lunes, 14 de enero de 2008

Desde Siberia

III


Por la carretera siberiana, desde Tiumén hasta Tomsk, no hay ni poblados, ni caseríos, sino sólo aldeas grandes, que están a 20, 25 y hasta 40 vérstas una de otra. Haciendas por el camino no se encuentran, ya que aquí no hay terratenientes; usted no verá ni fábricas, ni molinos, ni posadas… Lo único que recuerda al hombre por el camino son los cables de telégrafo, que zumban con el viento, y los postes de vérstas.
En cada aldea hay una iglesia, a veces dos; hay escuelas también, al parecer, en todas las aldeas. Las isbás son de madera, a menudo de dos pisos, los tejados de chillas. Junto a cada isbá, en la valla o en el abedular, hay una casita de estorninos, y tan baja, que se puede alcanzar con la mano. Los estorninos gozan aquí del cariño general, e incluso los gatitos no los tocan. Jardines no hay.
A eso de las cinco de la mañana, después de una noche helada y un viajar fatigoso, yo estoy sentado en la isbá de un cochero libre, en el aposento, y tomo té. El aposento es una habitación clara, espaciosa, con un ambiente, con el que nuestro mujík kurskiano o moscovita sólo puede soñar. Una limpieza asombrosa: ni una basura, ni una manchita. Las paredes son blancas, los pisos con seguridad de madera, pintados o cubiertos por petates de lienzo de colores; dos mesas, un diván, sillas, un estante con vajilla, en la ventana macetas con flores. En la esquina está la cama, sobre ésta toda una montaña de edredones y almohadas de fundas rojas; para treparse a esa montaña, hay que poner una silla y, cuando te acuestas, te hundes. A los siberianos les gusta dormir sobre blando.
Desde la imagen de la esquina se extienden, por ambos lados, los cuadritos de estampas; ahí está el retrato del soberano7, con seguridad en varios ejemplares, Jorge el vencedor8, los “soberanos europeos”, entre los cuales aparece, por algo, el sha de Persia, luego las representaciones de los santos con leyendas en latín y en alemán, el retrato de medio cuerpo de Battenberg9, Skóbeliev10, los santos de nuevo… En el adorno de las paredes se van también los papelitos de caramelo, los marbetes de aguardiente y las etiquetas de cigarrillos, y esa pobreza no concuerda en absoluto con la cama respetable y los pisos pintados. ¿Pero qué hacer? La demanda de pintores aquí es grande, pero Dios no da pintores. Eche una mirada a la puerta, en la que está dibujado un árbol con flores azules y rojas, con ciertos pájaros más parecidos a peces que a pájaros; el árbol crece en un jarrón, y por el jarrón se ve que lo dibujó un europeo, o sea, un deportado; el mismo deportado pintarrajeó el círculo en el techo y los arabescos en la estufa. Una pintura ingenua, pero para el campesino local está más allá de sus fuerzas. Éste en nueve meses no se quita las manoplas y no estira los dedos; ya sea por la helada de cuarenta grados, ya sea por que se inundaron las praderas en veinte vérstas pero, cuando llega el verano corto, la espalda le duele por el trabajo y los tendones se le estiran. ¿Cuándo pues dibujar ahí? Debido a que todo el año lleva una lucha cruel contra la naturaleza, no es pintor, ni músico, ni cantor. Por el pueblo usted rara vez oye un acordeón, y no espere que el cochero entone una canción.
