El hecho ocurrió en la boda del mercader Sinierílov.
El chofer Nedoriézov, un joven alto, con los ojos saltones y la cabeza pelada, con un frac de faldones salientes, estaba parado entre una multitud de señoritas, y razonaba:
-En la mujer hace falta la belleza, y el hombre se las arregla sin la belleza. En el hombre tienen peso la inteligencia, la instrucción, y la belleza para él: ¡escupir! Si en tu cerebro no hay instrucción ni facultades mentales, pues tu precio es un grosh1, aunque seas buen mozo... Sí... ¡No me gustan los hombres bonitos! ¡Fi donc2!
-Eso usted lo explica así, porque usted mismo no es bonito. ¡Pero ahí, mire a la puerta, a la otra habitación, hay un hombre sentado! ¡Eso es un verdadero buen mozo! ¡Sólo los ojos lo que valen! ¡Eche una mirada pues! ¡Un encanto! ¿Quién es?
El chofer echó una mirada a la otra habitación, y sonrió con desprecio. Allí estaba sentado en una butaca, arrellanado, un bonito trigueño de ojos negros. Puesta una pierna sobre la otra y jugando con una cadenita, el trigueño entornaba los ojos y, con dignidad, echaba miradas a los visitantes. En sus labios bailaba una sonrisa de desprecio.
-¡Nada particular! –dijo el chofer. –Más o menos... Incluso deforme, se puede decir. Y la cara como que imbécil... En el cuello una nuez de dos arshíns3.
-¡Y de todas formas es una almita!
-Para usted es bonito, y para mí no. Y si es bonito, pues entonces es un hombre estúpido, sin instrucción. ¿Quién es?
-No sabemos... Debe ser, no un mercader de título...
-Hum... Estoy dispuesto a jugarme a la lotería, que es un hombre estúpido... Mueve las piernas... ¡Es repugnante mirar! Ahora voy a averiguar qué clase de pájaro es... de qué inteligencia es hombre. Ahora.
El chofer tosió y fue con valentía a la otra habitación. Tras detenerse ante el trigueño, tosió otra vez, pensó un poco y empezó:
-¿Cómo anda?
El trigueño echó una mirada al chofer y sonrió con malicia.
-De a poquito –dijo sin ganas.
-¿Por qué pues, de a poquito? Hay que ir adelante siempre.
-¿Por qué pues, seguro adelante?
-Pues así. Todo ahoritita va adelante. Y la electricidad, si la tomamos, y los telégrafos, todos esos finifónos, teléfonos. ¡Sí! El progreso, tomemos de ejemplo... ¿Qué significa esa palabra? Pues esta significa, que cada uno debe ir adelante... Pues, y usted vaya adelante...
-¿A dónde pues, por ejemplo, irme ahora? –sonrió el trigueño con malicia.
-¿Acaso hay poco a dónde ir? Si hubiera ganas... Lugares hay muchos... Pues siquiera al buffet, por ejemplo... ¿No desea? Por el habernos conocido, un cognacito... ¿Ah? Por la idea...
-Por favor –convino el trigueño...
El chofer y el trigueño se dirigieron al buffet. Un camarero pelado, de frac y con una corbata blanca manchada, les sirvió dos copitas de cognac. El chofer y el trigueño bebieron.
-Buen cognac –dijo el chofer, -pero hay objetos más sustanciales... Vamos, por el habernos conocido, a bebernos un vasito de tintito...
Bebieron un vaso de tinto.
-Ahoritita que nos conocimos –dijo el chofer, limpiándose los labios –y, se puede decir, bebimos...
-No “ahoritita”, sino “ahora”... –corrigió el trigueño. -Hablar todavía no sabe, y sobre el teléfono explica. Con esa falta de instrucción, si yo estuviera en su lugar, me callaría, no me difamaría... Ahoritita... ahoritita... ¡Já!
