domingo, 2 de diciembre de 2007

Cuento para el que es difícil elegir un título


Era un mediodía festivo. Nosotros, en número de veinte personas, estábamos sentados a una gran mesa y disfrutábamos de la vida. Nuestros ojos ebrios se posaban en el excelente caviar, las frescas langostas, el maravilloso salmón y la multitud de botellas, paradas en fila a casi todo lo largo de la mesa. En los estómagos había calor o, expresándome a lo árabe, salían los soles. Comíamos y repetíamos. Manteníamos pláticas liberales... Hablábamos de... ¿Puedo yo, lector, confiar en su discreción? Hablábamos no de la fresa, no de los caballos... ¡no! Resolvíamos cuestiones. Hablábamos del mujík, del suboficial, del rublo... (¡no nos denuncie, hijito!). Uno sacó un papelito del bolsillo y leyó unos versos, en los que se aconsejaba humorísticamente cobrarle al habitante, por la mirada con dos ojos, diez rublos, y por la mirada con uno cinco rublos, y a los ciegos no cobrarles nada. Liubostiazháev (Fiódor Andréich), un hombre habitualmente tranquilo y reverente, por esta vez sucumbió a la corriente general. Él dijo: “¡Su excelencia, Iván Prójorich, es tal jayán... tal jayán!” Después de cada frase exclamábamos: “¡Pereat!” Desviamos del camino de la verdad a los camareros, obligándolos a beber por la fraternité... ¡Los brindis eran espumosos, cáusticos, los más perturbadores! Yo, por ejemplo, pronuncié un brindis por el florecimiento de las cien... -¿puedo confiar en su discreción?.. - ciencias naturales.
Cuando sirvieron el champagne, le rogamos al secretario de gobierno Ottiagáev, nuestro Renan1 y Spinoza2, pronunciar un discurso. Tras hacer melindres un poco, convino y, volviendo la cabeza hacia la puerta, dijo:
-¡Compañeros! ¡Entre nosotros no hay ni mayores, ni menores! Yo, por ejemplo, el secretario de gobierno, no tengo ni la mínima intención, de mostrar mi poder sobre los registradores colegiados aquí sentados; y al mismo tiempo, espero, los titulares y los provinciales aquí sentados, no me ven como algún basura. Permítanme pues... Mmm... No, permitan... ¡Miren alrededor! ¿Qué vemos?
Nosotros miramos alrededor y vimos fisonomías reverentes, sonrientes, serviles.
-Vemos –continuó el orador, volviendo la cabeza hacia la puerta- tormentos, sufrimientos... Alrededor hay hurto, rapiña, ratería, despojo, exacción... Ebriedad circundante... Opresión a cada paso...¡Cuántas lágrimas! ¡Cuántos mártires! Apiadémonos de ellos, llo... lloremos... (El orador empieza a lagrimear). Lloremos y bebamos por...
En ese momento rechinó la puerta. Alguien entró. Nosotros volvimos las cabezas, y vimos a un hombrecito con una gran calva y una sonrisa de mentor en los labios. ¡Ese hombrecito nos era tan conocido! Éste entró y se detuvo, para acabar de escuchar el brindis.
-..¡lloremos y bebamos –continuó el orador, elevando la voz –por la salud de nuestro jefe, protector y benefactor, Iván Prójorich Jalchadáev! ¡Hurraaaa!
-¡Hurraaa! –vociferaron todas las veinte gargantas, y por todas las veinte, en dulce chorro, corrió el champagne...
El viejecito se acercó a la mesa y, con cariño, nos asintió con la cabeza. Él, por lo visto, estaba en éxtasis.

1Ernest Renan, escritor, filólogo e historiador francés, autor de Historia de los orígenes del cristianismo y Vida de Jesús, entre otras obras.
2Baruch Spinoza, filósofo holandés de origen portugués, autor del Tratado teológico-político y la Ética, entre otras obras.

Título original: Rasskaz, kotoromu trudno podobrat nazvanie, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 11, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Edgar Degas, Jeantaud, Linet and Lainé.