jueves, 10 de enero de 2008

Una vez al año


La casita de tres ventanas de la princesa tiene un aspecto festivo. Como si hubiera revivido. A su alrededor se ha barrido con cuidado, los portones están abiertos, se han quitado de las ventanas las celosías de rejillas. Los cristales de las ventanas, recién lavados, centellean con timidez bajo el sol de primavera. En la entrada principal está parado el portero Mark, viejo y decrépito, vestido con una librea comida por las polillas. Su barbilla espinosa, en cuya afeitada sus manos trémulas se pasaron una mañana entera, sus botas recién lustradas y sus botones heráldicos reflejan el sol también. Mark salió cojeando de su covacha no en vano. Hoy es el día onomástico de la princesa, y él debe abrir la puerta a los visitantes y vocear sus nombres. En el vestíbulo huele no a borra de café, como de costumbre, no a sopa de vigilia, sino a cierto perfume que recuerda el jabón de huevo. Las habitaciones se han arreglado con empeño. Se han colgado las cortinas, se ha quitado la muselina de los cuadros, se han encerado los pisos gastados, dañados. La mala Zhúlka, la gatita con los gatitos y los pollitos han sido encerrados hasta la noche en la cocina.
La misma princesa, la dueña de la casita de tres ventanas, una viejecita jorobada y arrugada, está sentada en una gran butaca y, a cada rato, se arregla los pliegues de su vestido de muselina blanco. ¡Sólo la rosa, prendida en su pecho flaco, habla de que aún hay juventud en este mundo! La princesa espera a los visitantes-felicitantes. En su casa deben estar: el barón Tramb con su hijo, el príncipe Jalajádze, el chambelán Burlástov, su primo el general Bitkóv y muchos otros… ¡unas veinte personas! Ellos vendrán y llenarán su sala de vocerío. El príncipe Jalajádze cantará algo, y el general Bitkóv le va a pedir la rosa dos horas… ¡Y ella sabe cómo conducirse con estos señores! Lo inaccesible, la grandeza y la gracia van a traslucirse en todos sus movimientos… Vendrán, entre tanto, los mercaderes Jtúlkin y Pereúlkov: para esos señores se ha puesto en el vestíbulo una hoja de papel y una pluma. Cada grillo conoce su percha. Que firmen y se vayan…
Las doce. La princesa se arregla el vestido y la rosa. Presta oídos: ¿no llama alguien acaso? Un carruaje pasa con ruido, se detiene. Pasan cinco minutos.
“¡No es a nuestra casa!” –piensa la princesa.
¡Sí, no es a su casa, princesa! Se repite la historia de los años pasados. ¡Una historia despiadada! A las dos, la princesa, como el año pasado, va a su dormitorio, huele alcohol de amoniaco y llora.
-¡Nadie vino! ¡Nadie!
Alrededor de la princesa se agita el viejo Mark. Éste está no menos afligido: ¡se hechó a perder la gente! Antes llenaban la sala, como moscas, y ahora…
-¡No vino nadie! –llora la princesa. –Ni el barón, ni el príncipe Jalajádze, ni George Buvítskii… ¡Me dejaron! Y si no fuera por mí pues, ¿qué hubiera salido de ellos? A mí me deben su dicha, su carrera, sólo a mí. Sin mí, no hubiera salido nada de ellos.
-¡No hubiera salido! –hace coro Mark.
-Yo no pido gratitud… ¡No me hace falta! ¡A mí me hace falta el sentimiento! ¡Dios mío, qué ofensivo! Hasta mi sobrino Jean no vino. ¿Por qué no vino? ¿Qué le hice de malo? Yo pagué por todos sus cheques, casé a su hermana Tania con un buen hombre. ¡Me cuesta caro este Jean! Yo mantuve la palabra que le di a mi hermano, a su padre… Yo gasté en él… tú mismo lo sabes…
-Y usted es el padre, se puede decir, su excelencia, estuvo en lugar del padre.
-Y ahí tienes… ¡ahí tienes la gratitud! ¡Oh la gente!
