jueves, 10 de enero de 2008

Chejov a M.P. Chejov


Barco “Dir”, 28 de julio de 1888.

Por los mares Negro, Cotidiano y Caspio.
(Dedicado al capitán de sus propios barcos, M.P. Chejov1).
El sarnoso barco de carga Dir corre a todo vapor (8 nudos por hora) de Sujúmi a Póti. Doce de la noche... En el pequeño camarote, el único del barco y parecido a un water-closet, es insoportablemente sofocante y caluroso. Apesta a carbonilla, a cuerda, a pescado y mar... Se oye cómo trabaja la máquina: bum, bum, bum... Sobre la cabeza y bajo el suelo rechina la fuerza impura... La oscuridad se balancea en el camarote, y la cama ya asciende, ya desciende... Toda la atención del estómago está dirigida a la cama, y éste, como nivelando, ya sube el agua de seltz bebida a la misma garganta, ya la baja a los talones... Para no vomitar la ropa en la tiniebla, me visto con rapidez y salgo... Está oscuro... Mis pies tropiezan con ciertas traviesas de hierro invisibles, con una cuerda; a donde pises, por todas partes hay barriles, sacos, trapería... Bajo las suelas basura carbonada... Tropiezo en la tiniebla con algo enrejado, es la jaula con las corzas que vi de día, éstas no duermen y, con alarma, prestan oídos al balanceo... Cerca de la jaula están sentados dos turcos y tampoco duermen... A tientas, trepo por la escalerita a la caseta del capitán... Un viento cálido, pero áspero y repulsivo quiere arrancarme la gorra... Se balancea... El mástil, delante de la caseta, se balancea rítmicamente y sin apurarse, como el metrónomo; intento quitar los ojos de éste, pero los ojos no me obedecen y, junto con el estómago, vigilan sólo eso que se mueve... El mar y el cielo están oscuros, las orillas no se ven, la cubierta parece una mancha negra... Ni una lucecita...
Detrás de mí una ventana... Miro por ésta y veo a un hombre con cara de Pável Mijáilovich... Éste mira algo atentamente y gira la rueda con tal aire, como si tocara la Novena sinfonía... Junto a mí está el capitán pequeño, gordito, con unos borceguíes amarillos, parecido de figura y de cara a Corneille Pushkáriev2... Conversa conmigo de los emigrantes caucasianos, de la sequedad, de las tormentas invernales, y al mismo tiempo escudriña con intensidad la lejanía oscura, y en dirección a la orilla...
-¡Y tú, al parecer, de nuevo tomas a la izquierda! –dice él, entre tanto, a alguien; o: -Allá se deben ver unas lucecitas... ¿Las ves?
-¡De ningún modo!- responde alguien desde la tiniebla.
-¡Sube a la plataforma superior y echa una mirada!
Una figura oscura crece en la caseta y, sin apuro, trepa a algún lugar arriba... Al minuto se oye:
-¡Hay!
Escudriño a la izquierda, donde deben estar las lucecitas del faro, le tomo al capitán el binóculo y no veo nada... Pasa media hora, una hora... El mástil se balancea rítmicamente, la fuerza impura rechina, el viento intenta contra la gorra... Náusea no tengo, pero espanto sí...
De pronto, el capitán arranca del lugar y con las palabras: “¡Muñeca del diaaablo!” –corre a algún lugar atrás.
-¡A la izquierda!- grita a toda voz con alarma.- ¡A la izquierda... a la derecha! ¡Arre...ay... ay!
Se oye un comando incomprensible, el barco se estremece, la fuerza impura aúlla... “¡Ay-ay-ay!” –grita el capitán; en mis mismas narices tocan la campana, en la cubierta negra el correteo, el golpeteo, los gritos de alarma... El Dir se estremece otra vez, resopla con intensidad y, al parecer, quiere dar marcha atrás...
-¿Qué pasa? –pregunto, y siento algo parecido a un pequeño horror. No hay respuesta.
-¡Quiere chocar, muñeca del diaaablo! –se oye el grito áspero del capitán... -¡A la izquier-daaa!
En la proa aparecen ciertas lucecitas rojas, y de pronto resuena, entre el ruido, el silbido no del Dir, sino de algún otro barco... Ahora entiendo: ¡chocamos! El Dir resopla, tiembla y como que no se mueve, esperando cuándo irse a pique... (Aquí conmigo se produce un pequeño equívoco, que continúa no más de medio minuto, pero que me provoca no poco tormento... Medio minuto estuve convencido, de que yo perdí al barco. Sobre el equívoco te contaré al encuentro, pues escribir sobre éste sería extenso, no hay fuerzas3.)
Pero he aquí que cuando, en mi opinión, todo estaba ya perdido, aparecen por la izquierda unas luces rojas, y empieza a dibujarse la silueta de un barco... Un largo cuerpo negro navega por el lado, guiña los ojos rojos culpablemente y silba culpablemente...
-¡Uf! ¿Qué barco es ese? –pregunto al capitán.
El capitán mira con el binóculo la silueta y dice:
-El Tweed.
Después de cierto silencio, entablamos conversación sobre el West, que chocó con dos barcos y se hundió. Bajo la influencia de esta conversación el mar, la noche, el viento empiezan a parecerme repulsivos, creados para la perdición del hombre y, mirando al capitán gordito, siento lástima... Algo me susurra que este pobre hombre, tarde o temprano, se irá a pique también y se ahogará con agua salada...
Voy a mi pequeño camarote... Es sofocante y apesta a cocina... Mi compañero de viaje, el Suvórin-fis4, ya duerme... Me desvisto por completo y me acuesto... La oscuridad oscila, la cama como que respira... Bum, bum, bum… Bañándome de sudor, asfixiándome y sintiendo en todo el cuerpo la pesadez del balanceo, me pregunto: “¿Para qué estoy aquí?”
Me despierto... Ya no está oscuro... Todo mojado, con un gusto repulsivo en la boca, me visto y salgo... Todo está cubierto de rocío... Las corzas miran humanamente a través de la reja y, al parecer, quieren preguntar: ¿para qué estamos aquí? El capitán, como antes, está parado inmóvil y escudriña la lejanía...
A la izquierda se extiende una orilla montañosa... Se ve el Elbrúz tras las montañas, así pues: (dibujo de Chejov)
Sale un sol opaco... Se ve la llanura verde del Riónsk, y junto a ésta la bahía de Póti...
(Continuará5).

