más de 160 rublos de pérdida, y mis compañeros de viaje, los tenientes, me cobraron más de cien rublos. Pero apenas, a pesar de todo, necesite un giro. Si hay necesidad, recurriré a usted a su tiempo.
Yo estoy saludable por completo. Juzgue usted mismo, pues ya hace más de dos meses que estoy día y noche a cielo abierto. ¡Y cuánta gimnasia!
Me apresuro a escribirle ésta, ya que dentro de una hora se va el Ermák de regreso con el correo. Esta carta le llegará en agosto.
A Anna Ivánovna le beso la mano y rezo a los cielos por su salud y bienestar. ¿Estuvo acaso en su casa Iván Pávlovich Kazánskii, el joven estudiante que provoca tedio con sus pantalones planchados?
Por el camino practico. En la aldea Réinov, en el Amúr, donde viven sólo propietarios de minas de oro, cierto marido me invitó a ver a su esposa en estado. Cuando yo salía de su casa, me puso en la mano un fajito de asignados; me dio vergüenza y empecé a rehusar, asegurando que soy un hombre muy rico y no necesito. El esposo de la paciente empezó a asegurar que él también es un hombre muy rico. Terminó en que le puse el fajito de vuelta y a mí, de todas formas, me quedaron 15 rublos en la mano. Ayer curé a un muchacho y rehusé a los 6 rublos que la mámienka me puso en la mano. Lamento que rehusé.
Qué esté saludable y dichoso. Disculpe, que escribo tan infame y sin detalle. ¿Me escribió usted acaso a Sajalín?
Me baño en el Amur. Bañarse en el Amur, platicar y almorzar con los contrabandistas de oro -¿acaso no es interesante?
Corro al Ermák. ¡Hasta pronto!
Gracias por la noticia de la familia.
Del Amúr estoy enamorado; viviría gustoso en éste dos años. Es bonito, espacioso, libre y cálido. Suiza y Francia nunca conocieron tal libertad. El último exiliado respira en el Amúr más fácil, que el mismo primer general en Rusia. Si viviera usted un poco aquí, pues escribiría muchas cosas buenas y cautivaría al público, pero yo no sé.
Los chinos empiezan a encontrarse desde Irkútsk, y aquí hay más que moscas. Es un pueblo bondadosísimo. (...)
Desde Blagoviéshensk empiezan los japoneses o, más bien, las japonesas. Son trigueñas pequeñas, con un gran peinado complejo, de bellos torsos y, como me pareció, de caderas estrechas. Se visten bonito. En su lengua predomina el sonido “ts”. Cuando, por curiosidad, usas a una japonesa, pues empiezas a entender a Skalkóvskii, quien dicen se tomó una fotografía con cierta puta1 japonesa. La habitación de la japonesa es limpiecita, asiática-sentimental, llena de cositas menudas, ni jofainas, ni cauchitos, ni retratos de generales. La cama ancha, con una almohada pequeña. (…) La timidez la japonesa la entiende a su forma. La luz no la apaga, y a la pregunta cómo se llama en japonés esto o lo otro, ella responde directamente, y además, al entender mal la lengua rusa, señala con los dedos e incluso toma con la mano, y además no hace melindres y no se afecta, como las rusas. Y en todo ese tiempo se ríe y dice el sonido ‘tz’. En el asunto muestra una maestría asombrosa, de modo que a usted le parece no que usa, sino participa en una monta a caballo de escuela superior. Al terminar, la japonesa se saca de la manga con la mano una hojita de papel de algodón, lo toma a usted por un “chico” (¿recuerda a María Kriestóvskaya?) y, de modo inesperado, realiza un secado, además el papel le da cosquillas en el estómago. Y todo eso con coquetería, riéndose, cantando y con la ‘ts’”.
Cuando llamé a un chino al buffet, para convidarlo a un vodka, pues él, antes de beber, me extendió la copita a mí, al camarero, a los lacayos y dijo: ¡pica! Son las ceremonias chinas. Bebió él no de una vez, como nosotros, sino a sorbitos, picando tras cada sorbo, y después, para agradecerme, me dio varias monedas chinas. Es un pueblo terriblemente amable. Se visten pobremente, pero bonito, comen con gusto, con ceremonias.
Los chinos nos tomarán el Amúr –eso es indudable. Ellos mismos no lo tomarán, pero se lo darán a ellos otros, por ejemplo los ingleses, que gobiernan en China y construyen fortalezas. Por el Amúr vive un pueblo muy risueño; todos se ríen de que Rusia se preocupa por Bulgaria, que no vale un grosh de bronce, y olvidó por completo el Amúr. Es imprevisor y no inteligente. Por lo demás, sobre política después, al encuentro.
Me telegrafía que regrese a través de América. Yo mismo pensé en eso. Pero me asustan con que saldrá costoso. El giro de dinero se puede disponer no sólo a New York, sino y a Vladivostók, a través de Irkútsk, al Banco siberiano, donde me recibieron con terrible amabilidad. El dinero aún no se me acabó, aunque gasto sin conciencia. Con la carretela tuve más de 160 rublos de pérdida, y mis compañeros de viaje, los tenientes, me cobraron más de cien rublos. Pero apenas, a pesar de todo, necesite un giro. Si hay necesidad, recurriré a usted a su tiempo.
Yo estoy saludable por completo. Juzgue usted mismo, pues ya hace más de dos meses que estoy día y noche a cielo abierto. ¡Y cuánta gimnasia!
Me apresuro a escribirle ésta, ya que dentro de una hora se va el Ermák de regreso con el correo. Esta carta le llegará en agosto.
A Anna Ivánovna le beso la mano y rezo a los cielos por su salud y bienestar. ¿Estuvo acaso en su casa Iván Pávlovich Kazánskii, el joven estudiante que provoca tedio con sus pantalones planchados?
Por el camino practico. En la aldea Réinov, en el Amúr, donde viven sólo propietarios de minas de oro, cierto marido me invitó a ver a su esposa en estado. Cuando yo salía de su casa, me puso en la mano un fajito de asignados; me dio vergüenza y empecé a rehusar, asegurando que soy un hombre muy rico y no necesito. El esposo de la paciente empezó a asegurar que él también es un hombre muy rico. Terminó en que le puse el fajito de vuelta y a mí, de todas formas, me quedaron 15 rublos en la mano. Ayer curé a un muchacho y rehusé a los 6 rublos que la mámienka me puso en la mano. Lamento que rehusé.
Qué esté saludable y dichoso. Disculpe, que escribo tan infame y sin detalle. ¿Me escribió usted acaso a Sajalín?
Me baño en el Amur. Bañarse en el Amur, platicar y almorzar con los contrabandistas de oro -¿acaso no es interesante?
Corro al Ermák. ¡Hasta pronto!
Gracias por la noticia de la familia.
Suyo, A. Chejov.
1(Ver A.P. Chudakóv, Las malas palabras y el semblante de un clásico, Panorama literario, 1991, Nº 11, pag. 54).
Imagen: Ivan Shishkin, Krestovsky Island Shrouded in Mist, XIX.