domingo, 2 de diciembre de 2007

No tiene suerte


A eso de las diez de la mañana, dos hacendados, Gadiúkin y Shilojvóstov, iban a las elecciones para juez de paz de distrito. Hacía un tiempo magnífico. El camino, por el que iban los amigos, verdecía en toda su extensión. Los viejos abedules, sembrados en sus bordes, susurraban con su joven follaje levemente. A derecha e izquierda se extendían las ricas praderas, inundadas de los gritos de las codornices, los frailecillos y los chorlitos. En el horizonte, por aquí y por allá, albeaban en la lejanía azulada las iglesias y las haciendas señoriales de tejados verdes.
-Traer aquí a nuestro presidente y metérselo por las narices... -rezongó Gadiúkin, un señor gordo, canoso, con un sombrero de pajilla sucio y una corbata de colores desanudada cuando la carretela, saltando y tintineando con todas sus articulaciones, contorneó el puentecito. –Nuestros puentes estatales se construyen sólo para que los contorneen. Dijo la verdad en la reunión del zémstvo1 pasada el conde Doubleve, que los puentes estatales están construidos para probar las facultades mentales: si el hombre contorneó el puente pues, quiere decir, es inteligente, pero si subió por el puente y, como sucede, se rompió la crisma, pues es un imbécil. Y el presidente es el culpable de todo. Si tuviéramos de presidente a algún otro, y no a un borracho, no a un dormilón, no a un calzonazos, no habría tales puentes. Aquí hace falta un hombre con concepto, enérgico, colmilludo, como tú, por ejemplo... ¡Cómo se te ocurre ser juez de paz! ¡Si te balotaras, en verdad, para presidente!
-Y espera pues, como nos derroten hoy en la votación, -observó con discreción Shilojvóstov, un hombre alto, pelirrojo, con una visera de noble nueva, -a la fuerza tendré que balotarme para presidente.
-No nos van a derrotar... –bostezó Gadiúkin. –Nosotros necesitamos hombres instruidos, y universitarios pues, en nuestro distrito, hay nada más que uno, ¡tú! ¿A quién pues elegir, como no a ti? Así ya lo decidimos... Sólo que en vano te metes a las de juez... En las de presidente tú serías más necesario...
-Es lo mismo, amigo... Y el juez recibe dos mil cuatrocientos, y el presidente dos mil cuatrocientos. De juez, sabe estar sentado en la casa, y de presidente sacúdete en la carretela hacia el consejo a cada rato... Al juez le es, sin comparación, más fácil, y además...
Shilojvóstov no terminó de decir... Él de pronto, con inquietud, empezó a moverse y clavó la vista adelante, en el camino. Luego se amorató, escupió y se dirigió a la trasera.
-¡Así lo sabía! ¡Lo intuía mi corazón! –farfulló, quitándose la visera y limpiándose el sudor de la frente. -¡De nuevo no me van a elegir!
-¿Qué pasa? ¿Por qué?
-¿Pero acaso no ves, que el padre Onisim viene al encuentro? Eso es ya como dar de beber... Si te encuentras en el camino con tamaña figura puedes regresar, porque no saldrá ni diablos. ¡Yo eso ya lo sé! ¡Mítka, vuelve atrás! ¡Señor, salí más temprano a propósito, para no encontrarme con este jesuita; pues no, olfateó que voy! ¡Tiene un olfato así!
-¡Pero basta, ya tienes! ¡Inventas, por Dios!
-¡No invento! Si encuentras a un sacerdote en el camino, pues habrá desgracia; y él, cada vez que yo voy a las elecciones, siempre intenta salirme al encuentro. Está viejo, casi vivo, se dispone a morir, ¡pero una maldad, que no quiera el Creador! ¡No en vano ya hace veinte años que está por la plantilla! ¿Y de qué se venga pues? ¡De la forma de pensar! ¡Mis ideas no le gustan! Estábamos nosotros, sabes, una vez en casa de Ulióv. Después de almuerzo, bebido por supuesto, yo me senté al fortepiano, y dale a cantar, sabes, sin ninguna segunda intención, “Infusión herbolaria” y “Tronaremos en el corro ante todo el pueblo honrado”, y él oyó y dice: “No corresponde ser juez con esa forma de pensar respecto a la jerarquía. ¡No te permitiré llegar a las elecciones!” Y desde entonces me va al encuentro cada vez... Y aunque yo me peleé con él y cambié de camino, ¡no ayuda en nada! Con el olfato intuye, cuando yo salgo... ¿Y qué? ¡Ahora hay que volver! ¡De todas formas no me van a elegir! Eso es ya como dar de beber... Las veces pasadas no me eligieron, ¿y por qué? ¡Por su gracia!
-Bueno, basta, eres un hombre instruido, terminaste la universidad, y crees en prejuicios de mujeres...