A las tres, como el año pasado, la princesa tiene un ataque de histeria. El alarmado Mark se pone su sombrero con galones, regatea con el cochero largo tiempo y va a la casa del sobrino Jean. Por suerte, las habitaciones amuebladas, en las que habita el príncipe Jean, no están muy lejos… Mark encuentra al príncipe tirado en la cama. Jean recién llegó de la juerga de ayer. Su rostro ajado, jetudo, está morado, en la frente hay sudor. En su cabeza hay ruido, en el estómago una revolución. Le gustaría dormirse, pero no puede: tiene náuseas. Sus ojos aburridos están clavados en el lavamanos, lleno hasta el tope de trastes y agua enjabonada.
Mark entra al número sucio y, encogiéndose aprensivamente, se acerca a la cama con timidez.
-¡No está bien, Iván Mijáilich! –dice, moviendo la cabeza con reproche. -¡No está bien!
-¿Qué no está bien?
-¿Por qué no se presentó hoy en casa de su tía a felicitar por el onomástico? ¿Acaso eso está bien?
-¡Lárgate al diablo! –dice Jean sin quitar la vista del agua enjabonada.
-¿Acaso eso no es ofensivo para la tía? ¿Ah? ¡Eh, Iván Mijáilich, su excelencia! ¡Usted no tiene ningún sentimiento! Bueno, ¿por qué razón la aflige?
-Yo no hago visitas… Así y dile. Esa costumbre ya hace tiempo que envejeció… No tengo tiempo para ir a visitar. Vaya a visitar usted mismo, si no tiene nada que hacer, y a mí déjeme. ¡Bueno, ándate! Quiero dormir…
-Quiero dormir… ¡La cara pues, por cierto, la vira! ¡Le da vergüenza mirar a los ojos!
-Bueno… tss… ¡Tamaña tú, basura! ¡Sarnita!
Silencio prolongado.
-¡Y usted pues, padrecito, vaya, felicítela! –dice Mark con cariño. –Ella llora, se revuelve en la camita… ¡Sea pues tan bueno, preséntele sus respetos… ¡Vaya, padrecito!
-No voy a ir. No hay por qué, y no hay tiempo… Y además, ¿qué voy a hacer yo en casa de la vieja solterona?
-¡Vaya, su excelencia! ¡Respete, padrecito! ¡Tenga esa bondad! ¡Es un horror lo afligida que está con su, se puede decir, ingratitud e insensibilidad!
Mark se pasa la manga por los ojos.
-¡Tenga la bondad!
-Hum… ¿Y cognac, va a haber? –dice Jean.
-¡Va a haber, padrecito, su excelencia!
El príncipe guiña un ojo.
-Bueno, ¿y cien rublos, va a haber? –pregunta.
-¡Eso no es posible de ningún modo! Usted mismo no ignora, su excelencia, que los capitales no son ya los que teníamos… Nos arruinaron los parientes, Iván Mijáilich. Cuando teníamos dinero, todos venían, y ahora… ¡La voluntad de Dios!
-El año pasado, por la visita… ¿cuánto les cobré? Doscientos rublos les cobré. ¿Y ahora, no tienen ni cien? ¡Bromeas con bromas, cuervo! Rebusca pues donde la vieja, vas a encontrar… Por lo demás, lárgate. Quiero dormir.
-¡Sea tan generoso, su excelencia! Está vieja, débil… El alma apenas se mantiene en el cuerpo. ¡Apiádese de ella, Iván Mijáilich, su excelencia!
Jean es inflexible. Mark empieza a regatear. A las cinco Jean se rinde, se pone el frac y va a casa de la princesa…
-Ma tante, -le dice, pegándose a su mano.
Y, tras sentarse en el sofá, empieza la conversación del año pasado.
-Marie Krískina, ma tante, recibió carta de Niza… ¡El maridito pues! ¿Ah? ¿Cómo es? Describe con mucha frescura, el duelo que tuvo con un inglés, por cierta cantante… olvidé su apellido…
-¿Es posible?
La princesa pone los ojos en blanco, junta las manos y, con una admiración mezclada con una porción de horror, repite:
-¿Es posible?
-Sí… Se bate en duelos, corre tras las cantantes, y ahí la esposa… consúmete y sécate por su bondad… ¡No entiendo a esas personas, ma tante!
La princesa dichosa se sienta más cerca de Jean, y su conversación se prolonga… Se sirve el té con cognac.
Y al mismo tiempo que la princesa dichosa, al escuchar a Jean, se carcajea, horroriza y sorprende, el viejo Mark rebusca en sus baulitos y recoge los billetes de crédito. El príncipe Jean hizo un gran descuento. Hay que pagarle sólo cincuenta rublos. ¡Pero para pagarle esos cincuenta rublos hay que rebuscar en más de un baulito!

Título original: Raz v god, publicado por primera vez en la revista Striekoza, 1883, Nº 25, con la firma "A.Ch.".
Imagen: Vassily Maximov, Everything is in the past, 1889.