Petersburgo, 26 de enero de 1891.
¡Muy señor mío, Anatólii Fiódorovich!
No me apresuré a responder a su carta, porque me marcho de Petersburgo1 no antes del sábado.
Lamento que no estuve donde la Sra. Naríshkina2, pero me parece mejor aplazar la visita a ella hasta la salida a la luz de mi librito, cuando voy a moverme con más libertad dentro del material que poseo. Mi breve pasado sajaliniano me parece tan inmenso que, cuando quiero hablar de éste, pues no sé con qué empezar, y cada vez me parece que digo no lo que es necesario.
La situación de los niños y los adolescentes de Sajalín la intentaré describir con detalle3. Es excepcional. Vi niños hambrientos, vi queridas de trece años, gestantes de quince años. A practicar la prostitución empiezan las niñitas desde los 12 años, a veces antes de la llegada de la menstruación. La iglesia y la escuela existen sólo en el papel, se educan pues los niños en el medio y el ambiente de presidio. A propósito, tengo apuntada una conversación con un niño de diez años. Yo hacía un censo en la aldea Armudán Alto; los colonos son todos sin excepción unos mendigos, y pasan por temerarios jugadores de stoss4. Entro a una isbá, los dueños no están en casa; en un banco está sentado un niño, rubio, encorvado, descalzo, está pensando en algo. Empezamos la conversación:
Yo. ¿Cómo llaman por el patronímico a tu padre?
Él. No sé.
Yo. ¿Cómo es eso? ¿Vives con tu padre y no sabes cómo se llama? Qué vergüenza.
Él. Él no es mi padre verdadero.
Yo. ¿Cómo es eso –no es verdadero?
Él. Es el querido de mámienka.
Yo. ¿Tu madre es casada o viuda?
Él. Viuda. Vino por su marido.
Yo. ¿Qué significa -por su marido?
Él. Lo mató.
Yo. ¿Tú a tu padre lo recuerdas?
Él. No lo recuerdo. Yo soy bastardo. A mí mámienka me parió en Kará5.
Conmigo, en el barco del Amúr, iba a Sajalín un recluso con grilletes en los pies, que había matado a su esposa. Junto a él se hallaba su hija, una niñita de unos seis años, una huérfana. Yo advertía: cuando el padre descendía de la cubierta superior, hacia donde estaba el water-closet, tras él caminaban el custodio y la hija; mientras él estaba en el water-closet, el soldado con el fusil y la niñita se paraban junto a la puerta. Cuando el recluso, al regresar, ascendía por la escalera, tras él trepaba la niñita y se aguantaba de sus grilletes. De noche, la niñita dormía en un mismo montón con los reclusos y los soldados6.
Recuerdo que estuve en Sajalín en un entierro. Enterraban a la esposa de un colono que se marchaba a Nikoláevsk. Alrededor de la tumba excavada estábamos parados cuatro forzados mozos de cuerda –ex officio; yo y el tesorero en calidad de Hamlet y Horacio, deambulando por el cementerio; el circasiano –inquilino de la finada-, sin nada que hacer, y una mujer forzada; ésta estaba ahí por lástima: traía a los dos niños de la finada –uno de pecho y el otro, Alióshka, un niño de unos 4 años, con una chaqueta de mujer y unos pantalones azules con unos remiendos chillones en las rodillas. El frío, la humedad, el agua en la tumba, los forzados se ríen… Se ve el mar. Alióshka mira la tumba con curiosidad, quiere limpiarse la nariz helada, pero le molestan las mangas largas de la chaqueta. Cuando rellenan la tumba le pregunto:
-Alióshka, ¿dónde está tu madre?
Él deja de la mano, como un terrateniente que ha perdido, ríe y dice:
-¡La enterraron!
Los forzados se ríen; el circasiano se dirige a nosotros y pregunta dónde meter a los niños –él no está obligado a alimentarlos.
Enfermedades infecciosas no encontré en Sajalín, sífilis congénita hay muy poca, pero vi niños ciegos, sucios, cubiertos de erupciones, -de todas formas, son enfermedades que atestiguan el abandono.
A resolver la cuestión infantil yo, por supuesto, no voy. No sé qué se debe hacer. Pero me parece que con la beneficencia y los saldos de las sumas carcelarias y otras no harás nada ahí; en mi opinión, poner lo importante en dependencia de la beneficencia, que en Rusia tiene un carácter casual, y de los saldos, que nunca suele haber, -es nocivo. Yo preferiría el tesoro estatal.
Mi dirección moscovita: Pequeña Dmítrovka, c. Firgang.
Permítame agradecerle por su cordialidad y su promesa de visitar mi casa, y quedar sinceramente respetuoso y devoto.
¡Muy señor mío, Anatólii Fiódorovich!
No me apresuré a responder a su carta, porque me marcho de Petersburgo1 no antes del sábado.
Lamento que no estuve donde la Sra. Naríshkina2, pero me parece mejor aplazar la visita a ella hasta la salida a la luz de mi librito, cuando voy a moverme con más libertad dentro del material que poseo. Mi breve pasado sajaliniano me parece tan inmenso que, cuando quiero hablar de éste, pues no sé con qué empezar, y cada vez me parece que digo no lo que es necesario.
