A medida que progresó el pensamiento humano, se elaboraron, junto a otras cuestiones esenciales, los métodos de conquista de las mujeres ajenas. Estos métodos pueden servir de excelente medición del desarrollo humano. Mientras más fino y agraciado el método, más completa la persona, y al revés. Dejando a un lado los métodos utilizados por los salvajes australianos y los mercaderes moscovitas, todos los métodos utilizados en la actualidad se pueden resumir, fácilmente, en unos cuantos tipos definidos.
El más corriente y utilizado es el viejo método, conocido por las personas virtuosas en las novelas. Ahí, en primer plano, está la expresión lánguida del rostro, la mirada misteriosa-ardiente, el acompañar, “el entenderse el uno al otro sin palabras”, el sentarse juntos en el diván por horas enteras, las romanzas, las esquelas y restante cannetille2. La señora “soporta” al suspirador a su alrededor, se ríe de él junto con el marido, pero se fue el marido, chichisbea, no bosteces: la señora cae “fatalmente”, y ruega no decir a nadie. Este método es muy querido y estimulado por las señoras de 26-35 años. Es fácil, y por eso lo utilizan a menudo las personas no inventivas, los jóvenes y los pobres de espíritu. Está muy en boga entre los funcionarios de deslinde inferiores, los ferroviarios menores y restantes junkers.
El método de los primos. Ahí la traición es no premeditada. Sucede sin preámbulo, sin preparación, de modo imprevisto, por sí misma, en algún lugar en una casa de campo o en una carroza, bajo la influencia de un champagne bebido sin cuidado o de una noche de luna maravillosa.
El método de la teoría de la hermandad indigente: pida y se le dará. Sin comprobar si le gusta a ella o no usted, desde el primer abzug3, empieza a pegársele como una hoja de baño, como una bardana… No se aparta de ella ni un paso y, en este sentido, rivaliza con su sombra: ella desde usted, usted hacia ella… Los cumplidos, las amabilidades, las declaraciones de amor son su discurso. Usted suplica, jura, promete suicidarse… Se le rien en la cara, lo rechazan, lo desprecian, lo asustan con la cólera del marido pero, de todas formas, usted va adelante con valentía. Aprovechando el momento oportuno cae de rodillas, se aprieta a su mano… Ella se enciende, escupe, lo abofetea, pero usted no da marcha atrás… Como un verdadero indigente, continúa ofreciéndole la pelliza, sirviéndole en la cena, echándole miradas suplicantes a los ojos… Finalmente, le niegan la casa con rudeza. Pero eso tampoco es una desgracia. Usted tiene aún de reserva el bombardeo de cartas y el envío de terceras personas. Y además pues, donde quiera que ella esté fuera de la casa, lo ve por todas partes: en el teatro, en las carreras, en las reuniones… “¡Deme una limosna!” le suplican sus ojos. Y demás. Pasa medio año, un año… y la roca se quiebra. Al final de todo, o se acostumbran a usted, o le dan la limosna sólo para zafarse… Lo principal, hay que recordar que aqua cavat lapidem non vi, sed saepe cadendo4…
El método aturdidor, cuando usted toma a la mujer por asalto, sea lo que sea, sin escatimar ni valentía ni descaro. Ahí actúa a la ventura, directo y… si no sale volando por la ventana del tercer piso, o no se rompe la crisma rodando hacia abajo por la empinada escalera, pues se le puede felicitar por el éxito total. Las mujeres, en general, no están en contra de los momentos aturdidores.
El método a la conde Nulin5, no raramente practicado por los tenientes y los abogados viajeros, que van al congreso de jueces de paz. De cien casos no se logran sólo 5, y eso por causas ajenas a la redacción.
El método fino. El más inteligente, zahiriente y peligroso para los maridos. Lo entienden sólo los psicólogos y los conocedores del corazón femenino. Con este método usted, al conquistar a la mujer de alguien, se mantiene lo más lejos posible de ésta. Al sentir atracción hacia ella, una especie de afección6, deja de visitar su casa, se encuentra con ella lo menos posible, de pasada… Ahí usted actúa a distancia. Todo el asunto está en una especie de hipnotismo.
