jueves, 6 de diciembre de 2007

Chejov a los Chejov


Ekaterinburgo, 29 de abril de 1890.

¡Amigos míos tungusos! El Káma es un río aburrídisimo. Para concebir sus bellezas hay que ser un pechenego, sentarse inmóvil en la barcaza, junto al barril de petróleo o el saco de pescado, y zamparse el aguardiente continuamente. Las orillas peladas, los árboles pelados, la tierra parda, se extienden las franjas de nieve, y un viento tal, que ni el mismo diablo sabría soplar tan áspera y repulsivamente. Cuando sopla el viento frío y riza el agua, que tiene ahora, tras la inundación, el color de las lavaduras del café, pues se siente frío, aburrimiento y espanto; los sonidos de los acordeones costeños parecen abatidos; las figuras con las zamarras rotas, paradas inmóviles sobre las barcazas al encuentro, parecen heladas por una pena que no tiene fin. Las ciudades del Káma son grises; parece que los habitantes de éstas se dedican a la confección de nubes, aburrimientos, vallas húmedas y fango callejero –la única ocupación. En los muelles se aglomera la intelectualidad, para la que el arribo del barco es –un acontecimiento. Hay muchos Sherbaniénkos y chuguevianos1, con los mismos sombreros, las mismas voces y la misma expresión de “segundo violín” en toda la figura; por lo visto, ni uno de ellos recibe más de 35 rublos y, probablemente, todos se curan de algo.
Ya escribí que conmigo iba la cámara judicial: el presidente, el miembro y el fiscal. El presidente es un viejo alemán saludable, robusto, convertido a la Ortodoxia; devoto, homeópata y, por lo visto, gran mujeriego; el miembro –un anciano al estilo de esos, que representaba el finado Nikolai2: camina jorobado, tose y ama los sujetos lúdicos; el fiscal –un hombre de 43 años, insatisfecho con la vida, liberal, escéptico y gran bonachón. Todo el camino la cámara se dedicó a comer, resolver cuestiones importantes, comer, leer y comer. En el barco hay biblioteca, y vi cómo el fiscal leía mi En el crepúsculo3. Hubo una plática sobre mí. Más que todos gusta en los parajes locales Sibiriák-Mámin4, que describe el Ural. De él hablan más que de Tolstoi.
Navegué hasta Perm 2 ½ años –así me pareció. Atraqué allí a las 2 de la madrugada. El tren salía a las 6 de la tarde. Tuve que esperar. Llovía. En general, la lluvia, el fango, el frío... ¡brrr! El camino uralesco lleva bien. Barómli y Miérchiki5 no hay, aunque hay que atravesar los montes Urales. Eso se explica por la abundancia aquí de hombres de negocio, fábricas, minas y demás, para los que el tiempo cuesta.
Al despertarme ayer por la mañana y echar una mirada por la ventana del vagón, sentí repulsión hacia la naturaleza: la tierra blanca, los árboles cubiertos de escarcha y el tren perseguido por una auténtica ventisca. Bueno, ¿acaso no es perturbador? ¿No son acaso unas hijas de perra?.. Chanclos no tengo, me puse las botas grandes y, mientras llegaba hasta el buffet del café, me perfumé con el alquitrán de toda la región Ural. Y llegué a Ekaterinburgo –ahí la lluvia, la nieve y los granitos de nieve. Me pongo el paletó de piel. Los coches –son algo inimaginable por su pobreza. Sucios, mojados, sin resorte; las patas delanteras de los caballos puestas así ( ), los cascos inmensos, el espinazo flaco... los coches locales –son una parodia grosera de nuestras carretelas. A la carretela se le adapta una capota rota, eso es todo. Y mientras más acertado dibuje al cochero local con su birlocho, más se parecerá éste a una caricatura. Van no por la calzada, sobre la que hay sacudida, sino junto a la cuneta, donde hay fango y, por lo tanto, está blando. Todos los cocheros se parecen a Dobroliúbov6.
En Rusia todas las ciudades son iguales. Ekaterinburgo es exacta a Perm o Tula. Se parece a Súmi, y a Gádiach. Las campanas tañen de forma espléndida, aterciopelada. Me quedé en el Hotel americano (no está nada mal), y al instante informé de mi llegada a A.M. Símonov7, escribiéndole que tengo la intención de estar dos días en mi número sin salir y tomando Guniada, que tomo, y lo diré no sin orgullo, con gran éxito.
Los hombres locales infunden al forastero algo parecido al horror. De pómulos salientes, frentudos, de hombros anchos, con ojos pequeños, con puños inmensos. Nacen éstos en las fábricas de fundición de hierro locales, y en su nacimiento está presente no el partero, sino el mecánico. Entra uno al número con el samovar o con la garrafa, y da la impresión de que te va a matar. Yo me cuido. Hoy por la mañana entra uno así –de pómulos salientes, frentudo, lúgubre, de una estatura por el techo, de hombros de un sazhén8, y además de eso con pelliza.
Bueno, pienso, éste seguro me mata. Resultó que era A.M. Símonov. Empezamos a conversar. Él sirve de miembro en el consejo del zémstvo9, dirige el molino de su primo hermano, con alumbrado eléctrico, redacta La semana de Ekaterinburgo, censurada por el jefe de policía, el barón Taube, está casado, tiene dos hijos, enriquece, engorda, envejece y vive “asentado”. Dice que no tiene tiempo para aburrirse. Me aconsejó visitar el museo, las fábricas, las minas; yo le agradecí por el consejo. Me invitó a tomar té mañana por la noche; yo lo invité a almorzar conmigo. A almorzar él no me invitó y, en general, no insistió en que visitara su casa. De esto mamásha puede concluir, que el corazón de los parientes no se ablandó, y que ambos –Símonov y yo, no nos necesitamos el uno al otro. A Praskóvia Paramiénovna, Nastásia Tíjonovna, Sobákii Semiónich y Matvéi Sortírich10 no los voy a ver, aunque tía me rogó trasmitirles, que ella ya les escribió unas diez veces y no recibió respuesta. Los parientes –son una tribu a la que soy tan indiferente como a Frósia Artiómenko11.
En la calle hay nieve, y yo a propósito bajé la cortinita de la ventana, para no ver ese asiatismo. Me siento y espero la respuesta de Tiumén a mi telegrama. Telegrafié yo así: “Tiumén. Barco Kurbátov. Respuesta paga. Informe cuándo sale el barco de pasajeros Tomsk”, y demás. De la respuesta depende si iré en barco o galoparé 1 ½ mil vérstas a caballo, por el lodazal.
Toda la noche aquí golpean en láminas de hierro fundido. En todas las esquinas. Hay que tener una cabeza de hierro fundido para no perder el juicio con esos carillones incesantes. Hoy probé prepararme un café: me salió vino de colchón12. Tomé y sólo me encogí de hombros.
Tuve en mis manos cinco sábanas y no tomé ni una. Hoy voy a comprar los chanclos de resina.
Bueno, que estén todos saludables y prósperos, que Dios los guarde. Mi saludo a todos los Lintvarióv, y sobre todo a Trósha. Una reverencia a Ivaniénko, Kundásova, Mizínova, y demás. Le deseo al Recodo más críos. El dinero está entero.
Si mamásha le hace a Nikolai la rejilla13 yo, repito, no voy a tener nada en contra. Ese es mi deseo
¿Hallaré acaso en Irkútsk carta de ustedes?

