A la casa del padre Sávva Zheslóv, abad anciano de la iglesia de la Santa Trinidad en la ciudad de P., arribó desde Moscú, de forma inesperada-inopinada, su hijo Alexánder, un conocido abogado moscovita. El anciano viudo y solitario, al contemplar a su única criatura, que no veía hacía unos 12-15 años, desde ese mismo entonces en que lo acompañó a la universidad, palideció, le tembló todo el cuerpo y se petrificó. Sus alegrías y éxtasis no tenían fin.
Al atardecer del día de la llegada, el padre y el hijo platicaban. El abogado comía, bebía y se enternecía.
-¡Y aquí en tu casa está bien, agradable! –se extasiaba éste, agitándose en la silla. –Acogedor, cálido, y huele como a algo así patriarcal. ¡Por Dios, está bien!
El padre Sávva, puestas las manos detrás y, por lo visto, jactándose ante la vieja cocinera de que tenía un hijo tan adulto y galante, caminaba junto a la mesa e intentaba, para complacer a la visita, ponerse de humor “científico”.
-Tales pues, hermano, los hechos… -decía. –Salió exactamente así, como yo quería en mi corazón: y tú y yo, ambos fuimos por el lado de la instrucción. Tú pues la universidad, y yo terminé la academia de Kíev, sí… Por la misma senda, por lo tanto… Nos entendemos el uno al otro… Sólo que no sé, cómo es ahora en las academias. En mi tiempo, la tomábamos fuerte con el clasicismo, y hasta estudiábamos lengua griega antigua. ¿Y ahora?
-No sé. Y tú, padre, tienes un acipenser sabroso. Ya estoy lleno, pero voy a comer más.
-Come, come. Tú tienes que comer más, porque tienes un trabajo intelectual, y no físico… hum… no físico… Tú eres un universitario, trabajas con la cabeza. ¿Me vas a visitar mucho tiempo?
-Yo no vine a visitarte. Yo, padre, vine a verte de casualidad, a la manera de deus ex machina. Vine aquí de gira, a defender a vuestro antiguo alcalde. Probablemente, sabes, mañana van a tener un juicio aquí.
-Así… Por lo tanto, ¿tú por el lado judicial? ¿Jurisprudente?
-Sí, soy abogado.
-Así… Dios ayude. ¿Qué rango tienes tú?
-Por Dios, no sé padre.
“Preguntar acaso sobre el salario, -pensó el padre Sávva, -pero para ellos es una pregunta indiscreta… A juzgar por la ropa, y en razón del reloj de oro, se debe suponer que cobra más de mil”.
El viejo y el abogado callaron.
-No sabía que tenías unos acipenseres así, si no hubiera venido a verte el año pasado, -dijo el hijo. –El año pasado yo estuve no lejos ahí, en vuestra ciudad de gobierno. ¡Son risibles las ciudades de ustedes aquí!
-Precisamente risibles… ¡siquiera escupe! –convino el padre Sávva. -¡Qué vas a hacer! Lejos de los centros intelectuales… los prejuicios. No penetró aún la civilización…
-No está en eso el asunto… Tú escucha, qué anécdota me salió a mí. Entro, en vuestra ciudad de gobierno, al teatro, voy a la caja por el boleto, y me dicen: “¡no va a haber espectáculo, porque todavía no se ha vendido ni un boleto!” Y yo pregunto: ¿cuán grande es vuestra colecta completa? ¡Dicen, trescientos rublos! Dígales, digo, que actúen, yo pago los trescientos… Pagué por aburrimiento los trescientos rublos, y cuando empecé a ver su drama desgarrador, pues me sentí más aburrido todavía… Ja-ja…
El padre Sávva echó una mirada desconfiada al hijo, echó una mirada a la cocinera y soltó unas risillas en el puño…
“¡Este miente pues!” –pensó.
-¿Y de dónde tú, Shúrienka, sacaste esos trescientos rublos? –preguntó con timidez.
-¿Cómo que de dónde los saqué? De mi bolsillo, por supuesto…
-Hum… ¿Y qué salario, disculpa por la pregunta indiscreta, recibes tú?
-Cómo cuándo… Un año gano unos treinta mil, y el otro no reúno ni veinte… Los años son distintos.
