lunes, 21 de enero de 2008

La boda con el general (Cuento)


El contra-almirante retirado, Rievúnov-Karaúlov, pequeño, viejecito y mohoso, venía una vez del mercado y llevaba por las branquias un lucio vivo. Tras él caminaba su cocinera Uliána, llevando bajo el sobaco un cucurucho de zanahorias y una cajetilla de tabaco en hojas, que el honorable almirante empleaba “contra las chinches, las pulgas (la misma polilla), las cucarachas y restantes infusorios, que viven en el cuerpo del ser humano y en su vivienda”.
-¡Tío! ¡Philip Ermílich! –oyó de pronto, al doblar hacia su callejón. -¡Y yo recién estuve en su casa, toqué toda una hora! ¡Qué bueno que no nos cruzamos!
El contra-almirante levantó los ojos, y vio delante de sí a su sobrino Andriúsha Niúnin, un joven que servía en la sociedad de seguros Drián.
-Tengo un ruego para usted, -continuó el sobrino, estrechando la mano del tío y adquiriendo por eso un fuerte olor a pescado. –Nos sentamos en el banquito, tío… Así mismo… Bueno, el asunto es este… Hoy se casa mi buen amigo y compinche, cierto Liubímskii… un hombre, hablando entre nosotros, honradísimo… ¡Pero usted, tío, ponga el lucio! ¿Cómo le va a ensuciar el capote?
-Eso no es nada… Una basura de pescado, vale un grosh, pero entre tanto el caviar, ¡es asombroso! Le rajas la panza, le sacas el caviar de ahí, lo mezclas, ¿sabes?, con pan rallado, cebolla, pimienta ¡y venga, vamos a disfrutar!
-Un hombre honradísimo… Sirve de tasador en una caja de ahorro, pero no piense que es algún mequetrefe o un valet… En las cajas de ahorro ahora, sirven hasta las damas nobles… La familia, le puedo asegurar… el padre, la madre y demás… una gente excelente, contentos así, religiosos… En una palabra, una familia rusa, patriarcal, con la que va a estar encantado… Liubímskii se casa con una huérfana, por amor… ¡Una gente buena!.. Así pues, ¿no puede acaso usted, querido tío, hacerle el honor a esa familia, y presentarse hoy en su casa, en la cena nupcial?
-Pero es que yo, este… ¡no los conozco! ¿Cómo voy a ir?
-¡Eso no significa nada! ¡No es ir pues, a casa de un barón o un conde! Son gente sencilla, sin ninguna etiqueta… Natura rusa: ¡tengan la bondad, todos los conocidos y los no conocidos! Y además pues… yo a usted, con franqueza… una familia patriarcal, con distintos prejuicios, fantasías… Es hasta risible… ¡Quieren terriblemente, que en la boda esté presente un general! ¡No les hacen falta mil rublos, sólo siéntele en su mesa a un general! Convengo, una vanidad groshera, un prejuicio, pero… pero, ¿por qué pues no darles ese gusto inocente? Además de que a usted, no le va a ser tan aburrido… A propósito para usted, guardaron una botella de zimliánskoe y una latita de langosta… Y va a brillar, hablando con franqueza. Ahora su rango se pierde en vano, está como hundido en la tierra, y nadie siente que usted es de ese título, y allí, por lo menos, ¡todos van a entender! ¡Sí, por Dios!
-Pero, ¿acaso eso va a ser decente para mí, Andriúsha? –preguntó el contra-almirante, mirando a un cochero de modo pensativo. –Yo, sabes, lo voy a pensar…
-Es extraño, ¿sobre qué se puede pensar ahí? ¡Vaya, eso es todo! Y en cuanto a la decencia, pues es hasta ofensivo… ¡Como si yo pudiera llevar a mi tío carnal a un lugar indecente!
-Es posible… Como sepas…
-Así, voy a pasar por usted a la noche… A eso de las once, tardecito, para llegar, precisamente, a la cena… a lo aristocrático…
A las 11 Niúnin pasó por el tío. Rievúnov-Karaúlov se puso su uniforme y pantalón de bandas doradas, se prendió las órdenes y se fueron. La cena nupcial ya había empezado cuando el lacayo, alquilado a una taberna, le quitaba al almirante el paletó con capucha, y la madre del novio, la sra. Liubímskaya, al recibirlo en el vestíbulo, entornaba los ojos hacia él.
