V
¡Es un castigo con esta crecida! En Kolibán no me dan caballos de correo, dicen que por la orilla del Ob se inundaron las praderas, no se puede ir. Retuvieron incluso al correo, y esperan en cuanto a una disposición especial13.
El escribano de la estación me aconseja ir con los libres a cierto Viún, y de ahí a Krásnii Yár; de Krásnii Yár me llevarán en bote unas 12 vérstas hasta Dubróvin, y ahí ya me darán caballos de correo. Así hago: voy a Viún, después a Krásnii Yár… Me llevan a la casa del mujík Andrei, que tiene bote.
-¡Hay bote, hay! –dice Andrei, un mujík de unos 50 años, enjuto, con una barbita castaña. -¡Hay bote! Por la mañana temprano llevaron en éste, a Dubróvin, al escribano del jurado, y pronto va a volver. Usted espere, y tome tecito mientras.
Tomo té, después me encaramo a la montaña de edredones y almohadas… Me despierto, pregunto por el bote, aún no regresó. En el aposento, para que no haya frío, las mujeres empiezan a encender la estufa, y a propósito, de común acuerdo, hornean pan. El aposento se calentó y el pan ya se horneó, y aún no hay bote.
-¡A un tipo no confiable mandaron! –suspira el dueño, moviendo la cabeza. –No es ligero, como una mujer; debe ser , se asustó con el viento, y no va. ¡Mira pues qué viento! ¿Si tú, señor, tomaras más tecito, o qué? ¿Seguro, te es aburrido?
El tontito, con un abrigo de sayal desgarrado y descalzo, empapado por la lluvia, lleva al zaguán leña y un balde de agua. A cada rato echa una ojeada a mi aposento; muestra su cabeza desgreñada, despeinada, pronuncia algo con rapidez, muge un poco, como un ternero, y atrás. Parece que tras mirar su rostro mojado, sus ojos que no pestañean y escuchar su voz, uno mismo pronto va a empezar a delirar.
Después del mediodía, llega a casa de la dueña un mujík muy alto y muy gordo, con una ancha nuca de toro y unos puños enormes, parecido al obeso recaudador de impuestos ruso. Se llama Piótr Petróvich. Vive en la aldea vecina, y tiene ahí con el hermano cincuenta caballos, lleva a los libres, provee de tróikas a la estación de correos, ara la tierra, comercia con ganado, y ahora va a Kolibán por algún asunto comercial.
-¿Usted es de Rusia? –me pregunta.
-De Rusia.
-No estuve ni una vez. Entre nosotros aquí, el que fue a Tomsk, ya empina la nariz, como si hubiera recorrido toda la tierra. Y pronto pues, como escriben en los periódicos, nos van a tender la vía férrea. Dígame, señor, ¿cómo va a ser eso? La máquina funciona con vapor, eso yo lo entiendo bien. Pero y si, supongamos, le hace falta pasar a través del pueblo, ¡pues va a romper las isbás y aplastar a la gente!
Yo le explico, y él escucha con atención y dice: “¡Mira tú!” Por la conversación me entero, de que este hombre obeso estuvo en Tomsk, en Irkútsk, en Irbít, que él, estando ya casado, aprendió como autodidacta a leer y escribir. Al dueño, que sólo estuvo en Tomsk, lo mira con indulgencia, lo escucha sin ganas. Cuando le ofrecen o le sirven algo, dice con amabilidad: “No se moleste”.
El dueño y la visita se sientan a tomar té. La mujercita joven, esposa del hijo del dueño, les sirve té en una bandeja y hace una reverencia profunda, ellos toman las tazas y beben callados. A un costado, cerca de la estufa, hierve el samovar. Yo me trepo de nuevo a la montaña de edredones y almohadas, me acuesto y leo, después desciendo y escribo; pasa mucho tiempo, mucho tiempo, y la mujercita aún hace reverencia, y el dueño y la visita aún toman té.
-¡Be-ba! –grita en el zaguán el tontito. -¡Me-ma!
