Súmi, 12 de agosto de 1888.
¡Saludos, gentil Kuzmá Protápich! Al regresar de viajes lejanos, encontré en la mesa de casa dos cartas suyas. La respuesta a éstas la reservaré para el final de esta carta, y ahora le informaré dónde estuve y qué vi. Estuve yo en Crimea, en Nuevo Athos, en Sujúmi, Batúmi, Tibilísi, Bakú... Vi las maravillas de la naturaleza... Las impresiones son novedosas y bruscas hasta tal grado, que todo lo sobrevivido me parece una visión de sueño, y no me creo a mí mismo. Vi el mar en toda su amplitud, la orilla caucasiana, montañas, montañas, montañas, los eucaliptos, los arbustos de té, las cascadas, los cerdos de jetas largas, afiladas, los árboles cubiertos de lianas, como un velo, las nubecitas que pernoctan sobre el pecho de los peñascos-gigantes, los delfines, las fuentes petroleras, los fuegos subterráneos, los templos de los adoradores del fuego, montañas, montañas, montañas... Sobreviví al camino militar-georgiano. Eso no es camino, sino poesía, un maravilloso cuento fantástico, escrito por el demonio y dedicado a Tamara... Imagínese a usted mismo a una altura de 8000 pies... ¿Imaginó? Ahora dígnese a acercarse, mentalmente, al borde del abismo, y mirar abajo; lejos, lejos usted ve un fondo estrecho, por el que se enraiza una cintita blanca -eso es el Arágvi anciano, rezongón; por el camino a éste su vista encuentra nubecitas, bosquecitos, barrancos, peñas. Ahora suba un poquito los ojos y mire adelante de sí: montañas, montañas, montañas, y sobre éstas unos insectos –eso son las vacas y los hombres... Eche una mirada arriba –ahí un cielo terriblemente profundo. Sopla un fresco vientecito montañoso...
Imagine dos paredes altas y entre éstas un largo, largo corredor; el techo –el cielo, el piso –el fondo del Tiériek; por el fondo se enraiza una serpiente de color ceniza. En una de las paredes hay una balda, por la que corre una carretela en la que está sentado usted... Así pues: (dibujo de Chejov)
¡Saludos, gentil Kuzmá Protápich! Al regresar de viajes lejanos, encontré en la mesa de casa dos cartas suyas. La respuesta a éstas la reservaré para el final de esta carta, y ahora le informaré dónde estuve y qué vi. Estuve yo en Crimea, en Nuevo Athos, en Sujúmi, Batúmi, Tibilísi, Bakú... Vi las maravillas de la naturaleza... Las impresiones son novedosas y bruscas hasta tal grado, que todo lo sobrevivido me parece una visión de sueño, y no me creo a mí mismo. Vi el mar en toda su amplitud, la orilla caucasiana, montañas, montañas, montañas, los eucaliptos, los arbustos de té, las cascadas, los cerdos de jetas largas, afiladas, los árboles cubiertos de lianas, como un velo, las nubecitas que pernoctan sobre el pecho de los peñascos-gigantes, los delfines, las fuentes petroleras, los fuegos subterráneos, los templos de los adoradores del fuego, montañas, montañas, montañas... Sobreviví al camino militar-georgiano. Eso no es camino, sino poesía, un maravilloso cuento fantástico, escrito por el demonio y dedicado a Tamara... Imagínese a usted mismo a una altura de 8000 pies... ¿Imaginó? Ahora dígnese a acercarse, mentalmente, al borde del abismo, y mirar abajo; lejos, lejos usted ve un fondo estrecho, por el que se enraiza una cintita blanca -eso es el Arágvi anciano, rezongón; por el camino a éste su vista encuentra nubecitas, bosquecitos, barrancos, peñas. Ahora suba un poquito los ojos y mire adelante de sí: montañas, montañas, montañas, y sobre éstas unos insectos –eso son las vacas y los hombres... Eche una mirada arriba –ahí un cielo terriblemente profundo. Sopla un fresco vientecito montañoso...
Imagine dos paredes altas y entre éstas un largo, largo corredor; el techo –el cielo, el piso –el fondo del Tiériek; por el fondo se enraiza una serpiente de color ceniza. En una de las paredes hay una balda, por la que corre una carretela en la que está sentado usted... Así pues: (dibujo de Chejov)
Eso es usted.* La serpiente**.
La serpiente se enfurece, brama, se encrespa. Los caballos vuelan como diablos… Las paredes son elevadas, el cielo es aún más elevado… Desde la cúspide de las paredes, con curiosidad, miran abajo los árboles rizados… ¡La cabeza le da vueltas! Es el desfiladero Dariálskii o, expresándome en el lenguaje de Liérmontov, la garganta del Dariál.
Los señores aborígenes son unos cerdos. Ni un poeta, ni un cantor. Vivir en algún lugar del Gadáur o del Dariál, y no escribir cuentos infantiles -¡es una puercada!
Su visión sombría del futuro yo no la comparto. Sólo Dios sabe qué será y qué no será. Él mismo sabe quién tiene razón y quién no tiene razón... Nosotros pues, nuestros críticos y sres. redactores, apenas nos podemos atrever a tener un juicio propio... El hombre tiene demasiada insuficiente inteligencia y conciencia, para entender el día de hoy y adivinar qué será mañana, y demasiada poca sangre fría para juzgarse a sí mismo y a los otros... Usted vive en la tundra, rodeado de neblina, dibuja una vida grisácea, tifoideana, en aras de los gansitos1 sirve en el camino hípico-equino, y la humedad de los canales de agua no la cambiará por la garganta del Dariál; yo llevo una vida de vagabundo, me escapo del servicio obligatorio, dibujo la naturaleza y al hombre satisfecho, me aparto cobardemente de la neblina y el tifus... ¿Quién de nosotros tiene razón, quién es mejor? Aristárjov2 respondería a esa pregunta, Skabishévskii3 también, pero usted y yo no responderemos, y haremos bien. Las opiniones de nuestros jueces son valiosas sólo por tanto, por cuanto son bonitas e influyen en la venta minorista, pero nuestras propias opiniones de nosotros mismos, y de los unos sobre los otros, acaso tienen un valor también, pero es tan impreciso, que ningún judío las tomaría de garantía; sobre éstas no ha sido puesto el sello, y la oficina de contraste está en el cielo...
Escriba mientras haya fuerzas, eso es todo, y lo que será después, el Señor sabe. Me imagino que compraré una granja, o sea no compraré, sino tomaré para sí el deber de dueño de la granja. Instalaré una estación climática para la hermandad literaria. Un lugar bueno, risueño: distrito Mirgoródskii, gob. de Poltáva. ¡Cuántos langostinos! Si no viene, pues somos enemigos. La otra vez usted será más juicioso: para no aburrirse en el camino, va a tomar consigo a uno de los gansitos.
Reverencie a Albóv4 y a los conocidos comunes. Que esté saludable.
Suyo, A. Chejov.
El pantalón lo arrojaré al Psiol. A quien nade, para ese la dicha.
1Los hijos de Kazimír Barantzévich.
2Arsiénii Vvediénskii (de seudónimo “Aristárjov”), crítico literario y bibliógrafo.
3Alexánder Skabishévskii, crítico e historiador literario.
4Mijaíl Albóv, escritor, colaborador de El heraldo del Norte.
Imagen: Ivan Aivazovsky, Mountain Village Gunib in Daghestan, 1869.