La puerta está abierta, y a través del zaguán se ve la otra habitación, clara y con piso de madera. Ésta hierve de trabajo. La dueña, una mujer de unos 25 años, alta, enjuta, con un rostro noble, dulce, hace una masa sobre la mesa; el sol de la mañana le da en los ojos, en el pecho, en las manos, y parece que hace la masa con la luz del sol; la muchacha hermana de la dueña hornea hojuelas, la cocinera escalda con agua hirviendo un cerdito recién degollado, el dueño hace unas botas de fieltro con lana. No hacen nada sólo los viejos. La abuela está sentada sobre la estufa, con las piernas colgando, gime y ayea; el abuelo está acostado sobre la yacija y tose pero, al advertirme, se desliza hacia abajo, y viene a través del zaguán al aposento. Quiere hablar un poco… Empieza por que hace una primavera fría, como no hubo en largo tiempo. Tenga la bondad, mañana es el día de Nicolás, pasado mañana es Resurrección, y por la noche nevó, y por el camino a la aldea se heló cierta mujer; el ganado está flaco por la escasez de forraje, los carneros con las heladas tienen diarrea… Después me pregunta de dónde soy, a dónde voy y para qué, si estoy casado, y si es verdad lo que dicen las mujeres, que pronto va a haber guerra.
Se oye un llanto infantil. Sólo ahora advierto que entre la cama y la estufa cuelga una cunita pequeña. La dueña suelta la masa y corre al aposento.
-¡Pero qué ocasión la nuestra, mercader! –me dice ella, meciendo la cunita y sonriendo con dulzura. –Hace unos dos meses vino a la casa, de Omsk, una burguesa con el niñito… Vestida de señora, no obstante… Al niñito lo parió en Tiukalínsk, allí lo bautizó; después del parto pues, en el camino, se enfermó, y empezó a vivir con nosotros aquí, en este aposento. Dice que está casada, ¿y quién la conoce? En la cara no está escrito, y pasaporte ella no tiene. Puede, el niñito es ilegal…
-No es asunto nuestro juzgar, -farfulla el abuelo.
-Vivió en la casa una semana, -continúa la dueña, -después dice: “Yo voy a ir a Omsk, a casa de mi marido, y mi Sásha, que se quede con ustedes; vendré por él dentro de una semana. Ahora temo, cómo no helarme en el camino…” Yo le digo a ella: “Escucha, señora, Dios le envía a la gente los niños, a quien diez, a quien doce, y a mí con el dueño me castigó, no me dio ni uno; déjanos a tu Sásha, nosotros lo tomamos de hijito”. Ella pensó un poco y dice: “No obstante esperen, yo le voy a preguntar a mi marido, y dentro de una semana les mando una carta. Sin el marido no me atrevo”. Nos dejó a Sásha y se fue. Empezamos a querer a Sásha como a un carnal, y ahora nosotros mismos no sabemos, si es nuestro o ajeno.
-Les hace falta escribir una carta a esa burguesa, -aconsejo.
-¡Por lo tanto, hace falta! –dice desde el zaguán el dueño.
Éste entra en el aposento y, callado, me mira: ¿no voy a dar aún algún otro consejo?
-¿Pero cómo le escribes a ella? –dice la dueña. –Su apellido, ella no nos lo dijo. María Petróvna, eso es todo. Y Omsk, hay que decir, es una ciudad grande, no la encuentras allí. ¡Busca al viento en el campo!
-¡Por lo tanto, no la encuentras! –conviene el dueño, y me mira así, como si quisiera decir: “¡Ayúdanos pues, por Dios!”
-Estamos acostumbrados a Sásha, -dice la dueña, dándole el chupete al niño. –Empieza a gritar de día o de noche, y en el corazón se siente distinto, como si la isbá fuera otra. Y pues, no es la hora, en que viene y nos lo quita…
Los ojos de la dueña se enrojecen, se llenan de lágrimas, y sale del aposento con rapidez. El dueño le asiente por detrás, sonríe a la fuerza y dice:
-Se acostumbró… ¡Es sabido, le da lástima!
Él mismo también está acostumbrado, a él también le da lástima, pero él es hombre, y reconocer eso le es embarazoso.
¡Qué buenas personas! Mientras tomo té y escucho sobre Sásha, mis cosas están en el patio, en el carro. A la pregunta, acaso no las roban, me responden con una sonrisa:
-¿Quién va a robar ahí? Aquí y por la noche no roban.
