Cada sábado, al atardecer, la alumna de gimnasio Sásha Eniákina, una pequeña muchacha escrofulosa con los borceguíes rasgados, va con su mamá al “hospicio de enfermos y ancianos incurables de N-skii”. Allí vive su abuelo carnal Parfiénii Sávvich, teniente de la guardia retirado. En la habitación del abuelo es asfixiante y huele a aceite de oliva. De las paredes cuelgan malas estampas: una bañista recortada del Níva1, unas ninfas que se calientan al sol, un hombre con el cilindro en la nuca, mirando por la rendija a una mujer desnuda, y demás. En los rincones hay telarañas, en la mesa migajas y escamas de pescado... Y el mismo abuelo no es atractivo a la vista. Está viejo, jorobado y aspira rapé sin cuidado. Sus ojos lagrimean, su boca sin dientes está eternamente abierta. Cuando entra Sásha con su madre, el abuelo sonríe, y su sonrisa suele parecerse a una gran arruga.
-¿Bueno, qué? –pregunta el abuelo, acercándose a la manito de Sásha. -¿Qué tal tu padre?
Sásha no responde. La mamá empieza a llorar callada.
-¿Todavía toca los fortepianos por las tabernas? Así, así... Todo eso por desobediencia, por orgullo... Se casó con ésta pues, tu madre, y... salió un imbécil... Sí... Un noble, hijo de un padre hidalgo, y se casó con una “tfú”, con ésta pues... con una actriz, con la hija de Seriózhka... Seriózhka en mi casa era clarinetista y limpiaba la caballeriza... ¡Llora, llora mátushka! Yo digo la verdad... ¡Una descarada eras, una descarada eres!..
Sásha, mirando a su madre, la hija de Seriózhka y actriz, empieza a llorar también. Sobreviene una pausa penosa, espantosa... El viejecito, con una pata de palo, adelanta un pequeño samovar de cobre rojizo. Parfiénii Sávvich vierte en la tetera una pulgarada de cierto té extraño, muy grueso y gris, y lo prepara:
-¡Tomen! –dice, llenando tres tazas grandes. -¡Toma, actriz!
Las visitantes toman las tazas en las manos... El té es infame, suelta verdín, pero no se puede no beber: el abuelo se ofenderá... Después del té, Parfiénii Sávvich se sienta en sus rodillas a la nieta y, mirándola con ternura lacrimosa, la empieza a acariciar...
-Tú, nieta, eres de familia ilustre... No lo olvides... La sangre nuestra no es de ninguna artista... Tú no mires que yo estoy en la miseria, y que tu padre aporrea fortepianos por las tabernas. Tu padre lo hace por salvajismo, por orgullo, y yo por pobreza, pero nosotros somos importantes... ¡Pregúntale al cabrón quién era yo! ¡Te vas a asombrar!
Y el abuelo, acariciando la cabecita de Sásha con la mano huesuda, cuenta:
-Nosotros, en todo el gobierno, teníamos sólo tres hombres grandes: el conde Yegór Grigórich, el gobernador y yo. Éramos los primerísimos y los importantísimos... Rico yo, nieta, no era... Nada más tenía unas cinco mil desiatínas2 de tierrita sarnosa, y unas seiscientas almas mortales3, y ni una pizca más. No tenía relaciones ni con los caudillos, ni con la parentela ilustre. No era ni escritor, ni ningún Rafael, ni filósofo... Un hombre como cualquier otro, en una palabra... Y entre tanto, ¡escucha nieta!, ante nadie bajaba la cabeza; al gobernador lo llamaba Vásia, al ilustrísimo le estrechaba la mano, y del conde Yegór Grigórovich era primerísimo amigo. Y todo porque sabía vivir en la ilustración, con una forma de pensar europea...
Después de un largo preámbulo, el abuelo cuenta de su vida cotidiana pasada... Habla largo tiempo, con afición:
-A las mujeres, comúnmente, las ponía de rodillas sobre guisantes, para que arrugaran la cara –farfulla entre tanto. –La mujer arruga la cara, y al mujík4 le da risa... Los mujíks se ríen, bueno, y tú mismo empiezas a reírte, y te pones contento... Para los letrados tenía otro castigo, más suave. O los obligaba a aprender de memoria el libro de cuenta, o les ordenaba subirse al tejado y leer desde ahí, en voz alta, el Yúrii Miloslávskii5; pero leerlo así, que yo lo oyera en las habitaciones... Si lo espiritual no funcionaba, funcionaba lo corporal...
