Temporada nupcial. El capitán retirado Sóusov (sentado en un diván de hule, doblando debajo de sí una pierna y reteniendo con ambas manos la otra. Habla y cabecea). La casamentera Lukínishna (una vieja obesa de rostro estúpido, pero bondadoso, situada al costado, en un taburete. En su rostro hay una expresión de terror mezclada con asombro. De perfil parece una babosa, en face una cucaracha negra. Habla con servilismo, y tras cada palabra tiene hipo).
Capitán. Por lo demás, si mirar eso desde un punto de vista, pues Iván Nikoláich procedió muy sustancialmente. Él hizo bien en que se casó. Aunque seas un profesor, aunque seas un genio, si no estás casado, pues no vales ni un grosh de cobre. No hay censo en ti, ni opinión social... Quien no está casado, no puede tener un verdadero peso en la sociedad... Tomémosme siquiera a mí de ejemplo... Yo soy un hombre de la clase instruida, propietario de una casa, con dinero... Un rango ahí también... y una orden, ¿y qué provecho hay de mí? ¿Quién soy yo, si mirarme desde un punto de vista? Un solterón... Un sinónimo ahí, y nada más (se queda pensativo). Todos están casados, todos tienen niños, sólo yo... como en la romanza esa... (canta como tenor una romanza triste). Así es mi vida... ¡Siquiera una novia arrinconada!
Lukínishna. ¿Para qué arrinconada? Contigo, padrecito, no una arrinconada se casaría. Con tu nobleza y, se puede decir, con esas cualidades tuyas, contigo cualquiera se casaría, y con dinero...
Capitán. Con dinero no me hace falta. Yo no me permitiría cometer esa vileza, de casarse por dinero. Yo mismo tengo dinero, y no deseo que yo coma el pan de mi esposa, sino ella el mío. Si tomas a una pobre, pues ella va a sentir, a entender... En mí no hay tanto egoísmo, para que yo por interés...
Lukínishna. Eso es cierto, padrecito... Cualquier pobre es más bonita que una rica...
Capitán. Y la belleza tampoco me hace falta. ¿Para qué ésta? De la cara no tomas agua1. La belleza debe estar no en la esencia, sino en el alma... Me hace falta bondad, dulzura, esa inocencia... Yo deseo que mi esposa me respete, me venere...
Lukínishna. Hum... ¿Cómo no te va venerar pues, si tú eres para ella su esposo legal? ¿Instrucción no tiene ella, o qué?
Capitán. Espera, no me interrumpas. E instrucción tampoco me hace falta. Sin instrucción ahora no se puede, eso por supuesto, pero instrucción hay distinta. Es agradable, si tu esposa en francés y en alemán, en diversas voces ahí, muy agradable pero, ¿qué provecho hay de eso, si no sabe ponerte, supongamos, los botones? Yo soy de la clase instruida, aceptado en todas partes; con el príncipe Kanitiélinii, puedo decir, de a igual, como ahora contigo pues, pero yo tengo un carácter sencillo. Me hace falta una muchacha sencilla. Inteligencia no me hace falta. La inteligencia en el hombre tiene peso, y la criatura femenina puede arreglársela sin la inteligencia.
Lukínishna. Eso es cierto, padrecito. De los inteligentes ahora, hasta en los periódicos escriben que no sirven.
Capitán. La imbécil te va a amar, venerar, y percibir de qué título eres hombre. Miedo en ella va a haber. Y la inteligente va a comer de tu pan, pero no va a percibir, de quién es ese pan. Una imbécil búscame... Así sabe: una imbécil. ¿Tienes una así en mente?
Lukínishna. Distintas tengo en mente (se queda pensativa). ¿Cuál para ti? Imbéciles pues hay muchas, y todas las inteligentes son unas imbéciles... La aparente imbécil tiene su inteligencia... ¿Para ti, una absoluta imbécil? (Piensa.) Yo tengo una imbécil, pero no sé si te gustará... Mercader de título, y unos cinco mil de dote... En sí, no es que no sea bonita, sino así, ni lo uno ni lo otro...delgadita, refinadita... Cariñosa, delicada... ¡De bondad, un horror cuánto! Lo último lo da, si alguien se lo pide... Bueno, y dulce... La madre a ella por los pelos, y ella al menos si chistara, ¡ni una palabra! Y el miedo le viene de los padres, la llevan a la iglesia, y de labores si hay algo... Pero, este mismo (se pasa el dedo cerca de la frente)... No me condenes tú a mí, pecadora, por mis condenas; mi palabra sincera para ti, como ante Dios: ¡no está ella en su juicio! Una imbécil... Calla, calla, como una matada calla... Se sienta, calla, y de pronto, sin más ni más, ¡un brinco! Como si la hubieras escaldado con agua hirviendo. Se levanta de la silla, como una quemada, y dale a desvariar... Desvaría, desvaría... Sin fin ni límite desvaría... Y sus padres, para ella, son unos imbéciles entonces, y la comida no es esa, y no esas palabras le dicen. Y parece que no tiene con quien vivir, y su vida pues se la comieron... “Ustedes, dice, no me pueden entender...” ¡Una imbécil la muchacha! El mercader Kashalótov se le propuso, ¡lo rechazó pues! Se le rió en la cara, y sólo... Un mercader rico, bonito, elegante, como un oficial joven. O pues, sucede que agarra cualquier librito estúpido que sea, se va a la despensa, y dale a leer...