Y no hay bote. En el patio oscurece, y en el aposento encienden una vela de sebo. Piótr Petróvich me pregunta largo tiempo a dónde voy y para qué, si va a haber guerra, cuánto cuesta mi revólver, pero él también se cansa de hablar; está sentado a la mesa callado, apoya las mejillas sobre los puños y se queda pensativo. A la velita se le gasta la mecha. La puerta se abre sin ruido, entra el tontito y se sienta sobre el baúl; se descubrió los brazos hasta los hombros, y sus manos son flacas, finas, como palitos. Se sienta y clava los ojos en la velita.
-¡Vete de aquí, vete! –dice el dueño.
-¡Me-ma! –muge y, encorvándose, sale al zaguán. -¡Be-ba!
La lluvia golpea en la ventana. El dueño y la visita se sientan a comer el bodrio de pato; ambos no quisieran comer, y comen sólo así, por aburrimiento… Después, la mujer extiende en el suelo los edredones y las almohadas; el dueño y la visita se desvisten y se acuestan cerca.
¡Qué aburrimiento! Para distraerme, me traslado con mis ideas a los lugares natales, donde ya hay primavera, y la lluvia fría no golpea en la ventana, pero, como a propósito, recuerdo una vida lánguida, gris, sin provecho; parece que allá también se gastó la mecha, que allá también gritan: “¡Me-ma!, ¡be-ba!” No hay ganas de regresar.
Extiendo la pelliza en el suelo, me acuesto, y pongo a la cabecera una vela. Piótr Petróvich levanta la cabeza y me mira.
-Yo mire qué le quiero explicar… -dice a media voz, para que el dueño no oiga. –La gente aquí en Siberia es oscura, sin talento. De Rusia le traen pellizas, percal, vajillas, clavos, y ella misma no sabe hacer nada. Sólo ara la tierra y lleva a los libres, y más nada… Hasta pescar no sabe. ¡Una gente aburrida, no quiera Dios, qué aburrida! Vives con ellos, y sólo engordas sin medida, y para el alma y la mente, nada, ¡como es! ¡Da lástima ver, señor! El hombre de aquí pues, es de valor, tiene un corazón blando, no roba, no ofende, y no que muy borracho. Es oro, y no hombre; pero ves, se pierde por menos de un grosh13, sin ningún provecho, como una mosca, o digamos, como un mosquito. Pregúntele: ¿para qué vive?
-El hombre trabaja, está saciado, vestido, -digo. -¿Qué más le hace falta pues?
-De todas formas, debe entender para qué necesidad vive. ¡En Rusia seguro que entienden!
-No, no entienden.
-Eso no puede ser de ningún modo, -dice Piótr Petróvich, tras pensar un poco. –El hombre no es un caballo. Por ejemplo, nosotros, en toda Siberia, no tenemos verdad. Y si había alguna, pues ya hace tiempo que se congeló. Pero es que el hombre debe buscar esa verdad. Yo soy un mujík rico, fuerte, tengo mano con el jurado, y puedo pues, a este mismo dueño, ofenderlo mañana mismo: se me pudre en la cárcel, y sus hijos irán por el mundo. Y no me ponen ningún freno, ni a él defensa, porque vivimos sin verdad... Entonces, en la partida de nacimiento, sólo está escrito que somos personas, pero en la práctica sale que somos lobos. O pues, en el razonamiento de Dios… No es asunto de broma, es terrible, y el dueño se acuesta, y sólo se persigna la frente tres veces, como si eso fuera todo; consigue y esconde el dinero, seguro miras, y ya acumuló ochocientos, se compra unos caballos nuevos, y si se preguntara, ¿para qué todo esto? ¡Pues en el otro mundo no la tomas! Él se lo preguntaría, pero no entiende: poca mente.
Largo tiempo habla Piótr Petróvich… Pero él también termina, y ya aclara, y cantan los gallos.
-¡Me-ma! –muge el tontito. -¡Be-ba!
Y aún no hay bote.
El escribano de la estación me aconseja ir con los libres a cierto Viún, y de ahí a Krásnii Yár; de Krásnii Yár me llevarán en bote unas 12 vérstas hasta Dubróvin, y ahí ya me darán caballos de correo. Así hago: voy a Viún, después a Krásnii Yár… Me llevan a la casa del mujík Andrei, que tiene bote.