Tras contar sobre la disciplina, sin la que, en sus palabras, “el hombre se parece a la teoría sin la práctica”, advierte que al escarmiento se debe oponer la recompensa.
-Por acciones muy atrevidas, como por ejemplo, por la atrapada de un ladrón, yo pagaba bien: a los viejos los casaba con jovencitas, a los jóvenes los liberaba del reclutamiento, y demás.
Se contentaba el abuelo en los tiempos de antaño así, como “nadie se contenta ahora”.
-Entre músicos y cantores tenía, a pesar de mi escasez de recursos, unas sesenta personas. La música me la dirigía un judío, y el canto un diácono exclaustrado… El judío era un gran músico… El diablo no toca así como él, el maldito, tocaba. En el contrabajo; pasaba que sacaba, el granuja, unos equívocos, como Rubinshtein o Bethoven, digamos, no sacan en el violín… Había estudiado notas en el extranjero, tocaba todos los instrumentos, y en mover la mano era un maestro. Sólo tenía un defecto: apestaba a pescado podrido, y estropeaba el decorado con su desorden. Durante las fiestas, por esa razón, había que ponerlo detrás del biombo… El exclaustrado tampoco era un imbécil. Y conocía las notas, y sabía dirigir. Su disciplina era a tal punto, que hasta yo me asombraba. Él siempre alcanzaba. El bajo lo cantó con él, una vez, una tiple; la mujer, en la voz gruesa, se igualaba a los bajos… Era un maestro, el bandido... De aspecto era importante, imponente… Sólo que se emborrachaba fuerte, pero es que eso, nieta, para quién cómo… Para quien es perjudicial, y para quien es ventajoso. El cantor debe beber, porque con el vodka la voz se pone más gruesa… Al judío le pagaba al año cien rublos asignados, y al exclaustrado no le pagaba nada… Vivía en mi casa sólo por la manduca, y el salario lo recibía en especie: grano, carne, sal, muchachas, leña y demás. Vivía en mi casa como el gato, aunque yo lo azotaba al aire libre a menudo… Recuerdo que una vez lo extendí a él y a Seriózhka, al padre de ella pues, al padre de tu madre, y…
Sásha de pronto se levanta y se aprieta contra la madre, que está pálida como un lienzo y tiembla ligeramente...
-¡Mamá, vamos a casa!.. ¡Tengo miedo!
-¿Qué te da miedo, nieta?
El abuelo se acerca a la nieta, pero ésta se aparta de él, tiembla y se aprieta más fuerte contra la madre.
-A ella, debe ser, le duele la cabecita –dice la madre con voz de disculpa. –Ya le es hora de dormir... Adiós...
Antes de salir, la madre de Sásha se acerca al abuelo y, sonrojándose, le susurra algo en la oreja.
-¡No te voy a dar! –farfulla el abuelo, frunciendo las cejas y chasqueando con los labios. -¡No te voy a dar ni un kópek! Que el padre le consiga para los borceguíes en sus tabernas, pero yo ni un kópek... ¡Basta de malcriarlos a ustedes! Les haces un bien, y de ustedes, excepto cartas insolentes, no ves nada más. ¿Acaso, sabes, qué carta me envió hace poco tu mujikito?... “Mejor, escribe, voy a andorrear por las tabernas y recoger migajas, que humillarme ante Pliúshkin6...” ¿Ah? ¡Eso al padre carnal pues!
-Pero usted perdónelo –ruega la madre de Sásha. –Él es tan infeliz, tan nervioso...
Largo tiempo ruega ella. Finalmente, el abuelo escupe con cólera, abre el baulito y, tapándolo con todo el tronco, saca de ahí un billete amarillo, muy arrugado... La mujer toma el billete con dos dedos y, como temiendo mancharse, se lo mete rápido en el bolsillo... Al minuto, ella y la hija salen rápido por los oscuros portones del hospicio.
-¡Mamá, no me lleves a ver al abuelo! –tiembla Sásha. –Él me da miedo.
-No se puede Sásha... Hay que venir... Si no vamos a venir, pues no tendremos nada que comer... Tu padre no tiene dónde conseguir. Está enfermo y... toma.
-¿Para qué toma, mamá?
-Es infeliz, por eso toma... Tú mira pues, Sásha, no le digas a él que vinimos a ver al abuelo... Él se va a enojar, y va a toser mucho por eso... Él es orgulloso, y no le gusta que nosotras roguemos... ¿No le vas a decir?
1Níva, revista ilustrada semanal de literatura y ciencia popular, editada en San Petersburgo.
2Desiatína, antigua medida rusa de superficie igual a 1,09 ha.