-¿El general? –suspiró ella, mirando de modo inquisitivo a Andriúsha, que se quitaba el paletó y hacía una reverencia. –Mucho gusto, su excelencia… Pero qué poco presentable… abandonado… Hum… Ninguna severidad en el aspecto, y hasta no tiene charreteras… Hum… Bueno, es lo mismo, no hay que darle vueltas pues, como Dios nos lo dio… Así y será, ¡dígnese, su excelencia! Gracias a Dios, siquiera tiene bastantes órdenes…
El contra-almirante levantó la barbilla recién afeitada, tosió de modo imponente y entró a la sala… Ahí se presentó a su vista un cuadro, capaz de ablandar y convertir en ceniza, incluso, a una piedra. En medio de la sala había una gran mesa, cubierta de fiambres y botellas… En la mesa, en el lugar más visible, estaba sentado el novio, Liubímskii, con frac y guantes blancos. En su rostro sudado nadaba una sonrisa. Evidentemente, le regocijaban no tanto los eminentes manjares, como el saborear de antemano los inminentes placeres conyugales. Junto a él estaba sentada la novia con ojos llorosos y una expresión de extrema inocencia en el rostro. El contra-almirante entendió enseguida que era virtuosa. Todos los puestos restantes estaban ocupados por visitantes de ambos sexos.
Los visitantes miraron de soslayo a los entrantes, se limpiaron los labios con deferencia y se levantaron.
-¡Permítame presentarle, su excelencia! El recién casado, Epaminónd Sávvich Liubímskii, con su esposa… Iván Ivánich Yát, servidor del telégrafo… Un extranjero de título griego, por la parte de la pastelería, Jarlámpii Spiridónich Dímba… Fiódor Yákovlievich Napoleónov y… restantes… ¡Siéntese, su excelencia!
El contra-almirante tosió un poco, se sentó y al instante se acercó el arenque.
-¿Cómo lo reportó? –se dirigió en susurro la dueña a Andriúsha, echando miradas sospechosas y preocupadas al venerable visitante. –Yo le pedí un general, y no este… ¿cómo se?.. un contra… contra…
-Contra-almirante… Pero usted no entiende, Nastásia Timoféevna. Por cuanto, al consejero civil activo, de rango civil, le corresponde en la tabla de rangos el general-mayor, por tanto el contra-almirante corresponde al consejero civil activo... La diferencia está sólo en las secciones; en esencia pues, es el mismo diablo… El mismo precio.
-Sí, sí… -confirmó Napoleónov. –Es correcto…
La dueña se calmó y puso delante del contra-almirante una botella de zimliánskoe.
-¡Coma, su excelencia! Disculpe sólo, por favor… Ahí, en su casa, usted está acostumbrado a las delicadezas, ¡y en nuestra casa es tan sencillo!
-Sí-i… -empezó el contra-almirante después de un silencio prolongado. –Antaño la gente vivía siempre de modo sencillo, y estaba satisfecha… Yo soy un hombre que tengo rango, y pues vivo de modo sencillo…
-¿Hace tiempo que está retirado, su excelencia?
-Desde el año 1865… Antaño todo era sencillo… Bueno…
El almirante dijo “bueno”, cobró aliento y vio en ese momento a un guardia marino, sentado frente a él.
-¿Usted, este… en la flota, por lo tanto? –preguntó.
-¡Así mismo, su excelencia!
-Ajá… Así… Seguro, ahora todo se hace a lo nuevo, no así como era en nuestros tiempos… Ahora todos son de cuerpo blanco, velludos… Por lo demás, el servicio en la flota siempre fue difícil… Eso no es lo que una infantería cualquiera o, pongamos, la caballería… En la infantería no hay nada intelectual. Ahí hasta un mujík entiende, cómo y qué… ¡Y pues, yo y usted, joven, noo! ¡Bromeas! Yo y usted tenemos sobre qué pensar… Cada palabra mínima tiene, así decir, su secreto… eh… su equívoco… Por ejemplo: ¡los vigías a los obenques, al foque y a la vela mayor! ¿Qué significa eso? Eso significa, que los que están puestos para fijar los juanetes, deben estar seguro, en ese tiempo, en las gavias, de otro modo hay que ordenar: ¡los vigueros a los obenques! Ahí es ya otro sentido… Je-je… ¡Una finura, qué tu matemática! Y pues, si va viento en popa… Dios me dé memoria… ¡Al juanete y al sobrejuanete! Ahí los vigías, que están puestos para dar las gavias y los sobrejuanetes, corren con toda el alma de las gavias a las vigas y las contravigas, después… Dios me dé memoria… se reparten por las perchas y fijan las velas mencionadas, y en ese tiempo, ¿entiende?, ¡en ese mismo tiempo!, la gente que está abajo, se pone para la verga y las escotas de la botavara, las drizas y las brazas.