-¡Hay bote, hay! –dice Andrei, un mujík de unos 50 años, enjuto, con una barbita castaña. -¡Hay bote! Por la mañana temprano llevaron en éste, a Dubróvin, al escribano del jurado, y pronto va a volver. Usted espere, y tome tecito mientras.
Tomo té, después me encaramo a la montaña de edredones y almohadas… Me despierto, pregunto por el bote, aún no regresó. En el aposento, para que no haya frío, las mujeres empiezan a encender la estufa, y a propósito, de común acuerdo, hornean pan. El aposento se calentó y el pan ya se horneó, y aún no hay bote.
-¡A un tipo no confiable mandaron! –suspira el dueño, moviendo la cabeza. –No es ligero, como una mujer; debe ser , se asustó con el viento, y no va. ¡Mira pues qué viento! ¿Si tú, señor, tomaras más tecito, o qué? ¿Seguro, te es aburrido?
El tontito, con un abrigo de sayal desgarrado y descalzo, empapado por la lluvia, lleva al zaguán leña y un balde de agua. A cada rato echa una ojeada a mi aposento; muestra su cabeza desgreñada, despeinada, pronuncia algo con rapidez, muge un poco, como un ternero, y atrás. Parece que tras mirar su rostro mojado, sus ojos que no pestañean y escuchar su voz, uno mismo pronto va a empezar a delirar.
Después del mediodía, llega a casa de la dueña un mujík muy alto y muy gordo, con una ancha nuca de toro y unos puños enormes, parecido al obeso recaudador de impuestos ruso. Se llama Piótr Petróvich. Vive en la aldea vecina, y tiene ahí con el hermano cincuenta caballos, lleva a los libres, provee de tróikas a la estación de correos, ara la tierra, comercia con ganado, y ahora va a Kolibán por algún asunto comercial.
-¿Usted es de Rusia? –me pregunta.
-De Rusia.
-No estuve ni una vez. Entre nosotros aquí, el que fue a Tomsk, ya empina la nariz, como si hubiera recorrido toda la tierra. Y pronto pues, como escriben en los periódicos, nos van a tender la vía férrea. Dígame, señor, ¿cómo va a ser eso? La máquina funciona con vapor, eso yo lo entiendo bien. Pero y si, supongamos, le hace falta pasar a través del pueblo, ¡pues va a romper las isbás y aplastar a la gente!
Yo le explico, y él escucha con atención y dice: “¡Mira tú!” Por la conversación me entero, de que este hombre obeso estuvo en Tomsk, en Irkútsk, en Irbít, que él, estando ya casado, aprendió como autodidacta a leer y escribir. Al dueño, que sólo estuvo en Tomsk, lo mira con indulgencia, lo escucha sin ganas. Cuando le ofrecen o le sirven algo, dice con amabilidad: “No se moleste”.
El dueño y la visita se sientan a tomar té. La mujercita joven, esposa del hijo del dueño, les sirve té en una bandeja y hace una reverencia profunda, ellos toman las tazas y beben callados. A un costado, cerca de la estufa, hierve el samovar. Yo me trepo de nuevo a la montaña de edredones y almohadas, me acuesto y leo, después desciendo y escribo; pasa mucho tiempo, mucho tiempo, y la mujercita aún hace reverencia, y el dueño y la visita aún toman té.
-¡Be-ba! –grita en el zaguán el tontito. -¡Me-ma!
Y no hay bote. En el patio oscurece, y en el aposento encienden una vela de sebo. Piótr Petróvich me pregunta largo tiempo a dónde voy y para qué, si va a haber guerra, cuánto cuesta mi revólver, pero él también se cansa de hablar; está sentado a la mesa callado, apoya las mejillas sobre los puños y se queda pensativo. A la velita se le gasta la mecha. La puerta se abre sin ruido, entra el tontito y se sienta sobre el baúl; se descubrió los brazos hasta los hombros, y sus manos son flacas, finas, como palitos. Se sienta y clava los ojos en la velita.