3Alma, siervo de la gleba en la Rusia zarista.
4Mujík (expresión anticuada), campesino; (vulgarismo), hombre.
5Yúrii Miloslávskii, novela histórica de Mijaíl Zagóskin, de espíritu patriótico.
6Pliúshkin, prototipo del tacaño, personaje célebre de Las almas muertas, novela de Nikolai Gógol.
Título original: V priyutie dlya nieizliechimo bolnij i prestarielij, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 43, con la firma: “A. Chejonté”.
-¿Bueno, qué? –pregunta el abuelo, acercándose a la manito de Sásha. -¿Qué tal tu padre?
Sásha no responde. La mamá empieza a llorar callada.
-¿Todavía toca los fortepianos por las tabernas? Así, así... Todo eso por desobediencia, por orgullo... Se casó con ésta pues, tu madre, y... salió un imbécil... Sí... Un noble, hijo de un padre hidalgo, y se casó con una “tfú”, con ésta pues... con una actriz, con la hija de Seriózhka... Seriózhka en mi casa era clarinetista y limpiaba la caballeriza... ¡Llora, llora mátushka! Yo digo la verdad... ¡Una descarada eras, una descarada eres!..
Sásha, mirando a su madre, la hija de Seriózhka y actriz, empieza a llorar también. Sobreviene una pausa penosa, espantosa... El viejecito, con una pata de palo, adelanta un pequeño samovar de cobre rojizo. Parfiénii Sávvich vierte en la tetera una pulgarada de cierto té extraño, muy grueso y gris, y lo prepara:
-¡Tomen! –dice, llenando tres tazas grandes. -¡Toma, actriz!
Las visitantes toman las tazas en las manos... El té es infame, suelta verdín, pero no se puede no beber: el abuelo se ofenderá... Después del té, Parfiénii Sávvich se sienta en sus rodillas a la nieta y, mirándola con ternura lacrimosa, la empieza a acariciar...
-Tú, nieta, eres de familia ilustre... No lo olvides... La sangre nuestra no es de ninguna artista... Tú no mires que yo estoy en la miseria, y que tu padre aporrea fortepianos por las tabernas. Tu padre lo hace por salvajismo, por orgullo, y yo por pobreza, pero nosotros somos importantes... ¡Pregúntale al cabrón quién era yo! ¡Te vas a asombrar!
Y el abuelo, acariciando la cabecita de Sásha con la mano huesuda, cuenta:
-Nosotros, en todo el gobierno, teníamos sólo tres hombres grandes: el conde Yegór Grigórich, el gobernador y yo. Éramos los primerísimos y los importantísimos... Rico yo, nieta, no era... Nada más tenía unas cinco mil desiatínas2 de tierrita sarnosa, y unas seiscientas almas mortales3, y ni una pizca más. No tenía relaciones ni con los caudillos, ni con la parentela ilustre. No era ni escritor, ni ningún Rafael, ni filósofo... Un hombre como cualquier otro, en una palabra... Y entre tanto, ¡escucha nieta!, ante nadie bajaba la cabeza; al gobernador lo llamaba Vásia, al ilustrísimo le estrechaba la mano, y del conde Yegór Grigórovich era primerísimo amigo. Y todo porque sabía vivir en la ilustración, con una forma de pensar europea...
Después de un largo preámbulo, el abuelo cuenta de su vida cotidiana pasada... Habla largo tiempo, con afición:
-A las mujeres, comúnmente, las ponía de rodillas sobre guisantes, para que arrugaran la cara –farfulla entre tanto. –La mujer arruga la cara, y al mujík4 le da risa... Los mujíks se ríen, bueno, y tú mismo empiezas a reírte, y te pones contento... Para los letrados tenía otro castigo, más suave. O los obligaba a aprender de memoria el libro de cuenta, o les ordenaba subirse al tejado y leer desde ahí, en voz alta, el Yúrii Miloslávskii5; pero leerlo así, que yo lo oyera en las habitaciones... Si lo espiritual no funcionaba, funcionaba lo corporal...
Tras contar sobre la disciplina, sin la que, en sus palabras, “el hombre se parece a la teoría sin la práctica”, advierte que al escarmiento se debe oponer la recompensa.
-Por acciones muy atrevidas, como por ejemplo, por la atrapada de un ladrón, yo pagaba bien: a los viejos los casaba con jovencitas, a los jóvenes los liberaba del reclutamiento, y demás.
Se contentaba el abuelo en los tiempos de antaño así, como “nadie se contenta ahora”.