Ella no debe verlo, pero debe sentirlo, como el conejo siente la mirada de la boa. La hipnotiza no con la mirada, sino con el veneno de su lengua; además, como mejor cable trasmisor puede servir el propio marido…
Aquí usted encuentra al marido en algún lugar, en un club o un teatro…
-¿Y cómo anda su esposa? –le pregunta entre tanto. -¡Una mujer gentilísima! ¡Me gusta terriblemente! ¡O sea, el diablo sabe cómo me gusta!
-Hum… ¿Por qué pues le gustó tanto? –pregunta el esposo satisfecho.
-¡¿Y usted aún pregunta?! Una criatura encantadora, poética… Por lo demás, ustedes los maridos, los prosistas, no entienden... ¡Entienda que es la mujer ideal! ¡Yo me alegro por usted! ¡Precisamente, en nuestra época, nos hacen falta mujeres así… precisamente así! ¡Una bella, llena de vida y de verdad, sincera, y al mismo tiempo misteriosa!.. Esas mujeres, si aman, pues ya aman con fuerza, con todo el ardor… y demás…
El esposo ese mismo día, al acostarse a dormir, no va a resistir no decirle a su mujer:
-Vi a Piótr Ivánich… Te elogió terriblemente. Y eres una bella, y misteriosa… y como que eres capaz de amar de un modo peculiar… Habló hasta por los codos… Ja-ja…
Un poco después, usted de nuevo se esfuerza por encontrarse con el esposo.
-A propósito, gentil mío… -le dice. –Pasó por mi casa ayer un pintor… Recibió, de cierto príncipe, un encargo: pintar por 2000 rub. la cabeza de la típica bella rusa. Me pidió buscarle una modelo. Se lo quería enviar a su mujer, pero me dio vergüenza… Y su mujer convendría justamente. ¡Una cabeza preciosa!
Hay que ser un esposo demasiado descortés para no trasmitir eso a su mujer. Por la mañana, la mujer se mira largo tiempo en el espejo y piensa:
“¡¿De dónde sacó él que yo tengo una cara puramente rusa?!”
Después de esto, al echar una mirada al espejo ella, cada vez, piensa en usted. Entre tanto, sus encuentros imprevistos con su marido continúan. Después de uno de los encuentros, el marido llega a la casa y empieza a escrutar el rostro de su mujer.
-¿Qué me miras tanto? –pregunta ella.
-Y ese excéntrico, Piótr Ivánich, halló como que tú tienes un ojo más oscuro que el otro. ¡Yo no hallo eso, aunque me mates!
La mujer de nuevo al espejo.
-Vi en el teatro a Piótr Ivánich, -dice el marido después del octavo o noveno encuentro. -¡Me pide disculpas, por que no puede venir a verte: ¡no hay tiempo! ¡Un excéntrico, por Dios! Se me pegó como con un cuchillo a la garganta: “¿Por qué su mujer no ingresa a la escena? ¡Con esa, así decir, presencia, con ese desarrollo y saber sentir, es un pecado vivir en la casa!” Ja-ja… ¡Te le diste! “Si yo, dice, no estuviera ocupado, se la quitaría…” Qué pues, digo, quítemela… “¡Usted, dice, no la entiende! ¡A ella hay que entenderla! Es, dice, una natura poco corriente, que busca una salida!” Ja-ja… Bueno, pienso, si vivieras un poco con ella, así otra cosa cantarías…
Y de la pobre mujer se apodera, gradualmente, el ansia apasionada de encontrarse con usted. Usted es el único hombre que la entendió, y sólo a usted puede contarle muchas cosas… ¡muchas cosas! Pero usted, con terquedad, no va a su casa y no se aparece ante sus ojos. Ella no lo ve hace tiempo, pero su veneno torturantemente dulce ya la envenenó. El marido, bostezando, le trasmite sus palabras, y a ella le parece que lo oye a usted, que ve el brillo de sus ojos…
Llega la hora de pescar el momento. Una de las noches, el marido llega a la casa y le dice a su mujer:
-Me encontré ahora con Piótr Ivánich… Está aburrido… Se queja de que lo venció la tristeza. “Por la tristeza, dice, no voy ni a la casa, paseo toda la noche por el boulevard N-skii…” ¡Un excéntrico!