1Mijaíl Chejov, hermano del escritor, llamado en la familia “Capitán Michael”, por su afición a construir barquitos modelos.
2Corneille Pushkáriev, hermano de Nikolai Pushkáriev, poeta, dramaturgo, traductor, editor de las revistas Biblioteca europea, El rumor mundano y Luz y sombra.
3Sobre este hecho Mijaíl Chejov recuerda: “Al regresar, mi hermano me contó por qué él, precisamente, se consideró la causa de la posible colisión del Dir con el Tweed. En el alboroto, durante el balanceo, él tropezó, perdió el equilibrio y, para no caerse, se agarró de algo, que también se volvió hacia un costado. Eso resultó el telégrafo de la máquina. Mi hermano quiso ponerlo en su lugar, pero no supo... La predicción de mi hermano respecto al capitán se cumplió en parte: ese mismo otoño, el Dir se hundió junto a las orillas de Alúpka” (Cartas de A.P. Chejov, t. 2, pag. 129).
4Alexánder Suvórin, hijo de Alexéi Suvórin, escritor, dramaturgo, periodista, dueño del periódico Tiempo nuevo y de la editorial Suvórin, amigo personal de Chejov.
5No hay continuación, debido a que Chejov interrumpe su viaje y regresa a casa.

Imagen: Ivan Aivazovsky, The Survivors, 1895.