Capitán. Bueno, esa imbécil no me conviene por categoría... Otra busca (se levanta y mira el reloj)... ¡Y por ahora, bonjour! Es hora de irme... Iré por mi línea de soltero...
Lukínishna. ¡Ve, padrecito! ¡Puentecito de plata! (Se levanta.) El sábado por la noche pasaré respecto a la novia (va hacia la puerta)... Bueno, y este... ¿por la línea de soltero, no te hace falta?
1De la cara no tomas agua (refrán), aproximadamente beldad y hermosura poco dura.
Título original: Dura ili kapitan v otstavke, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 38, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Theodore Gericault, Monomane dell'invidia (La lena), 1819-22.
Lukínishna. ¿Para qué arrinconada? Contigo, padrecito, no una arrinconada se casaría. Con tu nobleza y, se puede decir, con esas cualidades tuyas, contigo cualquiera se casaría, y con dinero...
Capitán. Con dinero no me hace falta. Yo no me permitiría cometer esa vileza, de casarse por dinero. Yo mismo tengo dinero, y no deseo que yo coma el pan de mi esposa, sino ella el mío. Si tomas a una pobre, pues ella va a sentir, a entender... En mí no hay tanto egoísmo, para que yo por interés...
Lukínishna. Eso es cierto, padrecito... Cualquier pobre es más bonita que una rica...
Capitán. Y la belleza tampoco me hace falta. ¿Para qué ésta? De la cara no tomas agua1. La belleza debe estar no en la esencia, sino en el alma... Me hace falta bondad, dulzura, esa inocencia... Yo deseo que mi esposa me respete, me venere...
Lukínishna. Hum... ¿Cómo no te va venerar pues, si tú eres para ella su esposo legal? ¿Instrucción no tiene ella, o qué?
Capitán. Espera, no me interrumpas. E instrucción tampoco me hace falta. Sin instrucción ahora no se puede, eso por supuesto, pero instrucción hay distinta. Es agradable, si tu esposa en francés y en alemán, en diversas voces ahí, muy agradable pero, ¿qué provecho hay de eso, si no sabe ponerte, supongamos, los botones? Yo soy de la clase instruida, aceptado en todas partes; con el príncipe Kanitiélinii, puedo decir, de a igual, como ahora contigo pues, pero yo tengo un carácter sencillo. Me hace falta una muchacha sencilla. Inteligencia no me hace falta. La inteligencia en el hombre tiene peso, y la criatura femenina puede arreglársela sin la inteligencia.
Lukínishna. Eso es cierto, padrecito. De los inteligentes ahora, hasta en los periódicos escriben que no sirven.
Capitán. La imbécil te va a amar, venerar, y percibir de qué título eres hombre. Miedo en ella va a haber. Y la inteligente va a comer de tu pan, pero no va a percibir, de quién es ese pan. Una imbécil búscame... Así sabe: una imbécil. ¿Tienes una así en mente?
Lukínishna. Distintas tengo en mente (se queda pensativa). ¿Cuál para ti? Imbéciles pues hay muchas, y todas las inteligentes son unas imbéciles... La aparente imbécil tiene su inteligencia... ¿Para ti, una absoluta imbécil? (Piensa.) Yo tengo una imbécil, pero no sé si te gustará... Mercader de título, y unos cinco mil de dote... En sí, no es que no sea bonita, sino así, ni lo uno ni lo otro...delgadita, refinadita... Cariñosa, delicada... ¡De bondad, un horror cuánto! Lo último lo da, si alguien se lo pide... Bueno, y dulce... La madre a ella por los pelos, y ella al menos si chistara, ¡ni una palabra! Y el miedo le viene de los padres, la llevan a la iglesia, y de labores si hay algo... Pero, este mismo (se pasa el dedo cerca de la frente)... No me condenes tú a mí, pecadora, por mis condenas; mi palabra sincera para ti, como ante Dios: ¡no está ella en su juicio! Una imbécil... Calla, calla, como una matada calla... Se sienta, calla, y de pronto, sin más ni más, ¡un brinco! Como si la hubieras escaldado con agua hirviendo. Se levanta de la silla, como una quemada, y dale a desvariar... Desvaría, desvaría... Sin fin ni límite desvaría... Y sus padres, para ella, son unos imbéciles entonces, y la comida no es esa, y no esas palabras le dicen. Y parece que no tiene con quien vivir, y su vida pues se la comieron... “Ustedes, dice, no me pueden entender...” ¡Una imbécil la muchacha! El mercader Kashalótov se le propuso, ¡lo rechazó pues! Se le rió en la cara, y sólo... Un mercader rico, bonito, elegante, como un oficial joven. O pues, sucede que agarra cualquier librito estúpido que sea, se va a la despensa, y dale a leer...
Capitán. Bueno, esa imbécil no me conviene por categoría... Otra busca (se levanta y mira el reloj)... ¡Y por ahora, bonjour! Es hora de irme... Iré por mi línea de soltero...
Lukínishna. ¡Ve, padrecito! ¡Puentecito de plata! (Se levanta.) El sábado por la noche pasaré respecto a la novia (va hacia la puerta)... Bueno, y este... ¿por la línea de soltero, no te hace falta?
1De la cara no tomas agua (refrán), aproximadamente beldad y hermosura poco dura.
Título original: Dura ili kapitan v otstavke, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 38, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Theodore Gericault, Monomane dell'invidia (La lena), 1819-22.