La mujer está que arde… Quisiera apasionadamente ir al boulevard N-skii y echar una mirada, siquiera con un ojo, al hombre que supo entenderla tan bien, y que ahora, por algo, está triste. ¿Quién sabe? Si ella hablara un poco con él ahora, si le dijera unas dos palabras de consuelo, acaso él dejaría de sufrir…
“Pero eso es absurdo… imposible”, -piensa ella.
Tras esperar a que se duerma el marido, ella levanta su cabeza caliente, se lleva el dedo a los labios y piensa. ¿Qué, si se arriesga a salir ahora de la casa? Después se podrá mentir algo, decir que corrió a la botica, al dentista…
-¡Voy a ir! –decide.
Su plan ya está listo: hasta el boulevard en coche, en el boulevard pasará por el lado de él, le echará una mirada y atrás… Con eso no se comprometerá ella, ni al marido… Y se viste, sale en silencio de la casa y se apresura al boulevard. El boulevard está oscuro, desierto… Pero ella ve la silueta de alguien. Ese debe ser él… Con todo el cuerpo temblando, se acerca a usted con lentitud… usted va hacia ella… Por un instante, están parados en silencio y se miran el uno al otro a los ojos… Pasa otro instante de silencio y… el conejo, sin reservas, cae en las fauces de la boa.
1Sobre este texto, el censor P.G. Svatkóvskii escribe en su informe al Comité de censura de San Petersburgo: “Este artículo expone, en forma de broma, varios métodos de conquista de las mujeres ajenas. A pesar, no obstante, del tono de broma, ante la inmoralidad del mismo tema, las escenas indecentes, voluptuosas, y las alusiones cínicas, el censor estimaría no permitir su publicación” (Obras, t. 4, pag. 652).
Nikolai Léikin escribe a Chejov el 17 de enero de 1886: “Le informo algo increíble: el censor no se decidió a dejar pasar su artículo Para advertencia de los maridos, y lo dejó hasta su revisión en la asamblea general del Comité, lo que significa en lenguaje común: el artículo murió para Retazos… ¿Cuál es la causa de que el artículo no pasó?: sólo abro los brazos. Pienso, que acaso hallaron ahí cinismo y obscenidad, que ahora han ordenado a los censores perseguir con severidad… Vamos a esperar hasta el miércoles, cuando se reúna el Comité. Si éste deja pasar su artículo, lo publicamos en el Nº 4; si no, le enviaré la corrección, y usted, tras rescribir el artículo, lo colocará en La gaceta de Peters.” (Ibid., pag. 652).
Escribe Nikolai Léikin a Chejov días más tarde: “El artículo no pasó en el Comité tampoco. El motivo: por cinismo y obscenidad (!!!). El artículo usted no lo perderá. Rescríbalo, envíelo a La gaceta de Peters., y allí será publicado. Pero rescríbalo con seguridad, y no lo envíe en la corrección, no lo publicarán por temor” (26 de enero de 1886, Ibid., pag. 652).
Víctor Bilíbin, secretario de Retazos, escribe a Chejov en broma: “¡El ataque a las mujeres el censor no lo dejó pasar! ¿Ah?.. Así le hace falta a usted. Y todavía se dispone a casarse” (23 de enero de 1886, Ibid., pag. 652).
Chejov responde a Víctor Bilíbin el 1 de febrero de 1886: “Su alegría maligna con motivo de El ataque a los maridos, prohibido por la censura, le hace a usted honor. Le estrecho la mano. Pero, por lo menos, cobrar 65 rub. en lugar de 55, sería mucho más agradable. En venganza de la censura y de todos los que se alegran con malicia de mi pena, yo inventé con los amigos la Sociedad de la puesta de cuernos. El estatuto ya fue enviado a confirmación. Como presidente fui elegido yo, por mayoría de 14 contra 3” (Ibid., pags. 652-653).
El más corriente y utilizado es el viejo método, conocido por las personas virtuosas en las novelas. Ahí, en primer plano, está la expresión lánguida del rostro, la mirada misteriosa-ardiente, el acompañar, “el entenderse el uno al otro sin palabras”, el sentarse juntos en el diván por horas enteras, las romanzas, las esquelas y restante cannetille2. La señora “soporta” al suspirador a su alrededor, se ríe de él junto con el marido, pero se fue el marido, chichisbea, no bosteces: la señora cae “fatalmente”, y ruega no decir a nadie. Este método es muy querido y estimulado por las señoras de 26-35 años. Es fácil, y por eso lo utilizan a menudo las personas no inventivas, los jóvenes y los pobres de espíritu. Está muy en boga entre los funcionarios de deslinde inferiores, los ferroviarios menores y restantes junkers.
