viernes, 11 de enero de 2008

En la sala


Se hacía más y más oscuro... La luz que emanaba de la chimenea iluminaba, ligeramente, el suelo y la pared con el retrato del general de dos estrellas. El silencio era violado por el crujido de los leños ardientes, y de vez en cuando, por los marcos dobles de la ventana, penetraba en la sala el ruido de los pasos y el andar por la nieve fresca.
Ante la chimenea, en un sofacito celeste, cubierto por un encaje de muselina, estaba sentada una pareja de enamorados. Él, un hombre alto, garboso, con unas patillas suntuosas, cuidadas, y una correcta nariz griega, estaba sentado arrellanado, puesta una pierna sobre la otra, y aspiraba con pereza el humito aromático de un costoso puro habanero. Ella, una criatura pequeña, bonita, con unos rizos de estropajo y unos ojos inquietos, pícaros, estaba sentada junto a él y, apretando la cabeza contra su pecho, miraba al fuego de modo soñador. Por los rostros de ambos se derramaba una suave beatitud... Sus maneras estaban llenas de dulce languidez...
-¡Yo lo amo, Vasílii Lúkich! –susurraba ella. -¡Terriblemente lo amo! ¡Usted es tan bonito! No en vano la baronesa lo mira, cuando visita a Pável Ivánich. ¡Usted le gusta mucho a las mujeres, Vasílii Lúkich!
-Hum... ¡Acaso es poco! ¡Y cómo la mira a usted, Nástia, el profesor, cuando le prepara el té a Pável Petróvich! Él está enamorado de usted, eso como que dos y dos...
-¡Deje sus burlas!
-¿Pero cómo no amar a un ser tan tierno? ¡Usted es hermosa! ¡No, usted no es hermosa, usted es preciosa! ¿Pero cómo no amar ahí?
Vasílii Lúkich atrajo hacia sí a la bonita criatura y la empezó a colmar de besos. En la chimenea se oyó un crujido: empezó a arder un leño nuevo. De la calle llegó una canción...
-¡Mejor que usted no hay en todo el mundo! Yo la amo, como un tigre o un león...
Vasílii Lúkich estrechó entre sus brazos a la joven bella... Pero en ese momento, desde el recibidor, se oyó una tos, y a los pocos segundos entró a la sala un viejecito con lentes dorados. Vasílii Lúkich se levantó y con rapidez, con turbación, se metió el puro en el bolsillo. La muchacha se levantó, se inclinó hacia la chimenea y empezó a rebuscar con las tenazas... Al ver a la turbada pareja, el viejo tosió enojado y frunció el ceño.
-¿No es el engañado esposo éste? –preguntará acaso el lector.
El viejo se paseó por la sala y se quitó los guantes.
-¡Cómo fumaron aquí! –profirió. -¿De nuevo tú, Vasílii, te fumabas mis puros?
-¡De ningún modo, Pável Ivánich! Eso... eso no fui yo...
-Te voy a pasar la cuenta, si noto otra vez... Anda, prepárame el frac y límpiame las botas... Y tú, Nástia, -se dirigió el viejo a la muchacha –prende las velas y pon el samovar...
-¡Obedezco! –dijo Nástia.
Y junto a Vasílii salió de la sala.

Título original: V gostinoi, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 48, bajo el título La ironía del destino y con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Eva Gonzales, A Loge at the Théâtre des Italiens, 1874.