-¿Y por qué se ríe? –se ofendió el chofer. –Yo decía “ahoritita” para la risa, por broma... ¡Los dientes pues, no hay por qué enseñarlos! Eso a las señoritas les gusta, y a mí no me gustan los dientes pues... ¿Quién es usted? ¿De qué parte?
-No es asunto suyo...
-¿Su título, cuál es? ¿Apellido?
-No es asunto suyo... Yo no soy tan imbécil, como para explicarle mi título a cualquiera que encuentre... Yo soy un hombre tan orgulloso, que no me extiendo mucho pues, con su prójimo. Yo a ustedes les presto poca atención...
-Mira tú... Hum... ¿Así que, no me va a decir cuál es su apellido?
-No deseo... Si yo le pronunciara mi nombre y me recomendara a cada imbécil, pues la lengua no me alcanzaría... Y yo soy un hombre tan orgulloso, que ustedes para mí, son lo mismo que el camarero... ¡Ignorancia!
-Mira tú... Qué generoso es usted... Bueno, ahora vamos a averiguar, qué clase de artista es usted.
El chofer levantó la barbilla y se dirigió al novio, que por ese tiempo estaba sentado con la novia y, rojo como un cangrejo, parpadeaba...
-¡Nikísha! –se dirigió el chofer al novio, señalando con la cabeza al trigueño. -¿Cuál es el apellido de ese artista?
El novio movió la cabeza negativamente.
-No sé –dijo. –Ese no es mi conocido. Hay que suponer, que mi padre lo invitó. Tú a mi padre pregúntale.
-Pero tu padre está en el gabinete, inconsciente y embriagado, ronca como una fiera acostada. ¿Y usted no lo conoce? –se dirigió el chofer a la novia.
La novia dijo que no conocía al trigueño. El chofer se encogió de hombros, y empezó a interrogar a los visitantes. Los visitantes declararon, que veían al trigueño por primera vez en su vida.
-Es un ratero, entonces –decidió el chofer. -Vino aquí sin boleto, y se pasea, como si estuviera en casa de unos conocidos. ¡Está bien! ¡Le vamos a enseñar “ahoritita”!
El chofer se acercó al trigueño y se puso en jarras.
-¿Y boleto de entrada, usted tiene? –le preguntó. –Dígnese a mostrar su boleto.
-Yo soy un hombre tan orgulloso, que no empezaré a mostrarle mi boleto a cualquier sujeto. Apártese de mí... ¿Por qué se pegó?
-¿Por lo tanto, usted no tiene boleto? Y si no tiene boleto, entonces, es un ratero. Ahora sabemos de qué parte es usted, y cuál es su título. Sabemos ahoritita... ahora o sea, qué clase de agente es... Usted es un ratero, eso es todo.
-Si esa grosería me la dijera un hombre inteligente, yo le daría por la jeta, pero a ustedes, los imbéciles, no hay nada que pedirles.
El chofer empezó a correr por las habitaciones, reunió a unos seis hombres entre los amigos, y se acercó con éstos al trigueño.
-¡Permita, muy señor mío, echarle una mirada a su boleto! –dijo éste.
-No deseo. Déjeme, mientras que yo no, este...
-¿No desea mostrar el boleto? ¿Por lo tanto, usted, entró sin boleto? ¿Con qué derecho? ¿Usted es un ratero, entonces? ¡Dígnese a salir de aquí! ¡Por favor! ¡Tenga la bondad! Nosotros ahora a usted, por la escalera...
El chofer y sus amigos tomaron al trigueño por el brazo y lo llevaron a la salida. Los visitantes empezaron a comentar. El trigueño empezó a hablar en voz alta de la ignorancia y de su amor propio.
-¡Por favor! ¡Tenga la bondad, hombre bonito! -farfullaba triunfante el chofer, llevándolo a la puerta. -¡Los conocemos a ustedes, los buenos mozos!
En la misma puerta, le tiraron el paletó por encima al trigueño, le pusieron el gorro y lo empujaron por la espalda. El chofer soltó una risilla de placer, y lo golpeó con la sortija en la nuca... El trigueño se tambaleó, cayó de espaldas y rodó hacia abajo por la escalera.