-Yo no creo en los prejuicios, pero tengo un indicio: tan pronto empiezo algo el día 13 o me encuentro con ese personaje, pues siempre termino mal. Todo, por supuesto, es una tontería, una sandez, no se puede creer en eso pero... explica, ¿por qué siempre sucede así, como dicen los indicios? ¡No lo explicas pues! Para mí, no es necesario creer, pero por si acaso no molesta someterse a esos malditos indicios... ¡Regresamos! Ni a mí ni a ti, hermano, nos van a elegir, y en añadidura aún se rompe el eje o perdemos el juego... ¡Ya verás!
Con la carretela se emparejó una telega campesina, donde estaba sentado un hierofante pequeño, decrépito, con un cilindro de alas anchas verdecido por el tiempo y una sotana de cáñamo. Al emparejarse con la carretela, éste se quitó el cilindro y reverenció.
-¡Así no está bien hacer, padrecito! –le dejó de la mano Shilojvóstov. -¡Tales acciones zahirientes son indecorosas para su orden! ¡Sí! ¡Por eso usted deberá dar respuesta en el juicio final!... ¡Volvemos! –se dirigió a Gadiúkin. –En vano sólo vamos...
Pero Gadiúkin no convino en regresar...
-
Al atardecer de ese mismo día, los amigos iban de regreso a casa... Ambos estaban morados y lóbregos, como el crepúsculo vespertino antes del mal tiempo.
-¡Te lo decía pues, que hacía falta regresar! –rezongaba Shilojvóstov. –Te decía pues. ¿Por qué no obedeciste? ¡Ahí tienes los prejuicios! ¡No vas a creer ahora! ¡Es poco, que en la votación, los canallas, nos derrotaron, sino que aún nos pusieron en ridículo, anatemas! “¡Una taberna, dicen, tienes en tu tierra!” ¡Bueno, y tengo! ¿De quién es asunto? ¡Tengo, sí!
-No importa, dentro de un mes te vas a balotar para presidente... –lo apaciguó Gadiúkin. –A ti te derrotaron hoy a propósito, para elegirte de presidente...
-¡Canta como un ruiseñor! Tú siempre, víbora, me consuelas, y eres el primero que intentas echar bastantes negritas... Hoy no hubo ni una blanca, todas eran negritas, por lo tanto y tú, amigo, pusiste una negrita... Merci.
-
Al mes, los amigos iban por el mismo camino a las elecciones para presidente del consejo del zémstvo, pero iban ya no a las diez de la mañana, sino a las siete. Shilojvóstov se agitaba en la carretela y, con inquietud, echaba miradas al camino...
-Él no espera que nosotros salgamos tan temprano, -decía, -pero de todas formas hay que apurarse... ¡El diablo sabe, puede ser tiene espías! ¡Arrea Mítka! ¡Más rápido! Ayer, hermano, -se dirigió a Gadiúkin, -le mandé al padre Onisim dos sacos de avena y una libra de té... Pensaba aplacarlo con el halago, y él tomó los regalos y le dice a Fiódor: “Reverencia al señor y agradécele por la ofrenda hecha, dice, pero dile a él que yo soy insobornable. ¡No sólo con avena, sino ni con oro me hará titubear en mis ideas!” ¿Cómo es? Espera pues... Irás y verás al diablo rollizo... ¡Arrea Mítka!
La carretela entró al pueblo donde vivía el padre Onisim... Al pasar cerca de su patio, los amigos echaron una ojeada a los portones... El padre Onisim se agitaba alrededor de la telega y se apuraba a enganchar los caballos. Con una mano se abrochaba el cinturón, con la otra mano y con los dientes ponía la retranca sobre el caballo...
-¡Se retardó! –se empezó a carcajear Shilojvóstov. -¡Le informaron los espías, pero tarde! ¡Ja-ja! ¡Muerde la siega! ¿Qué, te la comiste? ¡Ahí tienes al insobornable! ¡Ja-ja!
La carretela salió del pueblo, y Shilojvóstov se sintió fuera de peligro. Se regocijó.
-¡Bueno, conmigo hermano, no habrá tales puentes! –empezó a bravuconear el futuro presidente, guiñando el ojo. -¡Yo los voy a ajustar, a esos empresarios! ¡Conmigo hermano, no habrá tales escuelas! Apenas advierta, que alguno de los maestros es un borracho o un socialista, ¡ay pues, hermano! ¡Que no quede ni tu espíritu! ¡Conmigo hermano, los doctores rurales no se atreverán a andar en camisas rojas! Yo, hermano... tú, hermano... ¡Arrea, Mítka, para que no encontremos a ningún otro pope!... Bueno, parece que llegamos favora... ¡Ay!
Shilojvóstov de pronto palideció y se levantó, como pinchado.
-¡Un conejo! ¡Un conejo! –empezó a gritar. -¡Un conejo cruzó el camino! ¡Ah... qué diablo, que lo reviente!
Shilojvóstov dejó de la mano y bajó la cabeza. Calló un poco, pensó un poco y, pasándose la mano por la frente pálida, sudada, murmuró:
-No tengo suerte, a saber, para recibir dos mil cuatrocientos... ¡Vuelve atrás, Mítka! ¡No tengo suerte!

1Zémstvo (término histórico). Administración local o provincial dirigida por la nobleza en la Rusia zarista.

Título original: Nie sudba, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1885, Nº 28, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Isaac Levitan, Evening. The Golden Pool, 1889.