-“¡Este miente pues! ¡Jo-jo-jo! ¡Este miente! –pensó el padre Sávva, riendo a carcajadas y mirando amorosamente el rostro enturbiado del hijo. -¡La juventud trapalera! Jo-jo-jo… ¡Exageró, treinta mil!”
-¡Es increíble, Sáshenka! –dijo. -Disculpa pero… jo-jo-jo… ¡treinta mil! Con ese dinero se puede construir dos casas…
-¿No crees?
-No es que no crea, sino así… cómo expresarse así… tú ya mucho, éste… Jo-jo-jo… Bueno, si tú recibes tanto pues, ¿dónde metes el dinero?
-Lo gasto padre… En la capital, hermano, la vida muerde. Aquí hay que gastar mil, y allá cinco mil. Tengo caballos, juego a las cartas… me voy de juerga a veces.
-Eso es así… ¡Y si ahorraras!
-No se puede… No tengo unos nervios así, como para ahorrar… (el abogado suspiró). No puedo hacer nada conmigo. El año pasado, me compré una casa en la Poliánka por sesenta mil. ¡De todas formas es una ayuda para la vejez! ¿Y qué crees pues? No pasaron ni dos meses después de la compra, cuando la tuve que empeñar. Empeñé todo el dinerito, ¡fuite1! A veces perdía a las cartas, a veces bebía.
-¡Jo-jo-jo! ¡Este miente pues! –silbó el viejo. -¡Miente de modo entretenido!
-No miento padre.
-¿Pero acaso se puede perder o farrearse una casa?
-Se puede no ya una casa, sino beberse hasta el globo terráqueo. Mañana yo le voy a arrancar a vuestro alcalde cinco mil, pero siento que no los voy a poder llevar hasta Moscú. Ese es mi destino.
-No destino, sino planeta, -corrigió el padre Sávva, tosiendo y echando una mirada con dignidad a la vieja cocinera. –Disculpa, Shúrienka, pero yo dudo de tus palabras. ¿Por qué pues tú recibes esas sumas?
-Por el talento…
-Hum… Puede que recibas unos tres mil, pero treinta mil o, digamos, comprar una casa, disculpa… lo dudo. Pero dejemos estas porfías…. Ahora dime, ¿cómo es para ustedes en Moscú? ¿Seguro, es divertido? ¿Conocidos, tienes muchos?
-Muchos. Toda Moscú me conoce.
-¡Jo-jo-jo! ¡Este miente pues! ¡Jo-jo! Milagros y milagros cuentas, hermano.
Largo tiempo platicaron aún de esa forma el padre y el hijo. El abogado contó aún de su casamiento con una dote de cuarenta mil, describió sus viajes a Nízhnii2, su divorcio, que le costó diez mil. El viejo escuchaba, juntaba las manos, se reía a carcajadas.
-¡Este miente pues! ¡Jo-jo-jo! ¡Yo no sabía, Shúrienka, que tú eres tal maestro en soltar la lengua! ¡Jo-jo-jo! Esto yo a ti no en reprobación. Me entretiene escucharte. Habla, habla.
-Bueno, pero hablé demasiado, -terminó el abogado, levantándose de la mesa. –Mañana es la vista, y yo todavía no he leído la causa. Adiós.
Tras acompañar al hijo a su dormitorio, el padre Sávva se entregó al éxtasis.
-¿Cómo es, ah? ¿Lo viste? –le susurró a la cocinera. –Algo pues y es… Universitario, humanista, émancipée3, y no se avergonzó de visitar al padre. Se olvidó del padre, y de pronto se acordó. Agarró y se acordó. ¡Déjame, pensó, acordarme de mi viejo rábano! ¡Jo-jo-jo! ¡Buen hijo! ¡Bondadoso hijo! ¿Y lo notaste? Es conmigo como con un igual… ve en mí a su hermano científico. Entiende, por lo tanto. Lástima, que no llamamos al diácono, le hubiera echado una mirada.
Tras abrir su alma a la vieja, el padre Sávva se acercó de puntillas a su dormitorio, y echó una ojeada por el ojo de la cerradura. El abogado estaba acostado en la cama y, fumando un puro, leía un voluminoso cuadernillo. Junto a él, en la mesita, había una botella de vino, que el padre Sávva no había visto antes.