-¡Adiós! ¡Reverencie ahí! –celebró el chofer.
El trigueño se levantó, palmoteó el paletó y, alzando la cabeza, dijo:
-Los imbéciles como imbéciles proceden. Yo soy un hombre orgulloso, y no empezaré a humillarme ante ustedes, y que mi cochero les explique, qué clase de hombre soy. ¡Dígnense aquí! ¡Grigórii! –gritó a la calle.
Los visitantes bajaron. Al minuto, el cochero entró desde el patio al zaguán.
-¡Girgórii! –se dirigió a éste el trigueño. -¿Quién soy yo?
-El amo, Semión Panteléich...
-¿Y qué título tengo yo, y cómo alcancé ese título?
-Ciudadano honorable, y ese título lo alcanzó con estudio...
-¿Dónde yo me encuentro, y cuál es mi servicio?
-Sirve en la fábrica del mercader Podshókin, en la mecánica, por la parte técnica, y de salario le corresponde tres mil...
-¿Entendieron ahora? ¡Y aquí tienen mi boleto! Me invitó a la boda el padre de los novios, el mercader Sinierílov, que está ahora en estado de ebriedad...
-¡Hijito mío! ¡Querida tú alma mía! –empezó a vociferar el chofer. -¿Por qué pues no lo dijiste antes?
-Yo soy un hombre orgulloso... Tengo amor propio... ¡Adiós!
-Pero no, espera... ¡Es pecado, hermano! ¡Voltea los pértigos, Semión Panteléich! Ahora se ve, qué clase de hombre eres tú... Vamos, beberemos por tu instrucción... por la idea...
El hombre orgulloso frunció el ceño y fue hacia arriba. A los dos minutos, estaba parado ya en el buffet y bebía cognac.
-Sin orgullo, en este mundo, no se puede vivir, -explicaba. -¡Yo nunca cedo ante nadie! ¡Ante nadie! Entiendo mi precio. ¡Por lo demás ustedes, los ignorantes, no pueden entender!
1Grosh, antigua moneda rusa igual a ½ kopek.
2¡Fi donc!, expresión que denota desprecio.
Título original: Gordii cheloviek (Rasskaz), publicado por primera vez en el periódico Moskovskii listok, 1884, Nº 112, con la firma: “A. Chejov”.
Imagen: Anselm Feuerbach, Autorretrato, XIX.
El chofer Nedoriézov, un joven alto, con los ojos saltones y la cabeza pelada, con un frac de faldones salientes, estaba parado entre una multitud de señoritas, y razonaba:
-En la mujer hace falta la belleza, y el hombre se las arregla sin la belleza. En el hombre tienen peso la inteligencia, la instrucción, y la belleza para él: ¡escupir! Si en tu cerebro no hay instrucción ni facultades mentales, pues tu precio es un grosh1, aunque seas buen mozo... Sí... ¡No me gustan los hombres bonitos! ¡Fi donc2!
-Eso usted lo explica así, porque usted mismo no es bonito. ¡Pero ahí, mire a la puerta, a la otra habitación, hay un hombre sentado! ¡Eso es un verdadero buen mozo! ¡Sólo los ojos lo que valen! ¡Eche una mirada pues! ¡Un encanto! ¿Quién es?
El chofer echó una mirada a la otra habitación, y sonrió con desprecio. Allí estaba sentado en una butaca, arrellanado, un bonito trigueño de ojos negros. Puesta una pierna sobre la otra y jugando con una cadenita, el trigueño entornaba los ojos y, con dignidad, echaba miradas a los visitantes. En sus labios bailaba una sonrisa de desprecio.
-¡Nada particular! –dijo el chofer. –Más o menos... Incluso deforme, se puede decir. Y la cara como que imbécil... En el cuello una nuez de dos arshíns3.
-¡Y de todas formas es una almita!
-Para usted es bonito, y para mí no. Y si es bonito, pues entonces es un hombre estúpido, sin instrucción. ¿Quién es?