-¡A la salud de los muy estimados visitantes! –proclamó el novio.
-Sí-i, -interrumpió el contra-almirante, levantándose y chocando la copa. –Acaso son pocas las diversas órdenes… Y pues, siquiera tomar esta… Dios me dé memoria… ¡¡estirar la verga y las escotas de la botavara, izar las drizas!! Bieen… Pero, ¿qué significa eso, y qué sentido hay ahí? ¡Muy sencillo! Estiran, sabe, la verga y las escotas de la botavara, e izan las drizas… ¡todo de pronto! Además, igualan las escotas de la botavara y las drizas de la botavara al izarlas, y en ese tiempo, según la necesidad, pisan las brazas de esas velas; y cuando ya, por lo tanto, las escotas están estiradas y todas las drizas izadas hasta su lugar, pues se estiran las vergas y las brazas de la botavara, y las perchas se bracean conforme a la dirección del viento…
-¡Tío! –susurró Andriúsha. –La dueña le ruega hablar de alguna otra cosa. Eso los visitantes no lo entienden, y… es aburrido.
-Espera… Me alegra, que encontré al joven… ¡Joven! Yo siempre deseé y… deseo… ¡De alma deseo! Dios me dé… Me agrada… Sí-i… Y pues, si la nave va ceñida a bolina, bordada a estribor, a toda vela, excepto la vela mayor, pues, ¿qué es menester ordenar? Muy sencillo… Dios me dé memoria… ¡Todos arriba, virar contra viento en popa! ¿Pues es así? Je-je…
-¡Basta, tío! –susurró Andriúsha.
Pero el tío no se calmaba. Gritaba orden tras orden, y cada grito ronco suyo, lo explicaba con un largo comentario. Se acercaba ya el final de la cena, y entre tanto, por su bondad, no se había dicho aún ni un brindis largo, ni un discurso. Iván Ivánich Yat, al que ya hacía tiempo le colgaba de la lengua un discurso florido, empezó a moverse en la silla con inquietud, a arrugarse y a susurrar con los vecinos. En un momento del postre, en que el general se atragantó con un zimliánskoe y empezó a toser, aprovechó la pausa, se levantó y empezó:
-En el día de hoy, así decir… Hum… en que nos hemos reunido, para honrar a nuestro amado…
-Sí-i… -lo interrumpió el almirante. -¡Y pues, hay que recordar todo eso! Por ejemplo… Dios me dé memoria… ¡soltar las cuerdas y las jarcias, los backestays a estribor por la gavia!
-Nosotros somos gente oscura, su excelencia, -dijo la ama, -no entendemos nada de eso, y usted cuéntenos mejor algo que nos competa…
-Ustedes no entienden, porque son… ¡términos! ¡Por supuesto! Y el joven entiende… Sí. Recordé con él los tiempos de antaño... ¡Y pues es agradable, joven! Navegas por el mar a gusto, sin saber de penas, y…
Al almirante se le saltaron las lágrimas, y empezó a hablar con voz trémula:
-Por ejemplo… Dios me dé memoria… ¡Iza el foque, suelta la brasa, pon el foque y las jarcias de la vela mayor!
El almirante se enjugó los ojos, sollozó y continuó:
-Ahí ahora izan las drizas de los foques, bracean la vela-gavia y las demás, que están sobre ésta; el velamen a la bolina, y después ponen en su lugar el foque y las jarcias de la vela mayor, estiran las escotas y sacan las jarcias… Llo… lloro… Me alegra…
-¡Un general, y arma escándalo! –estalló la ama. -¡Si le diera vergüenza a su edad avanzada! ¡Nosotros, a usted, no le pagamos dinero para eso, para que arme escándalo!
-¿Cuál dinero? –abrió los ojos el contra-almirante.
-Se sabe cual… ¡Seguro ya recibió, a través de Andréi Ilích, un cuarto! ¡Y para usted, Andréi Ilích, es pecado! Nosotros no le pedimos alquilar uno así…
El viejo echó una mirada al sonrojado Andriúsha, a la ama, y entendió todo. El “prejuicio” de la familia patriarcal, del que le había hablado Andriúsha, se presentó ante él en toda su vileza... En un segundo se le fue la ebriedad… Se levantó de la mesa, fue a pasitrote al vestíbulo y, tras vestirse, salió…
Más nunca fue a una boda.

Título original: Svadba s generalom (Rasskaz), publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 50, con la firma "A. Chejonté".
Imagen: Valentin Serov, Portrait of Grand Duke Mikhail Nikolayevich, 1900.