sábado, 15 de diciembre de 2007

El brindis de los prosistas1


-La prosa permanece prosa incluso entonces, cuando la cabeza da vueltas y bailan las sensaciones. Por mucho que calienten ustedes el pedernal, no podrán hacer de éste un encaje, ¡de cuál divertido néctar no atiborren a un prosista, no podrán sacar de éste un ligero, divertido impromptu! No es mi culpa si el que me exige un brindis los obliga a fruncir el ceño, y si mi divertido vecino me tira de la manga y me llama al orden. ¡Yo estoy turbado, colegas, y no me es divertido! Si no hubiera la costumbre de reír en los almuerzos de aniversarios, pues yo los invitaría a llorar...
Si el hombre vivió veinte años, es aún tan joven que le prohíben casarse, si la revista pasó por veinte, pues la ponen de ejemplo de longevidad. Eso es uno... En segundo, la revista vivió veinte años y, entre nuestra hermandad almorzante, no hay ni uno que tenga derecho a llamarse veterano de El despertador; no hay, al parecer, ni uno que pueda decir que trabajó en nuestra revista más de diez años. Yo, personalmente, figuro en la plantilla de los prosistas hace cinco-seis años, no más, y entre tanto, tres cuartas partes de ustedes, mis colegas menores, y todos ustedes, me nombran viejo colaborador. ¡Bueno el viejo que no tiene aún unos bigotes decentes, y del que emana a raudales la más verdadera juventud! Las revistas son fugaces, y los que escriben son aún más fugaces... Vivió El despertador sólo veinte años, y ya entró a los viejos, y sobrevivió casi a veinte generaciones de colaboradores. Como las tribus indias, desaparecieron una tras otra esas generaciones.... Nace y, sin florecer, se marchita... Es ridículo: ¡por El despertador tenemos antepasados!
¿Y dónde están ellos? Unos murieron... Cada año, y por algo infaliblemente en otoño, debemos enterrar a alguno de los colegas... Corres no sólo hacia los abogados privados o los notarios, sino y más allá: ¡hacia los conductores, los carteros, los litógrafos! Yo vi a unos terceros que, simplemente, me confesaron que se habían embrutecido... Y todas esas muertes, deserciones, embrutecimientos y restantes metamorfosis se producen en un asombroso corto plazo. ¡En verdad, se puede pensar que el destino toma a la multitud de escritores por una caja de cerillos! No me pondré a explicar esa fugacidad, pero con ella me propongo explicar mucho. Explico con ella tal triste fenómeno, como la ausencia de talentos robustos, formados y definidos. Explico la ausencia de escuelas y tradiciones dirigentes. En ella misma veo la causa de la visión sombría, establecida en unos cuantos, de los destinos de las revistas. Pero lo que más me perturba, es que esa misma fugacidad constituye el síntoma de una vida penosa, insana.
Si este orden, colegas, que se extiende durante veinte años, es natural y tiene como su punto final el bien, pues que permanezca. Pero si éste es un fenómeno enfermizo, y señala sólo nuestra debilidad y el no saber salir de la lucha íntegro, pues que ceda su lugar a otro orden.
¡Por el nuevo orden, por nuestra integridad!

1El número doce de El despertador es dedicado a la celebración de los veinte años de la revista (1865-1885), e incluye diversos artículos donde se describe la velada del aniversario. Después del poema En el día del aniversario (firma El despertador), y del Curriculum vitae o Breve biografía de El despertador (firma “Niks” y “El azotacalles mosc.”, seudónimos de Nikolai Kichéev y Alexánder Kuriépin), sigue la Entusiasta invitación (expedida a Rusia e incluso al extranjero en varios millones de ejemplares), que empieza con las palabras:
“Sras., sres.
En todos los veinte años de su existencia, El despertador, de modo incesante, ha invitado a la persona desviada a ponerse en el camino de la verdad, hoy pues invita a almorzar”.
Después sigue la Explicación (por qué, qué y cómo): “En la asamblea general de El despertador, fue acordado por una mayoría de 660 contra 6 votos escoger, para la celebración del veinte aniversario, el local de nuestra muy estimada revista, Club de las personas imprevisoras donde, como es sabido, figuran miembros ciudadanos de toda Rusia, que escribieron alguna vez algo además de endosos, traducciones del latín, revistas entrantes y salientes, cuentas de despacho y por el estilo. El programa festivo despertó una tormenta de discusiones. Todos, unánimemente, estaban por una cosa: antes que todo –un Almuerzo; pero en este punto surgía el más pernicioso desacuerdo. Antósha Chejonté encontró una brillante salida a la embarazosa situación de la redacción, tras formular el programa con las siguientes breves, pero expresivas palabras: ‘el Almuerzo’, y ahí lo que Dios le ponga en el alma a cada uno”.
“El ‘menú’ del almuerzo fue compuesto ‘tras la discusión multilateral de todas las circunstancias internas (del bolsillo) y externas (en general) de la política”. Éste se componía, por ejemplo, de ‘Sopa windsor de paticas de carnero à la política oriental de Gladstone’, ‘Mayonesa de fauna periodística’. Ahí mismo había “Chateau la Rose à la sueño de la redacción’, ‘Pointer-Canis à la vida de perro del gacetero’, y por el estilo.
Después venía el ‘Antes del almuerzo de aniversario’, donde se describía con detalle la escalera principal, la sala adornada con banderas y escudos con divisas de El despertador, como por ejemplo: ‘Es más útil tener una cacerola de cobre, que una frente de cobre’ o ‘El regocijo del espíritu ante todo.” “A lo largo de las paredes, estaban colocados los bustos de porcelana de bizcocho de todos los célebres partícipes de El despertador…”, y en la entrada descollaban dos estatuas inmensas: ‘La sátira’ –punto de partida de todas las aspiraciones de la revista –y Mefistófeles, su genio-protector. “Junto al pedestal de la estatua de la redacción, la señora editora en persona recibía a sus invitados y no invitados visitantes. Los últimos, a partir de las seis, aparecían en multitudes…”; “uno tras otro, como las estrellas en el crepúsculo de la noche, empezaron a mostrarse los restantes sembradores: A. “Chejonté”, “Sozont”, “Agafopód Yedinítzin”, “Niks”, “El azotacalles”, “Emile Pup”, Liév Miedviédiev y los pintores Chichágov, Lillyn, Chejov, Fiódorov… Tras cada uno de ellos se agolpaba en la sala la multitud de adoradores y admiradores…”
Las siguientes páginas de El despertador están dedicadas a la descripción de El almuerzo.
“Con el consenso general de los sentados a la mesa, fue acordado un breve período de estado beatífico, obtenido junto a la mesita con entremeses, y dedicar un brindis a los diablitos verdes. El brindis lo podía pronunciar cualquier deseoso: hombres, damas e incluso fabricantes de papel, pero con la condición de que cada brindis satisficiera las siguientes exigencias: improvisación, precipitación, florescencia y convicción. Los profesores, lectores de conferencias en los últimos tiempos, con vistas a la preservación del tiempo y el espíritu vigoroso, fueron liberados de los brindis”.
Cuando los camareros repartieron el champagne, Evguénii Rogan pronunció un brindis por los suscriptores y los lectores. El brindis fue interrumpido por las réplicas de los oyentes. “Aplausos atronadores… Después, ‘Antósha Chejonté’ se levantó, para pronunciar El brindis de los prosistas. Después del brindis, ‘de nuevo aplausos atronadores…”

Título original: Tost prozaikov, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1885, Nº 12, sin firma.
Imagen: Toulouse-Lautrec, At the Moulin Rouge, 1895.