El método de los primos. Ahí la traición es no premeditada. Sucede sin preámbulo, sin preparación, de modo imprevisto, por sí misma, en algún lugar en una casa de campo o en una carroza, bajo la influencia de un champagne bebido sin cuidado o de una noche de luna maravillosa.
El método de la teoría de la hermandad indigente: pida y se le dará. Sin comprobar si le gusta a ella o no usted, desde el primer abzug3, empieza a pegársele como una hoja de baño, como una bardana… No se aparta de ella ni un paso y, en este sentido, rivaliza con su sombra: ella desde usted, usted hacia ella… Los cumplidos, las amabilidades, las declaraciones de amor son su discurso. Usted suplica, jura, promete suicidarse… Se le rien en la cara, lo rechazan, lo desprecian, lo asustan con la cólera del marido pero, de todas formas, usted va adelante con valentía. Aprovechando el momento oportuno cae de rodillas, se aprieta a su mano… Ella se enciende, escupe, lo abofetea, pero usted no da marcha atrás… Como un verdadero indigente, continúa ofreciéndole la pelliza, sirviéndole en la cena, echándole miradas suplicantes a los ojos… Finalmente, le niegan la casa con rudeza. Pero eso tampoco es una desgracia. Usted tiene aún de reserva el bombardeo de cartas y el envío de terceras personas. Y además pues, donde quiera que ella esté fuera de la casa, lo ve por todas partes: en el teatro, en las carreras, en las reuniones… “¡Deme una limosna!” le suplican sus ojos. Y demás. Pasa medio año, un año… y la roca se quiebra. Al final de todo, o se acostumbran a usted, o le dan la limosna sólo para zafarse… Lo principal, hay que recordar que aqua cavat lapidem non vi, sed saepe cadendo4…
El método aturdidor, cuando usted toma a la mujer por asalto, sea lo que sea, sin escatimar ni valentía ni descaro. Ahí actúa a la ventura, directo y… si no sale volando por la ventana del tercer piso, o no se rompe la crisma rodando hacia abajo por la empinada escalera, pues se le puede felicitar por el éxito total. Las mujeres, en general, no están en contra de los momentos aturdidores.
El método a la conde Nulin5, no raramente practicado por los tenientes y los abogados viajeros, que van al congreso de jueces de paz. De cien casos no se logran sólo 5, y eso por causas ajenas a la redacción.
El método fino. El más inteligente, zahiriente y peligroso para los maridos. Lo entienden sólo los psicólogos y los conocedores del corazón femenino. Con este método usted, al conquistar a la mujer de alguien, se mantiene lo más lejos posible de ésta. Al sentir atracción hacia ella, una especie de afección6, deja de visitar su casa, se encuentra con ella lo menos posible, de pasada… Ahí usted actúa a distancia. Todo el asunto está en una especie de hipnotismo.
Ella no debe verlo, pero debe sentirlo, como el conejo siente la mirada de la boa. La hipnotiza no con la mirada, sino con el veneno de su lengua; además, como mejor cable trasmisor puede servir el propio marido…
Aquí usted encuentra al marido en algún lugar, en un club o un teatro…
-¿Y cómo anda su esposa? –le pregunta entre tanto. -¡Una mujer gentilísima! ¡Me gusta terriblemente! ¡O sea, el diablo sabe cómo me gusta!
-Hum… ¿Por qué pues le gustó tanto? –pregunta el esposo satisfecho.
-¡¿Y usted aún pregunta?! Una criatura encantadora, poética… Por lo demás, ustedes los maridos, los prosistas, no entienden... ¡Entienda que es la mujer ideal! ¡Yo me alegro por usted! ¡Precisamente, en nuestra época, nos hacen falta mujeres así… precisamente así! ¡Una bella, llena de vida y de verdad, sincera, y al mismo tiempo misteriosa!.. Esas mujeres, si aman, pues ya aman con fuerza, con todo el ardor… y demás…
El esposo ese mismo día, al acostarse a dormir, no va a resistir no decirle a su mujer:
-Vi a Piótr Ivánich… Te elogió terriblemente. Y eres una bella, y misteriosa… y como que eres capaz de amar de un modo peculiar… Habló hasta por los codos… Ja-ja…
Un poco después, usted de nuevo se esfuerza por encontrarse con el esposo.