-Yo por minutito… a ver, si estás cómodo, -empezó a farfullar el viejo, entrando a donde el hijo. -¿Está cómodo? ¿Blando? Pero si te desvistieras.
El abogado mugió y frunció el ceño. El padre Sávva se sentó a sus pies y se quedó pensativo.
-Así… -empezó después de cierto silencio. –Yo todavía pienso en tus pláticas. Por una parte, te agradezco que alegraste al viejo, pero por la otra, como padre y… y hombre instruido, no puedo callar y abstenerme de la observación. Tú, yo sé, bromeabas en la cena, pero es que, sabes, tanto la fe, como la ciencia, condenan la mentira hasta en la broma. Ujum… Tengo una tos. Ujum… Disculpa, pero yo como padre. ¿Y de dónde tienes ese vino?
-Eso lo traje conmigo. ¿Quieres? Es un buen vino, a ocho rublos la botella.
-¿O-cho? ¡Este miente pues! –juntó las manos el padre Sávva. -¡Jo-jo-jo! Pero, ¿por qué pagar ocho rublos ahí? ¡Jo-jo-jo! Yo, el mejor vino, te lo compro por un rublo. ¡Jo-jo-jo!
-Bueno, en marcha mayor, me molestas… ¡Anda!
El viejo, soltando risillas y juntando las manos, salió y cerró la puerta suavemente tras de sí. A medianoche, tras leer la “regla” y encargar a la vieja el almuerzo de mañana, el padre Sávva echó otra ojeada a la habitación del hijo.
El hijo continuaba leyendo, bebiendo y fumando.
-Es hora de dormir… desvístete y apaga la velita… -dijo el viejo, trayendo a la habitación del hijo el olor del incienso y el chamusco de la vela. –Ya son las doce… ¿Tú eso, la segunda botella? ¡Anda!
-Sin el vino no se puede padre… No te excitas, no haces la obra.
Sávva se sentó en la cama, calló un poco y empezó:
-Tal es, hermano, la historia … M-sí… No sé, si estaré vivo, si te veré otra vez, y por eso mejor, si te doy hoy mi legado… Ves… En todo el tiempo de mi servicio de cuarenta años, yo ahorré para ti mil quinientos rublos. Cuando me muera, tómalos pero…
El padre Sávva se sonó la nariz con solemnidad y continuó:
-Pero no los derroches, y guárdalos… Y te ruego, después de mi muerte, mándale a la sobrina Várienka cien rublos. Si no te da lástima, pues y a Zinaída mándale unos 20 rublos. Son huérfanas.
-Tú mándales a ellas todos los mil quinientos… No me hacen falta padre…
-¿Mientes?
-En serio… De todas formas los voy a derrochar.
-Hum… ¡Pero es que yo los ahorré! –se ofendió Sávva. –Cada kopecito lo juntaba para ti…
-Permíteme, yo pongo tu dinero bajo un cristal, como signo de amor paterno, pero así, no me hace falta… Mil quinientos, ¡fu!
-Bueno, como sabes… Si yo hubiera sabido, no los hubiera guardado, cuidado… ¡Duerme!
El padre Sávva persignó al abogado y salió. Estaba ligeramente ofendido… La actitud negligente, indiferente del hijo hacia sus ahorros de cuarenta años lo confundía. Pero la sensación de ofensa y confusión pasó con rapidez… El viejo de nuevo tuvo ganas de ir a donde el hijo a platicar, a hablar un poco a lo “científico”, a recordar el pasado, pero ya no tuvo valor para molestar al abogado ocupado. Caminó, caminó por las habitaciones oscuras, pensó, pensó, y fue al vestíbulo a echar una mirada a la pelliza del hijo. Fuera de sí, en un éxtasis paternal, tomó la pelliza con ambas manos y se puso a abrazarla, a besarla, a persignarla, como si no fuera la pelliza, sino su propio hijo, el “universitario”… No podía dormir.
1Fuite, huida, fuga, salida, derrame, escape.
2Nízhnii Nóvgorod, ciudad medieval fundada en 1221 en las riberas del río Oká, con fortaleza, monasterio e iglesia de los siglos XVI-XVII.
