He aquí dos hechos reales sobre A.S. Dargomuízhskii, que yo oí de uno de sus admiradores y buenos conocidos, Vl. P.B-ev2.
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Sucedió que Alexánder Serguéevich y el autor de La calesa, el conde V.A. Sollogúb3, a su llegada a Moscú, se alojaron al mismo tiempo en el apartamento del sr. B.
Una vez, en el crepúsculo, el conde estaba acostado en el diván y leía algo, y el compositor estaba parado en medio de la habitación y estaba pensativo.
-Oye, Alexánder Serguéich –se dirigió el literato al compositor, –sé amigo, ponme más cerca la vela, pues no se ve nada...
-En este instante, me veo obligado a ser original –dijo Dargomuízhskii, tomando la vela de la cómoda y poniéndola en la mesita, ante V.A. Sollogúb. –Comúnmente, yo pongo velas ante las imágenes, pero ahora me veo obligado a poner una vela ante uno que se imagina...
Una vez, en el crepúsculo, el conde estaba acostado en el diván y leía algo, y el compositor estaba parado en medio de la habitación y estaba pensativo.
-Oye, Alexánder Serguéich –se dirigió el literato al compositor, –sé amigo, ponme más cerca la vela, pues no se ve nada...
-En este instante, me veo obligado a ser original –dijo Dargomuízhskii, tomando la vela de la cómoda y poniéndola en la mesita, ante V.A. Sollogúb. –Comúnmente, yo pongo velas ante las imágenes, pero ahora me veo obligado a poner una vela ante uno que se imagina...
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En un tiempo, al aprensivo A.S. le parecía que la sección moscovita de la Sociedad de música rusa, con N.G. Rubinstein a la cabeza, abrigaba hacia él sentimientos hostiles, y empezó a evitar los encuentros con el director de la Sociedad; y en los encuentros, a la mínima hostilidad, respondía con frialdad y sequedad. Tras advertir en el amigo tal cambio, N.G. Rubinstein se perdió en conjeturas por completo, y al final de todo lo achacó a una suerte de chisme.
-¡Qué puedo hacer! –no acababa de entender éste una vez, platicando con el sr. B-ov. –Dargomuízhskii se desmandó por completo. Es frío, me mira con cara de pocos amigos, me evita... ¿Qué le hice? ¿Por qué está enojado conmigo?
-Y tú explícate con él –le aconsejó el sr. B.
-¿Y dónde puedo yo explicarme con él? ¿Y cómo? ¡Él me huye!
-Espera, yo voy a arreglar eso. Lo voy a llamar a mi casa, y tú vienes y te explicas con él... Tú acércate a él, y sabes, así, amistosamente, tómalo de la mano y dile: “¿Querido mío, de dónde esa frialdad? Pues usted sabe, que yo siempre lo quise tanto, estimé tanto su talento...” y todo en ese mismo género, después abrázalo y bésalo... amistosamente... ¡Se va a aplanar!
N.G. Rubinstein adoptó ese plan por completo... Hay que decir, que el finado A.S. no podía soportar besarse con los hombres.
-Con la mujer todavía, así o asao –decía él, -pero con el hombre, ¡pues vete al diablo!
Para enojar a A.S. y sacarlo de sus cabales, era suficiente que alguno de los representantes del no bello sexo se le acercara de modo solapado, y lo besara en la mejilla ruidosamente...
-¡Imbécil! –juraba él, limpiando con su manga el lugar del beso. -¡Imbécil! ¡Estúpido!
El encuentro fue arreglado.
-¡Querido mío! –empezó N.G. Rubinstein, tomando de la mano al compositor. –Dígame, por Dios, ¿por qué está enojado conmigo? ¿Qué le hice de malo? Al contrario, yo siempre lo quise, estimé su talento...