-A propósito, gentil mío… -le dice. –Pasó por mi casa ayer un pintor… Recibió, de cierto príncipe, un encargo: pintar por 2000 rub. la cabeza de la típica bella rusa. Me pidió buscarle una modelo. Se lo quería enviar a su mujer, pero me dio vergüenza… Y su mujer convendría justamente. ¡Una cabeza preciosa!
Hay que ser un esposo demasiado descortés para no trasmitir eso a su mujer. Por la mañana, la mujer se mira largo tiempo en el espejo y piensa:
“¡¿De dónde sacó él que yo tengo una cara puramente rusa?!”
Después de esto, al echar una mirada al espejo ella, cada vez, piensa en usted. Entre tanto, sus encuentros imprevistos con su marido continúan. Después de uno de los encuentros, el marido llega a la casa y empieza a escrutar el rostro de su mujer.
-¿Qué me miras tanto? –pregunta ella.
-Y ese excéntrico, Piótr Ivánich, halló como que tú tienes un ojo más oscuro que el otro. ¡Yo no hallo eso, aunque me mates!
La mujer de nuevo al espejo.
-Vi en el teatro a Piótr Ivánich, -dice el marido después del octavo o noveno encuentro. -¡Me pide disculpas, por que no puede venir a verte: ¡no hay tiempo! ¡Un excéntrico, por Dios! Se me pegó como con un cuchillo a la garganta: “¿Por qué su mujer no ingresa a la escena? ¡Con esa, así decir, presencia, con ese desarrollo y saber sentir, es un pecado vivir en la casa!” Ja-ja… ¡Te le diste! “Si yo, dice, no estuviera ocupado, se la quitaría…” Qué pues, digo, quítemela… “¡Usted, dice, no la entiende! ¡A ella hay que entenderla! Es, dice, una natura poco corriente, que busca una salida!” Ja-ja… Bueno, pienso, si vivieras un poco con ella, así otra cosa cantarías…
Y de la pobre mujer se apodera, gradualmente, el ansia apasionada de encontrarse con usted. Usted es el único hombre que la entendió, y sólo a usted puede contarle muchas cosas… ¡muchas cosas! Pero usted, con terquedad, no va a su casa y no se aparece ante sus ojos. Ella no lo ve hace tiempo, pero su veneno torturantemente dulce ya la envenenó. El marido, bostezando, le trasmite sus palabras, y a ella le parece que lo oye a usted, que ve el brillo de sus ojos…
Llega la hora de pescar el momento. Una de las noches, el marido llega a la casa y le dice a su mujer:
-Me encontré ahora con Piótr Ivánich… Está aburrido… Se queja de que lo venció la tristeza. “Por la tristeza, dice, no voy ni a la casa, paseo toda la noche por el boulevard N-skii…” ¡Un excéntrico!
La mujer está que arde… Quisiera apasionadamente ir al boulevard N-skii y echar una mirada, siquiera con un ojo, al hombre que supo entenderla tan bien, y que ahora, por algo, está triste. ¿Quién sabe? Si ella hablara un poco con él ahora, si le dijera unas dos palabras de consuelo, acaso él dejaría de sufrir…
“Pero eso es absurdo… imposible”, -piensa ella.
Tras esperar a que se duerma el marido, ella levanta su cabeza caliente, se lleva el dedo a los labios y piensa. ¿Qué, si se arriesga a salir ahora de la casa? Después se podrá mentir algo, decir que corrió a la botica, al dentista…
-¡Voy a ir! –decide.
Su plan ya está listo: hasta el boulevard en coche, en el boulevard pasará por el lado de él, le echará una mirada y atrás… Con eso no se comprometerá ella, ni al marido… Y se viste, sale en silencio de la casa y se apresura al boulevard. El boulevard está oscuro, desierto… Pero ella ve la silueta de alguien. Ese debe ser él… Con todo el cuerpo temblando, se acerca a usted con lentitud… usted va hacia ella… Por un instante, están parados en silencio y se miran el uno al otro a los ojos… Pasa otro instante de silencio y… el conejo, sin reservas, cae en las fauces de la boa.