-No sabemos... Debe ser, no un mercader de título...
-Hum... Estoy dispuesto a jugarme a la lotería, que es un hombre estúpido... Mueve las piernas... ¡Es repugnante mirar! Ahora voy a averiguar qué clase de pájaro es... de qué inteligencia es hombre. Ahora.
El chofer tosió y fue con valentía a la otra habitación. Tras detenerse ante el trigueño, tosió otra vez, pensó un poco y empezó:
-¿Cómo anda?
El trigueño echó una mirada al chofer y sonrió con malicia.
-De a poquito –dijo sin ganas.
-¿Por qué pues, de a poquito? Hay que ir adelante siempre.
-¿Por qué pues, seguro adelante?
-Pues así. Todo ahoritita va adelante. Y la electricidad, si la tomamos, y los telégrafos, todos esos finifónos, teléfonos. ¡Sí! El progreso, tomemos de ejemplo... ¿Qué significa esa palabra? Pues esta significa, que cada uno debe ir adelante... Pues, y usted vaya adelante...
-¿A dónde pues, por ejemplo, irme ahora? –sonrió el trigueño con malicia.
-¿Acaso hay poco a dónde ir? Si hubiera ganas... Lugares hay muchos... Pues siquiera al buffet, por ejemplo... ¿No desea? Por el habernos conocido, un cognacito... ¿Ah? Por la idea...
-Por favor –convino el trigueño...
El chofer y el trigueño se dirigieron al buffet. Un camarero pelado, de frac y con una corbata blanca manchada, les sirvió dos copitas de cognac. El chofer y el trigueño bebieron.
-Buen cognac –dijo el chofer, -pero hay objetos más sustanciales... Vamos, por el habernos conocido, a bebernos un vasito de tintito...
Bebieron un vaso de tinto.
-Ahoritita que nos conocimos –dijo el chofer, limpiándose los labios –y, se puede decir, bebimos...
-No “ahoritita”, sino “ahora”... –corrigió el trigueño. -Hablar todavía no sabe, y sobre el teléfono explica. Con esa falta de instrucción, si yo estuviera en su lugar, me callaría, no me difamaría... Ahoritita... ahoritita... ¡Já!
-¿Y por qué se ríe? –se ofendió el chofer. –Yo decía “ahoritita” para la risa, por broma... ¡Los dientes pues, no hay por qué enseñarlos! Eso a las señoritas les gusta, y a mí no me gustan los dientes pues... ¿Quién es usted? ¿De qué parte?
-No es asunto suyo...
-¿Su título, cuál es? ¿Apellido?
-No es asunto suyo... Yo no soy tan imbécil, como para explicarle mi título a cualquiera que encuentre... Yo soy un hombre tan orgulloso, que no me extiendo mucho pues, con su prójimo. Yo a ustedes les presto poca atención...
-Mira tú... Hum... ¿Así que, no me va a decir cuál es su apellido?
-No deseo... Si yo le pronunciara mi nombre y me recomendara a cada imbécil, pues la lengua no me alcanzaría... Y yo soy un hombre tan orgulloso, que ustedes para mí, son lo mismo que el camarero... ¡Ignorancia!
-Mira tú... Qué generoso es usted... Bueno, ahora vamos a averiguar, qué clase de artista es usted.
El chofer levantó la barbilla y se dirigió al novio, que por ese tiempo estaba sentado con la novia y, rojo como un cangrejo, parpadeaba...
-¡Nikísha! –se dirigió el chofer al novio, señalando con la cabeza al trigueño. -¿Cuál es el apellido de ese artista?
El novio movió la cabeza negativamente.
-No sé –dijo. –Ese no es mi conocido. Hay que suponer, que mi padre lo invitó. Tú a mi padre pregúntale.
-Pero tu padre está en el gabinete, inconsciente y embriagado, ronca como una fiera acostada. ¿Y usted no lo conoce? –se dirigió el chofer a la novia.