3Émancipée, emancipado.
Título original: Sviataya prostata (Rasskaz), publicado por primera vez en la Peterburgskaya gazieta, 1885, Nº 338, con la firma "A. Chejonté".
Al atardecer del día de la llegada, el padre y el hijo platicaban. El abogado comía, bebía y se enternecía.
-¡Y aquí en tu casa está bien, agradable! –se extasiaba éste, agitándose en la silla. –Acogedor, cálido, y huele como a algo así patriarcal. ¡Por Dios, está bien!
El padre Sávva, puestas las manos detrás y, por lo visto, jactándose ante la vieja cocinera de que tenía un hijo tan adulto y galante, caminaba junto a la mesa e intentaba, para complacer a la visita, ponerse de humor “científico”.
-Tales pues, hermano, los hechos… -decía. –Salió exactamente así, como yo quería en mi corazón: y tú y yo, ambos fuimos por el lado de la instrucción. Tú pues la universidad, y yo terminé la academia de Kíev, sí… Por la misma senda, por lo tanto… Nos entendemos el uno al otro… Sólo que no sé, cómo es ahora en las academias. En mi tiempo, la tomábamos fuerte con el clasicismo, y hasta estudiábamos lengua griega antigua. ¿Y ahora?
-No sé. Y tú, padre, tienes un acipenser sabroso. Ya estoy lleno, pero voy a comer más.
-Come, come. Tú tienes que comer más, porque tienes un trabajo intelectual, y no físico… hum… no físico… Tú eres un universitario, trabajas con la cabeza. ¿Me vas a visitar mucho tiempo?
-Yo no vine a visitarte. Yo, padre, vine a verte de casualidad, a la manera de deus ex machina. Vine aquí de gira, a defender a vuestro antiguo alcalde. Probablemente, sabes, mañana van a tener un juicio aquí.
-Así… Por lo tanto, ¿tú por el lado judicial? ¿Jurisprudente?
-Sí, soy abogado.
-Así… Dios ayude. ¿Qué rango tienes tú?
-Por Dios, no sé padre.
“Preguntar acaso sobre el salario, -pensó el padre Sávva, -pero para ellos es una pregunta indiscreta… A juzgar por la ropa, y en razón del reloj de oro, se debe suponer que cobra más de mil”.
El viejo y el abogado callaron.
-No sabía que tenías unos acipenseres así, si no hubiera venido a verte el año pasado, -dijo el hijo. –El año pasado yo estuve no lejos ahí, en vuestra ciudad de gobierno. ¡Son risibles las ciudades de ustedes aquí!
-Precisamente risibles… ¡siquiera escupe! –convino el padre Sávva. -¡Qué vas a hacer! Lejos de los centros intelectuales… los prejuicios. No penetró aún la civilización…
-No está en eso el asunto… Tú escucha, qué anécdota me salió a mí. Entro, en vuestra ciudad de gobierno, al teatro, voy a la caja por el boleto, y me dicen: “¡no va a haber espectáculo, porque todavía no se ha vendido ni un boleto!” Y yo pregunto: ¿cuán grande es vuestra colecta completa? ¡Dicen, trescientos rublos! Dígales, digo, que actúen, yo pago los trescientos… Pagué por aburrimiento los trescientos rublos, y cuando empecé a ver su drama desgarrador, pues me sentí más aburrido todavía… Ja-ja…
El padre Sávva echó una mirada desconfiada al hijo, echó una mirada a la cocinera y soltó unas risillas en el puño…
“¡Este miente pues!” –pensó.
-¿Y de dónde tú, Shúrienka, sacaste esos trescientos rublos? –preguntó con timidez.
-¿Cómo que de dónde los saqué? De mi bolsillo, por supuesto…
-Hum… ¿Y qué salario, disculpa por la pregunta indiscreta, recibes tú?
-Cómo cuándo… Un año gano unos treinta mil, y el otro no reúno ni veinte… Los años son distintos.
-“¡Este miente pues! ¡Jo-jo-jo! ¡Este miente! –pensó el padre Sávva, riendo a carcajadas y mirando amorosamente el rostro enturbiado del hijo. -¡La juventud trapalera! Jo-jo-jo… ¡Exageró, treinta mil!”