-Entre músicos y cantores tenía, a pesar de mi escasez de recursos, unas sesenta personas. La música me la dirigía un judío, y el canto un diácono exclaustrado… El judío era un gran músico… El diablo no toca así como él, el maldito, tocaba. En el contrabajo; pasaba que sacaba, el granuja, unos equívocos, como Rubinshtein o Bethoven, digamos, no sacan en el violín… Había estudiado notas en el extranjero, tocaba todos los instrumentos, y en mover la mano era un maestro. Sólo tenía un defecto: apestaba a pescado podrido, y estropeaba el decorado con su desorden. Durante las fiestas, por esa razón, había que ponerlo detrás del biombo… El exclaustrado tampoco era un imbécil. Y conocía las notas, y sabía dirigir. Su disciplina era a tal punto, que hasta yo me asombraba. Él siempre alcanzaba. El bajo lo cantó con él, una vez, una tiple; la mujer, en la voz gruesa, se igualaba a los bajos… Era un maestro, el bandido... De aspecto era importante, imponente… Sólo que se emborrachaba fuerte, pero es que eso, nieta, para quién cómo… Para quien es perjudicial, y para quien es ventajoso. El cantor debe beber, porque con el vodka la voz se pone más gruesa… Al judío le pagaba al año cien rublos asignados, y al exclaustrado no le pagaba nada… Vivía en mi casa sólo por la manduca, y el salario lo recibía en especie: grano, carne, sal, muchachas, leña y demás. Vivía en mi casa como el gato, aunque yo lo azotaba al aire libre a menudo… Recuerdo que una vez lo extendí a él y a Seriózhka, al padre de ella pues, al padre de tu madre, y…
Sásha de pronto se levanta y se aprieta contra la madre, que está pálida como un lienzo y tiembla ligeramente...
-¡Mamá, vamos a casa!.. ¡Tengo miedo!
-¿Qué te da miedo, nieta?
El abuelo se acerca a la nieta, pero ésta se aparta de él, tiembla y se aprieta más fuerte contra la madre.
-A ella, debe ser, le duele la cabecita –dice la madre con voz de disculpa. –Ya le es hora de dormir... Adiós...
Antes de salir, la madre de Sásha se acerca al abuelo y, sonrojándose, le susurra algo en la oreja.
-¡No te voy a dar! –farfulla el abuelo, frunciendo las cejas y chasqueando con los labios. -¡No te voy a dar ni un kópek! Que el padre le consiga para los borceguíes en sus tabernas, pero yo ni un kópek... ¡Basta de malcriarlos a ustedes! Les haces un bien, y de ustedes, excepto cartas insolentes, no ves nada más. ¿Acaso, sabes, qué carta me envió hace poco tu mujikito?... “Mejor, escribe, voy a andorrear por las tabernas y recoger migajas, que humillarme ante Pliúshkin6...” ¿Ah? ¡Eso al padre carnal pues!
-Pero usted perdónelo –ruega la madre de Sásha. –Él es tan infeliz, tan nervioso...
Largo tiempo ruega ella. Finalmente, el abuelo escupe con cólera, abre el baulito y, tapándolo con todo el tronco, saca de ahí un billete amarillo, muy arrugado... La mujer toma el billete con dos dedos y, como temiendo mancharse, se lo mete rápido en el bolsillo... Al minuto, ella y la hija salen rápido por los oscuros portones del hospicio.
-¡Mamá, no me lleves a ver al abuelo! –tiembla Sásha. –Él me da miedo.
-No se puede Sásha... Hay que venir... Si no vamos a venir, pues no tendremos nada que comer... Tu padre no tiene dónde conseguir. Está enfermo y... toma.
-¿Para qué toma, mamá?
-Es infeliz, por eso toma... Tú mira pues, Sásha, no le digas a él que vinimos a ver al abuelo... Él se va a enojar, y va a toser mucho por eso... Él es orgulloso, y no le gusta que nosotras roguemos... ¿No le vas a decir?
1Níva, revista ilustrada semanal de literatura y ciencia popular, editada en San Petersburgo.
2Desiatína, antigua medida rusa de superficie igual a 1,09 ha.
3Alma, siervo de la gleba en la Rusia zarista.
4Mujík (expresión anticuada), campesino; (vulgarismo), hombre.
5Yúrii Miloslávskii, novela histórica de Mijaíl Zagóskin, de espíritu patriótico.
6Pliúshkin, prototipo del tacaño, personaje célebre de Las almas muertas, novela de Nikolai Gógol.
Título original: V priyutie dlya nieizliechimo bolnij i prestarielij, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 43, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Valentin Serov, Portrait of Ivan Zabelin, 1892.