La situación de los niños y los adolescentes de Sajalín la intentaré describir con detalle3. Es excepcional. Vi niños hambrientos, vi queridas de trece años, gestantes de quince años. A practicar la prostitución empiezan las niñitas desde los 12 años, a veces antes de la llegada de la menstruación. La iglesia y la escuela existen sólo en el papel, se educan pues los niños en el medio y el ambiente de presidio. A propósito, tengo apuntada una conversación con un niño de diez años. Yo hacía un censo en la aldea Armudán Alto; los colonos son todos sin excepción unos mendigos, y pasan por temerarios jugadores de stoss4. Entro a una isbá, los dueños no están en casa; en un banco está sentado un niño, rubio, encorvado, descalzo, está pensando en algo. Empezamos la conversación:
Yo. ¿Cómo llaman por el patronímico a tu padre?
Él. No sé.
Yo. ¿Cómo es eso? ¿Vives con tu padre y no sabes cómo se llama? Qué vergüenza.
Él. Él no es mi padre verdadero.
Yo. ¿Cómo es eso –no es verdadero?
Él. Es el querido de mámienka.
Yo. ¿Tu madre es casada o viuda?
Él. Viuda. Vino por su marido.
Yo. ¿Qué significa -por su marido?
Él. Lo mató.
Yo. ¿Tú a tu padre lo recuerdas?
Él. No lo recuerdo. Yo soy bastardo. A mí mámienka me parió en Kará5.
Conmigo, en el barco del Amúr, iba a Sajalín un recluso con grilletes en los pies, que había matado a su esposa. Junto a él se hallaba su hija, una niñita de unos seis años, una huérfana. Yo advertía: cuando el padre descendía de la cubierta superior, hacia donde estaba el water-closet, tras él caminaban el custodio y la hija; mientras él estaba en el water-closet, el soldado con el fusil y la niñita se paraban junto a la puerta. Cuando el recluso, al regresar, ascendía por la escalera, tras él trepaba la niñita y se aguantaba de sus grilletes. De noche, la niñita dormía en un mismo montón con los reclusos y los soldados6.
Recuerdo que estuve en Sajalín en un entierro. Enterraban a la esposa de un colono que se marchaba a Nikoláevsk. Alrededor de la tumba excavada estábamos parados cuatro forzados mozos de cuerda –ex officio; yo y el tesorero en calidad de Hamlet y Horacio, deambulando por el cementerio; el circasiano –inquilino de la finada-, sin nada que hacer, y una mujer forzada; ésta estaba ahí por lástima: traía a los dos niños de la finada –uno de pecho y el otro, Alióshka, un niño de unos 4 años, con una chaqueta de mujer y unos pantalones azules con unos remiendos chillones en las rodillas. El frío, la humedad, el agua en la tumba, los forzados se ríen… Se ve el mar. Alióshka mira la tumba con curiosidad, quiere limpiarse la nariz helada, pero le molestan las mangas largas de la chaqueta. Cuando rellenan la tumba le pregunto:
-Alióshka, ¿dónde está tu madre?
Él deja de la mano, como un terrateniente que ha perdido, ríe y dice:
-¡La enterraron!
Los forzados se ríen; el circasiano se dirige a nosotros y pregunta dónde meter a los niños –él no está obligado a alimentarlos.
Enfermedades infecciosas no encontré en Sajalín, sífilis congénita hay muy poca, pero vi niños ciegos, sucios, cubiertos de erupciones, -de todas formas, son enfermedades que atestiguan el abandono.
A resolver la cuestión infantil yo, por supuesto, no voy. No sé qué se debe hacer. Pero me parece que con la beneficencia y los saldos de las sumas carcelarias y otras no harás nada ahí; en mi opinión, poner lo importante en dependencia de la beneficencia, que en Rusia tiene un carácter casual, y de los saldos, que nunca suele haber, -es nocivo. Yo preferiría el tesoro estatal.
Mi dirección moscovita: Pequeña Dmítrovka, c. Firgang.
Permítame agradecerle por su cordialidad y su promesa de visitar mi casa, y quedar sinceramente respetuoso y devoto.
A. Chejov.
1Escribe Chejov a María Chejova por esos días: “Todo el día, desde las 11 de la mañana hasta las 4 de la mañana, estoy de pie; mi habitación representa algo parecido a un puesto de guardia, donde hacen guardia por turno los sres. conocidos y los visitantes. Hablo sin parar. Hago visitas y no le veo fin a éstas. A mi viaje a Sajalín le han otorgado un significado que yo no podía esperar: me visitan los civiles y los consejeros civiles activos. Todos esperan mi libro y le profetizan un éxito serio, ¡y no hay tiempo para escribir!” (Del pasado lejano, cap. VII, pag. 98).
2Elizavéta Naríshkina, dama de la corte, presidenta del Patronazgo femenino de caridad con los forzados-deportados y de la Sociedad de asistencia a las familias de deportados.
3Anatólii Kóni escribe a Chejov el 20 de enero de 1891: “La indisposición que me afecta, que continúa hasta el momento presente, me priva de la posibilidad de estar en su casa y agradecerle por la amable visita... Por la misma indisposición no alcancé a verme con Naríshkina” (ZGALI). Posteriormente, Kóni da a leer a Naríshkina la carta de Chejov y le refiere todo lo que el autor le ha contado.
4Stoss, juego de azar alemán.
5Chejov refiere también esta anécdota sobre la situación de los niños de Sajalín en su libro La isla Sajalín, caps. XVII y XIX.
6“…Mi estado de ánimo, –escribe Chejov después- lo confieso, no era alegre, y mientras más cerca de Sajalín, tanto peor. Yo estaba inquieto. El oficial que acompañaba a los soldados, al enterarse de para qué iba yo a Sajalín, se asombró mucho y empezó a asegurarme, que yo no tenía ningún derecho a acercarme mucho al presidio y a las colonias, ya que no figuraba en el servicio estatal” (Obras, XIV-XV, pag 52).
Imagen: Abraham Manevich, City Street Scene, XX.