Vuestro Homo Sachaliensis
A. Chejov.

Envío por certificado, temo que no llegue.
Ruega a Líka14 que no deje márgenes grandes en sus cartas.

1Sherbaniénko, maestro de escuela, violinista aficionado; los chuguevianos, habitantes de Chugúev, ciudad de la región Járkovskaya, provincianos conocidos de la familia Chejov, de El Recodo.
2Nikolai Chejov, hermano del escritor, muerto de tuberculosis.
3En el crepúsculo, antología de cuentos y crónicas de Chejov.
4Dmítrii Mámin-Sibiriák, escritor realista, autor de El Nido montañoso y El oro, entre otras novelas.
5Barómli y Miérchiki, estaciones pequeñas de las vías férreas del sur.
6Nikolai Dobroliúbov, crítico célebre, autor de ¿Qué es el Oblomovismo? y Un rayo de luz en el reino oscuro, entre otros trabajos críticos.
7Alexánder Símonov, sobrino de Evguénia Chejova, madre del escritor.
8Sazhén, antigua medida rusa igual a 2,134 m.
9Zémstvo (término histórico), administración local o provincial dirigida por la nobleza en la Rusia zarista.
10Parientes lejanos de Evguénia Chejova, madre del escritor.
11Frósia Artiómenko, conocida de la familia Chejov, de El recodo.
12Vino tinto barato que se vende en Taganróg.
13En la tumba de Nikolai Chejov, hermano del escritor.
14Lidia Mizínova.

Imagen: Isaac Levitan, Atardecer en el Volga, 1887-1888.