1Sobre este texto, el censor P.G. Svatkóvskii escribe en su informe al Comité de censura de San Petersburgo: “Este artículo expone, en forma de broma, varios métodos de conquista de las mujeres ajenas. A pesar, no obstante, del tono de broma, ante la inmoralidad del mismo tema, las escenas indecentes, voluptuosas, y las alusiones cínicas, el censor estimaría no permitir su publicación” (Obras, t. 4, pag. 652).
Nikolai Léikin escribe a Chejov el 17 de enero de 1886: “Le informo algo increíble: el censor no se decidió a dejar pasar su artículo Para advertencia de los maridos, y lo dejó hasta su revisión en la asamblea general del Comité, lo que significa en lenguaje común: el artículo murió para Retazos… ¿Cuál es la causa de que el artículo no pasó?: sólo abro los brazos. Pienso, que acaso hallaron ahí cinismo y obscenidad, que ahora han ordenado a los censores perseguir con severidad… Vamos a esperar hasta el miércoles, cuando se reúna el Comité. Si éste deja pasar su artículo, lo publicamos en el Nº 4; si no, le enviaré la corrección, y usted, tras rescribir el artículo, lo colocará en La gaceta de Peters.” (Ibid., pag. 652).
Escribe Nikolai Léikin a Chejov días más tarde: “El artículo no pasó en el Comité tampoco. El motivo: por cinismo y obscenidad (!!!). El artículo usted no lo perderá. Rescríbalo, envíelo a La gaceta de Peters., y allí será publicado. Pero rescríbalo con seguridad, y no lo envíe en la corrección, no lo publicarán por temor” (26 de enero de 1886, Ibid., pag. 652).
Víctor Bilíbin, secretario de Retazos, escribe a Chejov en broma: “¡El ataque a las mujeres el censor no lo dejó pasar! ¿Ah?.. Así le hace falta a usted. Y todavía se dispone a casarse” (23 de enero de 1886, Ibid., pag. 652).
Chejov responde a Víctor Bilíbin el 1 de febrero de 1886: “Su alegría maligna con motivo de El ataque a los maridos, prohibido por la censura, le hace a usted honor. Le estrecho la mano. Pero, por lo menos, cobrar 65 rub. en lugar de 55, sería mucho más agradable. En venganza de la censura y de todos los que se alegran con malicia de mi pena, yo inventé con los amigos la Sociedad de la puesta de cuernos. El estatuto ya fue enviado a confirmación. Como presidente fui elegido yo, por mayoría de 14 contra 3” (Ibid., pags. 652-653).
2Cannetille, canutillo, hilo de oro o de plata rizado para bordar; (expresión familiar), ocupación pesada, extensa, con demoras.
3Abzug, partida en el juego de cartas, dos cartas a la derecha y a la izquierda.
4“Gutta cavat lapidem non vi sed saepe cadendo”, la gota horada la piedra no con la fuerza, sino cayendo a menudo.
5Conde Nulin, personaje aristócrata disoluto del poema El conde Nulin (1828), de Alexánder Púshkin.
6“Al sentir atracción hacia ella, una especie de afección”, cita de La amargura del ingenio (act. IV, esc. 4), comedia de Alexánder Griboyédov.
Título original: K sviedeniu muzhei, prohibido por la censura, hallado en una galera, en el archivo de la revista Oskolki, 1886.
3Abzug, partida en el juego de cartas, dos cartas a la derecha y a la izquierda.
4“Gutta cavat lapidem non vi sed saepe cadendo”, la gota horada la piedra no con la fuerza, sino cayendo a menudo.
5Conde Nulin, personaje aristócrata disoluto del poema El conde Nulin (1828), de Alexánder Púshkin.
6“Al sentir atracción hacia ella, una especie de afección”, cita de La amargura del ingenio (act. IV, esc. 4), comedia de Alexánder Griboyédov.
Título original: K sviedeniu muzhei, prohibido por la censura, hallado en una galera, en el archivo de la revista Oskolki, 1886.
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