viernes, 18 de enero de 2008

El sauce


¿Quién viajó por la ruta del correo entre B y T?
Quien viajó recuerda, por supuesto, el molino de Andréev, que está solitario en la orilla del riachuelo Koziávka. El molino es pequeño, de dos plataformas... Tiene más de cien años, hace tiempo ya que no trabaja, y por eso no es extraño que recuerda a un viejecito pequeño, jorobado y harapiento, presto a caerse en cualquier instante. Y ese viejecito se hubiera caído hace tiempo, si no se apoyara en un sauce viejo, ancho. El sauce es ancho, no lo abarcan ni entre dos. Su follaje vívido cae sobre el tejado, sobre la represa, las ramas inferiores se bañan en el agua y se esparcen por la tierra. También está viejo y jorobado. Su tronco jorobado está deformado por un gran hueco negro. Meta la mano en el hueco, y su mano se hundirá en una miel negra. Las abejas salvajes zumbarán alrededor de su cabeza y lo picarán. ¿Cuántos años tiene? Arjíp, su amigo, dice que ya era viejo entonces, cuando él servía al señor con los “franceses”, y después sirvió al señor con “los negros”, y eso fue hace mucho tiempo.
El sauce apoya también a otra ruina, al viejo Arjíp que, sentado junto a sus raíces, pesca de crepúsculo a crepúsculo. Él está viejo, jorobado como el sauce, y su boca sin dientes se parece al hueco. De día pesca, y de noche se sienta junto a las raíces, y piensa. Ambos, el viejo sauce y Arjíp, murmuran día y noche... Ambos vieron muchas cosas en su vida. Escúchenlos...
Hace unos 30 años, el domingo de sauce, el día onomástico del viejo sauce, el viejo estaba sentado en su lugar, miraba la primavera y pescaba... Alrededor había silencio, como siempre... Se oía sólo el murmullo de los viejos, y algún pez paseante chapoteaba rara vez. El viejo pescaba y esperaba el mediodía. Al mediodía empezaba a cocinar la sopa de pescado. Cuando la sombra del sauce empezaba a apartarse de la otra orilla, llegaba el mediodía. El tiempo Arjíp lo reconocía aún por las campanitas del correo. Puntualmente al mediodía, a través de la represa, pasaba el correo de T-ya.
Y ese domingo a Arjíp le pareció oír las campanitas. Dejó la cañita y se puso a mirar la represa. La tróika cruzó el montículo, descendió y se encaminó al paso hacia la represa. El cartero dormía. Al entrar a la represa, la tróika se detuvo por algo. Hacía tiempo ya que Arjíp no se asombraba, pero esta vez tuvo que asombrarse fuertemente. Sucedió algo insólito. El cochero miró alrededor, empezó a volverse inquieto, quitó un pañuelo del rostro del cartero y lo golpeó con una maza. El cartero no se movió. En su rubia cabeza empezó a brillar una mancha púrpura. El cochero se apeó de la telega y, tras alzar la mano, propinó otro golpe. Al minuto, Arjíp oyó cerca de él unos pasos: el cochero bajaba por la orilla y caminaba directo hacia él... Su rostro bronceado estaba pálido, los ojos embotados miraban sabe Dios a dónde. Con todo el cuerpo temblando, echó a correr hacia el sauce y, sin advertir a Arjíp, metió la bolsa de correo en el hueco; después corrió hacia arriba, subió a la telega y, le pareció extraño a Arjíp, se dio un golpe en la cien. Tras ensangrentarse el rostro, fustigó a los caballos.
-¡Auxilio! ¡Me degüellan! –gritó.
Lo secundó el eco, y Arjíp oyó largo tiempo ese “auxilio”.
Unos seis días después, llegó la pesquisa al molino. Tomaron el plano del molino y de la represa, midieron para algo la profundidad del río y, después de almorzar bajo el sauce, se fueron; y Arjíp, durante todo el tiempo de la pesquisa, estaba sentado bajo la rueda, temblaba y miraba la bolsa. Ahí veía unos sobres con cinco sellos. Día y noche miraba esos sellos y pensaba, y el viejo-sauce de día callaba, y de noche lloraba. “¡Imbécil!”, pensaba Arjíp, prestando oídos a su llanto. A la semana, Arjíp fue ya con la bolsa a la ciudad.
-¿Dónde está aquí la oficina pública? –preguntó, entrando al puesto.