-¡Es increíble, Sáshenka! –dijo. -Disculpa pero… jo-jo-jo… ¡treinta mil! Con ese dinero se puede construir dos casas…
-¿No crees?
-No es que no crea, sino así… cómo expresarse así… tú ya mucho, éste… Jo-jo-jo… Bueno, si tú recibes tanto pues, ¿dónde metes el dinero?
-Lo gasto padre… En la capital, hermano, la vida muerde. Aquí hay que gastar mil, y allá cinco mil. Tengo caballos, juego a las cartas… me voy de juerga a veces.
-Eso es así… ¡Y si ahorraras!
-No se puede… No tengo unos nervios así, como para ahorrar… (el abogado suspiró). No puedo hacer nada conmigo. El año pasado, me compré una casa en la Poliánka por sesenta mil. ¡De todas formas es una ayuda para la vejez! ¿Y qué crees pues? No pasaron ni dos meses después de la compra, cuando la tuve que empeñar. Empeñé todo el dinerito, ¡fuite1! A veces perdía a las cartas, a veces bebía.
-¡Jo-jo-jo! ¡Este miente pues! –silbó el viejo. -¡Miente de modo entretenido!
-No miento padre.
-¿Pero acaso se puede perder o farrearse una casa?
-Se puede no ya una casa, sino beberse hasta el globo terráqueo. Mañana yo le voy a arrancar a vuestro alcalde cinco mil, pero siento que no los voy a poder llevar hasta Moscú. Ese es mi destino.
-No destino, sino planeta, -corrigió el padre Sávva, tosiendo y echando una mirada con dignidad a la vieja cocinera. –Disculpa, Shúrienka, pero yo dudo de tus palabras. ¿Por qué pues tú recibes esas sumas?
-Por el talento…
-Hum… Puede que recibas unos tres mil, pero treinta mil o, digamos, comprar una casa, disculpa… lo dudo. Pero dejemos estas porfías…. Ahora dime, ¿cómo es para ustedes en Moscú? ¿Seguro, es divertido? ¿Conocidos, tienes muchos?
-Muchos. Toda Moscú me conoce.
-¡Jo-jo-jo! ¡Este miente pues! ¡Jo-jo! Milagros y milagros cuentas, hermano.
Largo tiempo platicaron aún de esa forma el padre y el hijo. El abogado contó aún de su casamiento con una dote de cuarenta mil, describió sus viajes a Nízhnii2, su divorcio, que le costó diez mil. El viejo escuchaba, juntaba las manos, se reía a carcajadas.
-¡Este miente pues! ¡Jo-jo-jo! ¡Yo no sabía, Shúrienka, que tú eres tal maestro en soltar la lengua! ¡Jo-jo-jo! Esto yo a ti no en reprobación. Me entretiene escucharte. Habla, habla.
-Bueno, pero hablé demasiado, -terminó el abogado, levantándose de la mesa. –Mañana es la vista, y yo todavía no he leído la causa. Adiós.
Tras acompañar al hijo a su dormitorio, el padre Sávva se entregó al éxtasis.
-¿Cómo es, ah? ¿Lo viste? –le susurró a la cocinera. –Algo pues y es… Universitario, humanista, émancipée3, y no se avergonzó de visitar al padre. Se olvidó del padre, y de pronto se acordó. Agarró y se acordó. ¡Déjame, pensó, acordarme de mi viejo rábano! ¡Jo-jo-jo! ¡Buen hijo! ¡Bondadoso hijo! ¿Y lo notaste? Es conmigo como con un igual… ve en mí a su hermano científico. Entiende, por lo tanto. Lástima, que no llamamos al diácono, le hubiera echado una mirada.
Tras abrir su alma a la vieja, el padre Sávva se acercó de puntillas a su dormitorio, y echó una ojeada por el ojo de la cerradura. El abogado estaba acostado en la cama y, fumando un puro, leía un voluminoso cuadernillo. Junto a él, en la mesita, había una botella de vino, que el padre Sávva no había visto antes.
-Yo por minutito… a ver, si estás cómodo, -empezó a farfullar el viejo, entrando a donde el hijo. -¿Está cómodo? ¿Blando? Pero si te desvistieras.
El abogado mugió y frunció el ceño. El padre Sávva se sentó a sus pies y se quedó pensativo.