-¡Vete de aquí, vete! –dice el dueño.
-¡Me-ma! –muge y, encorvándose, sale al zaguán. -¡Be-ba!
La lluvia golpea en la ventana. El dueño y la visita se sientan a comer el bodrio de pato; ambos no quisieran comer, y comen sólo así, por aburrimiento… Después, la mujer extiende en el suelo los edredones y las almohadas; el dueño y la visita se desvisten y se acuestan cerca.
¡Qué aburrimiento! Para distraerme, me traslado con mis ideas a los lugares natales, donde ya hay primavera, y la lluvia fría no golpea en la ventana, pero, como a propósito, recuerdo una vida lánguida, gris, sin provecho; parece que allá también se gastó la mecha, que allá también gritan: “¡Me-ma!, ¡be-ba!” No hay ganas de regresar.
Extiendo la pelliza en el suelo, me acuesto, y pongo a la cabecera una vela. Piótr Petróvich levanta la cabeza y me mira.
-Yo mire qué le quiero explicar… -dice a media voz, para que el dueño no oiga. –La gente aquí en Siberia es oscura, sin talento. De Rusia le traen pellizas, percal, vajillas, clavos, y ella misma no sabe hacer nada. Sólo ara la tierra y lleva a los libres, y más nada… Hasta pescar no sabe. ¡Una gente aburrida, no quiera Dios, qué aburrida! Vives con ellos, y sólo engordas sin medida, y para el alma y la mente, nada, ¡como es! ¡Da lástima ver, señor! El hombre de aquí pues, es de valor, tiene un corazón blando, no roba, no ofende, y no que muy borracho. Es oro, y no hombre; pero ves, se pierde por menos de un grosh13, sin ningún provecho, como una mosca, o digamos, como un mosquito. Pregúntele: ¿para qué vive?
-El hombre trabaja, está saciado, vestido, -digo. -¿Qué más le hace falta pues?
-De todas formas, debe entender para qué necesidad vive. ¡En Rusia seguro que entienden!
-No, no entienden.
-Eso no puede ser de ningún modo, -dice Piótr Petróvich, tras pensar un poco. –El hombre no es un caballo. Por ejemplo, nosotros, en toda Siberia, no tenemos verdad. Y si había alguna, pues ya hace tiempo que se congeló. Pero es que el hombre debe buscar esa verdad. Yo soy un mujík rico, fuerte, tengo mano con el jurado, y puedo pues, a este mismo dueño, ofenderlo mañana mismo: se me pudre en la cárcel, y sus hijos irán por el mundo. Y no me ponen ningún freno, ni a él defensa, porque vivimos sin verdad... Entonces, en la partida de nacimiento, sólo está escrito que somos personas, pero en la práctica sale que somos lobos. O pues, en el razonamiento de Dios… No es asunto de broma, es terrible, y el dueño se acuesta, y sólo se persigna la frente tres veces, como si eso fuera todo; consigue y esconde el dinero, seguro miras, y ya acumuló ochocientos, se compra unos caballos nuevos, y si se preguntara, ¿para qué todo esto? ¡Pues en el otro mundo no la tomas! Él se lo preguntaría, pero no entiende: poca mente.
Largo tiempo habla Piótr Petróvich… Pero él también termina, y ya aclara, y cantan los gallos.
-¡Me-ma! –muge el tontito. -¡Be-ba!
Y aún no hay bote.
Continuará...
13Las noticias regionales Akmolínskie comentan: “La primavera actual ha resultado calamitosa para la Siberia occidental: en Tomsk y por todo el alto Irtísh hay inundaciones… Una primavera inconcebible, hasta ahora hay heladas…” (1890, Nº 21).
13aGrosh, antigua moneda rusa igual a ½ kópek.
Título original: Iz Sibiri, publicado por primera vez en el periódico Novoe vremia, 1890, el 8, 9, 12, 13, 15, 18 de mayo y 20 de junio con la firma: “Antón Chejov”.
Imagen: Isaac Levitan, Deep Waters, 1892.
Imagen: Isaac Levitan, Deep Waters, 1892.