Le señalaron una gran casona amarilla, con una garita de franjas junto a la puerta. Él entró y vio en el vestíbulo a un señor con botones brillantes. El señor fumaba en pipa y regañaba por algo al guarda. Arjíp se acercó a él y, con todo el cuerpo temblando, contó sobre el episodio del viejo-sauce. El funcionario tomó en sus manos la bolsa, desató las correítas, palideció, se sonrojó.
-¡Ahora! –dijo, y corrió a la oficina. Allí lo rodearon los funcionarios... Empezaron a correr, a agitarse, a murmurar... A los diez minutos, el funcionario le llevó la bolsa a Arjíp y le dijo:
-Tú no aquí, hermanito, viniste. Tú ve a la Calle inferior, ahí te van a indicar, ¡y aquí es la tesorería, querido mío! Tú ve a la policía.
Arjíp tomó la bolsa y salió.
“¡Y la bolsa está más ligera!” –pensó. –“¡Está a la mitad más pequeña!”
En la Calle inferior le señalaron otra casona amarilla, con dos garitas. Arjíp entró. Ahí no había vestíbulo, y la oficina pública empezaba directamente desde la escalera. El viejo se acercó a una de las mesas, y le contó a los escribanos la historia de la bolsa. Éstos le arrancaron la bolsa de las manos, le gritaron y mandaron por el mayor. Apareció un gordo bigotudo. Tras un breve interrogatorio, éste tomó la bolsa y se encerró con ésta en otra habitación.
-¿Y el dinero pues, dónde está? –se dejó oír al minuto desde la habitación. -¡La bolsa está vacía! ¡Díganle, por lo demás, al viejo, que se puede ir! ¡O retenerlo! ¡Llévenlo a donde Iván Markóvich! ¡No, por lo demás, que se vaya!
Arjíp reverenció y salió. Al otro día los caracios y las percas veían ya su barba canosa de nuevo...
El hecho sucedió en el otoño tardío. El viejo estaba sentado y pescaba. Su rostro estaba tan sombrío, como el sauce amarillento: no le gustaba el otoño. Su rostro se puso aún más sombrío, cuando vio a su lado al cochero. El cochero, sin advertirlo, se acercó al sauce y metió la mano en el hueco. Las abejas, mojadas y perezosas, corrieron por su manga. Tras buscar un poco, palideció, y a la hora estaba sentado junto al río, y miraba sin sentido al agua.
-¿Dónde está? –le preguntó a Arjíp.
Arjíp al principio callaba, y se apartaba sombríamente del asesino, pero pronto se apiadó de él.
-¡La llevé a la jefatura! –dijo. -Pero tú, tontito, no temas... Yo dije allí, que la encontré bajo al sauce...
El cochero se levantó, rugió y se abalanzó sobre Arjíp. Lo golpeó largo tiempo. Le golpeó todo su rostro viejo, lo tumbó en la tierra, lo pateó. Tras golpear al viejo, no se fue de allí, sino que se quedó a vivir en el molino, junto a Arjíp.
De día dormía y callaba, y de noche caminaba por la represa. Por la represa paseaba la sombra del cartero, y él platicaba con ella. Llegó la primavera, y el cochero continuaba aún callando y paseando. Una vez, de noche, se le acercó el viejo.
-¡Basta ya, tontito, de vagar! –le dijo, echando una mirada de soslayo al cartero. –Vete.
Y el cartero dijo lo mismo... Y el sauce murmuró lo mismo...
-¡No puedo! –dijo el cochero. -¡Me iría, pero me duelen las piernas, me duele el alma!
El viejo tomó al cochero de la mano y lo llevó a la ciudad. Lo llevó a la Calle inferior, a esa misma oficina pública, donde había entregado la bolsa. El cochero cayó de rodillas ante el “mayor” y se confesó. El bigotudo se asombró.
-¡Por qué te calumnias, imbécil! –dijo. -¿Estás borracho? ¿Quieres que te encierre en la fría? ¡Se arrebataron todos, miserables! Sólo enredan el asunto... ¡No se ha encontrado al delincuente, bueno, y shabbath1! ¿Qué más pues te hace falta? ¡Lárgate!
Cuando el viejo recordó sobre la bolsa, el bigotudo se carcajeó y los escribanos se asombraron. Tenían, por lo visto, mala memoria… no encontró el cochero expiación en la Calle inferior. Tuvo que regresar al sauce...
Y tuvo que correr por la vergüenza al agua, perturbar ese lugar preciso, donde nadaban los flotadores de Arjíp. Se ahogó el cochero. En la represa, ahora, el viejo y el viejo-sauce ven dos sombras... ¿Acaso no con ellas murmuran?

1Shabbath, sábado, descanso; (expresión popular), para, basta, deja, terminado.

Título original: Vierba, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1883, Nº 15, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Ivan Kramskoy, Bee-Keeper, 1872.