Y N.G. abrazó a A.S. y, con rapidez, lo besó en los labios. Cuál no sería su asombro cuando A.S., en lugar de aplanarse, se escapó del abrazo de N.G. y, escapando de la habitación, soltó en dirección del director de la Sociedad y del sr. B-nov un imponente “imbéciles”.
Posteriormente, cuando la paz fue instaurada, este encuentro, arreglado por el sr. B. por diversión, hizo reír largo tiempo tanto a N.G., como al mismo A.S.
1Alexánder Dargomuízhskii, compositor, uno de los fundadores de la escuela de música clásica rusa, autor de las óperas La sirena, Esmeralda y El triunfo de Baco.
2Vladímir Biéguichev, inspector de repertuario y director de los teatros imperiales moscovitas.
3Vladímir Sollogúb, conocido literato, colaborador de la revista Apuntes patrios en los tiempos de V.G. Bielínskii, y más tarde de El contemporáneo.
Título original: Koe chto ob A.S. Dargomuizhskom, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1885, Nº 20, con la firma: “A. Ch”.
Imagen: Ilya Repin, Portrait of the Composer Anton Rubinstein, 1887.
-¡Qué puedo hacer! –no acababa de entender éste una vez, platicando con el sr. B-ov. –Dargomuízhskii se desmandó por completo. Es frío, me mira con cara de pocos amigos, me evita... ¿Qué le hice? ¿Por qué está enojado conmigo?
-Y tú explícate con él –le aconsejó el sr. B.
-¿Y dónde puedo yo explicarme con él? ¿Y cómo? ¡Él me huye!
-Espera, yo voy a arreglar eso. Lo voy a llamar a mi casa, y tú vienes y te explicas con él... Tú acércate a él, y sabes, así, amistosamente, tómalo de la mano y dile: “¿Querido mío, de dónde esa frialdad? Pues usted sabe, que yo siempre lo quise tanto, estimé tanto su talento...” y todo en ese mismo género, después abrázalo y bésalo... amistosamente... ¡Se va a aplanar!
N.G. Rubinstein adoptó ese plan por completo... Hay que decir, que el finado A.S. no podía soportar besarse con los hombres.
-Con la mujer todavía, así o asao –decía él, -pero con el hombre, ¡pues vete al diablo!
Para enojar a A.S. y sacarlo de sus cabales, era suficiente que alguno de los representantes del no bello sexo se le acercara de modo solapado, y lo besara en la mejilla ruidosamente...
-¡Imbécil! –juraba él, limpiando con su manga el lugar del beso. -¡Imbécil! ¡Estúpido!
El encuentro fue arreglado.
-¡Querido mío! –empezó N.G. Rubinstein, tomando de la mano al compositor. –Dígame, por Dios, ¿por qué está enojado conmigo? ¿Qué le hice de malo? Al contrario, yo siempre lo quise, estimé su talento...
Y N.G. abrazó a A.S. y, con rapidez, lo besó en los labios. Cuál no sería su asombro cuando A.S., en lugar de aplanarse, se escapó del abrazo de N.G. y, escapando de la habitación, soltó en dirección del director de la Sociedad y del sr. B-nov un imponente “imbéciles”.
Posteriormente, cuando la paz fue instaurada, este encuentro, arreglado por el sr. B. por diversión, hizo reír largo tiempo tanto a N.G., como al mismo A.S.
1Alexánder Dargomuízhskii, compositor, uno de los fundadores de la escuela de música clásica rusa, autor de las óperas La sirena, Esmeralda y El triunfo de Baco.
2Vladímir Biéguichev, inspector de repertuario y director de los teatros imperiales moscovitas.
3Vladímir Sollogúb, conocido literato, colaborador de la revista Apuntes patrios en los tiempos de V.G. Bielínskii, y más tarde de El contemporáneo.
Título original: Koe chto ob A.S. Dargomuizhskom, publicado por primera vez en la revista Budilnik, 1885, Nº 20, con la firma: “A. Ch”.
Imagen: Ilya Repin, Portrait of the Composer Anton Rubinstein, 1887.