Y en realidad, en toda la carretera, no se oye que al viajero le roben algo. Las costumbres aquí, en ese sentido, son maravillosas, las tradiciones generosas. Yo estoy convencido por completo de que, si se me cayera el dinero en el carro, pues el cochero libre que lo encuentre me lo devolvería, incluso sin echarle una ojeada a la billetera. Yo viajé poco en las de correo, y sobre los cocheros de correo puedo decir sólo una cosa: en los libros de quejas, que yo leía en las estaciones por aburrimiento, me saltó a los ojos sólo una queja por robo: a un viajero se le perdió un saquito con las botas, pero esta queja, como se ve por la resolución de la jefatura de correo, se ha dejado sin consecuencia, ya que el saquito fue hallado pronto y devuelto al forastero. Sobre los asaltos en el camino aquí, incluso, no se acostumbra hablar. No se oye de éstos. Y los mendigos al encuentro, con los que me asustaron tanto cuando venía acá, son tan temibles aquí para el viajero, como las liebres y los patos.
Con el té me sirven hojuelas de harina de trigo, empanadas con requesón, huevos, buñuelos y bollos en ensaimada. Las hojuelas son finas, grasosas, y los bollos me recuerdan, por el gusto y el aspecto, a esas roscas amarillas y esponjosas, que los jojóles11 de Taganróg y de Rostóv del Don venden en los bazares. El pan, por toda la carretera siberiana, lo hornean riquísimo; lo hornean diariamente y en gran cantidad. La harina de trigo aquí es barata: 30-40 kóp. el pud12.
De pan solo no te llenas. Si a mediodía pides algo hervido, pues en todas partes te proponen sólo “bodrio de pato”, y más nada. Y ese bodrio no se puede comer: un líquido turbio, donde nadan unos pedacitos de pato salvaje y de tripas, no del todo limpiadas de su contenido. No es sabroso, y mirarlo da náuseas. En cada isbá hay pájaros cazados. En Siberia no conocen de ninguna ley de caza, y les disparan a las aves durante todo el año. Pero es poco probable que aquí exterminen la volatería. En la extensión de 1500 vérstas de Tiumén a Tomsk hay mucha volatería, pero no se encuentra ni un fusil decente, y de cien cazadores sólo uno sabe disparar al vuelo. Comúnmente, el cazador se arrastra bocabajo hacia los patos, por los terrones y la hierba mojada, y dispara desde un arbusto sólo al posado, a 20-30 pasos; además, su fusil de basura tiene fallo unas cinco veces, y al disparar recula fuerte en el hombro y la mejilla; si consigue dar en el blanco, pues también es no poca pena: quítate las botas y los bombachos, y métete en el agua fría. Perros de caza aquí no hay.

Continuará...

7Alexánder III, (Románov), zar de Rusia; mantiene el sistema autocrático de la monarquía rusa, ofrece un relativo progreso material a la población, construye el ferrocarril transiberiano.
8San Jorge, mártir cristiano y santo patrono de Inglaterra; según la leyenda, soldado cristiano del ejército de Roma, martirizado bajo el reinado de Diocleciano.
9Alexánder Battenberg (sobrino del zar Alejandro II de Rusia), príncipe búlgaro; intenta obtener la fidelidad de sus generales rusos, restaura la constitución con el apoyo de los partidos políticos búlgaros.
10Mijaíl Skóbieliev, general de infantería ruso; conquista el janato de Kokand, somete a las tribus nómadas kazajas, comanda una división en la batalla de Shípka
11Jojól (expresión familiar, anticuada, jocosa), ucraniano.
12Pud, antigua medida rusa de peso igual a 16, 3 kg.

Título original: Iz Sibiri, publicado por primera vez en el periódico Novoe vremia, 1890, el 8, 9, 12, 13, 15, 18 de mayo y 20 de junio con la firma: “Antón Chejov”.
Imagen: Alessio Issupov, Winter Scene, XX.