-Así… -empezó después de cierto silencio. –Yo todavía pienso en tus pláticas. Por una parte, te agradezco que alegraste al viejo, pero por la otra, como padre y… y hombre instruido, no puedo callar y abstenerme de la observación. Tú, yo sé, bromeabas en la cena, pero es que, sabes, tanto la fe, como la ciencia, condenan la mentira hasta en la broma. Ujum… Tengo una tos. Ujum… Disculpa, pero yo como padre. ¿Y de dónde tienes ese vino?
-Eso lo traje conmigo. ¿Quieres? Es un buen vino, a ocho rublos la botella.
-¿O-cho? ¡Este miente pues! –juntó las manos el padre Sávva. -¡Jo-jo-jo! Pero, ¿por qué pagar ocho rublos ahí? ¡Jo-jo-jo! Yo, el mejor vino, te lo compro por un rublo. ¡Jo-jo-jo!
-Bueno, en marcha mayor, me molestas… ¡Anda!
El viejo, soltando risillas y juntando las manos, salió y cerró la puerta suavemente tras de sí. A medianoche, tras leer la “regla” y encargar a la vieja el almuerzo de mañana, el padre Sávva echó otra ojeada a la habitación del hijo.
El hijo continuaba leyendo, bebiendo y fumando.
-Es hora de dormir… desvístete y apaga la velita… -dijo el viejo, trayendo a la habitación del hijo el olor del incienso y el chamusco de la vela. –Ya son las doce… ¿Tú eso, la segunda botella? ¡Anda!
-Sin el vino no se puede padre… No te excitas, no haces la obra.
Sávva se sentó en la cama, calló un poco y empezó:
-Tal es, hermano, la historia … M-sí… No sé, si estaré vivo, si te veré otra vez, y por eso mejor, si te doy hoy mi legado… Ves… En todo el tiempo de mi servicio de cuarenta años, yo ahorré para ti mil quinientos rublos. Cuando me muera, tómalos pero…
El padre Sávva se sonó la nariz con solemnidad y continuó:
-Pero no los derroches, y guárdalos… Y te ruego, después de mi muerte, mándale a la sobrina Várienka cien rublos. Si no te da lástima, pues y a Zinaída mándale unos 20 rublos. Son huérfanas.
-Tú mándales a ellas todos los mil quinientos… No me hacen falta padre…
-¿Mientes?
-En serio… De todas formas los voy a derrochar.
-Hum… ¡Pero es que yo los ahorré! –se ofendió Sávva. –Cada kopecito lo juntaba para ti…
-Permíteme, yo pongo tu dinero bajo un cristal, como signo de amor paterno, pero así, no me hace falta… Mil quinientos, ¡fu!
-Bueno, como sabes… Si yo hubiera sabido, no los hubiera guardado, cuidado… ¡Duerme!
El padre Sávva persignó al abogado y salió. Estaba ligeramente ofendido… La actitud negligente, indiferente del hijo hacia sus ahorros de cuarenta años lo confundía. Pero la sensación de ofensa y confusión pasó con rapidez… El viejo de nuevo tuvo ganas de ir a donde el hijo a platicar, a hablar un poco a lo “científico”, a recordar el pasado, pero ya no tuvo valor para molestar al abogado ocupado. Caminó, caminó por las habitaciones oscuras, pensó, pensó, y fue al vestíbulo a echar una mirada a la pelliza del hijo. Fuera de sí, en un éxtasis paternal, tomó la pelliza con ambas manos y se puso a abrazarla, a besarla, a persignarla, como si no fuera la pelliza, sino su propio hijo, el “universitario”… No podía dormir.
1Fuite, huida, fuga, salida, derrame, escape.
2Nízhnii Nóvgorod, ciudad medieval fundada en 1221 en las riberas del río Oká, con fortaleza, monasterio e iglesia de los siglos XVI-XVII.
3Émancipée, emancipado.
Título original: Sviataya prostata (Rasskaz), publicado por primera vez en la Peterburgskaya gazieta, 1885, Nº 338, con la firma "A. Chejonté".
Imagen: Ivan Kramskoy, Peasant Holding a Bridle, (Portrait of Mina Moiseyev), 1883.