La novia dijo que no conocía al trigueño. El chofer se encogió de hombros, y empezó a interrogar a los visitantes. Los visitantes declararon, que veían al trigueño por primera vez en su vida.
-Es un ratero, entonces –decidió el chofer. -Vino aquí sin boleto, y se pasea, como si estuviera en casa de unos conocidos. ¡Está bien! ¡Le vamos a enseñar “ahoritita”!
El chofer se acercó al trigueño y se puso en jarras.
-¿Y boleto de entrada, usted tiene? –le preguntó. –Dígnese a mostrar su boleto.
-Yo soy un hombre tan orgulloso, que no empezaré a mostrarle mi boleto a cualquier sujeto. Apártese de mí... ¿Por qué se pegó?
-¿Por lo tanto, usted no tiene boleto? Y si no tiene boleto, entonces, es un ratero. Ahora sabemos de qué parte es usted, y cuál es su título. Sabemos ahoritita... ahora o sea, qué clase de agente es... Usted es un ratero, eso es todo.
-Si esa grosería me la dijera un hombre inteligente, yo le daría por la jeta, pero a ustedes, los imbéciles, no hay nada que pedirles.
El chofer empezó a correr por las habitaciones, reunió a unos seis hombres entre los amigos, y se acercó con éstos al trigueño.
-¡Permita, muy señor mío, echarle una mirada a su boleto! –dijo éste.
-No deseo. Déjeme, mientras que yo no, este...
-¿No desea mostrar el boleto? ¿Por lo tanto, usted, entró sin boleto? ¿Con qué derecho? ¿Usted es un ratero, entonces? ¡Dígnese a salir de aquí! ¡Por favor! ¡Tenga la bondad! Nosotros ahora a usted, por la escalera...
El chofer y sus amigos tomaron al trigueño por el brazo y lo llevaron a la salida. Los visitantes empezaron a comentar. El trigueño empezó a hablar en voz alta de la ignorancia y de su amor propio.
-¡Por favor! ¡Tenga la bondad, hombre bonito! -farfullaba triunfante el chofer, llevándolo a la puerta. -¡Los conocemos a ustedes, los buenos mozos!
En la misma puerta, le tiraron el paletó por encima al trigueño, le pusieron el gorro y lo empujaron por la espalda. El chofer soltó una risilla de placer, y lo golpeó con la sortija en la nuca... El trigueño se tambaleó, cayó de espaldas y rodó hacia abajo por la escalera.
-¡Adiós! ¡Reverencie ahí! –celebró el chofer.
El trigueño se levantó, palmoteó el paletó y, alzando la cabeza, dijo:
-Los imbéciles como imbéciles proceden. Yo soy un hombre orgulloso, y no empezaré a humillarme ante ustedes, y que mi cochero les explique, qué clase de hombre soy. ¡Dígnense aquí! ¡Grigórii! –gritó a la calle.
Los visitantes bajaron. Al minuto, el cochero entró desde el patio al zaguán.
-¡Girgórii! –se dirigió a éste el trigueño. -¿Quién soy yo?
-El amo, Semión Panteléich...
-¿Y qué título tengo yo, y cómo alcancé ese título?
-Ciudadano honorable, y ese título lo alcanzó con estudio...
-¿Dónde yo me encuentro, y cuál es mi servicio?
-Sirve en la fábrica del mercader Podshókin, en la mecánica, por la parte técnica, y de salario le corresponde tres mil...
-¿Entendieron ahora? ¡Y aquí tienen mi boleto! Me invitó a la boda el padre de los novios, el mercader Sinierílov, que está ahora en estado de ebriedad...
-¡Hijito mío! ¡Querida tú alma mía! –empezó a vociferar el chofer. -¿Por qué pues no lo dijiste antes?
-Yo soy un hombre orgulloso... Tengo amor propio... ¡Adiós!
-Pero no, espera... ¡Es pecado, hermano! ¡Voltea los pértigos, Semión Panteléich! Ahora se ve, qué clase de hombre eres tú... Vamos, beberemos por tu instrucción... por la idea...
El hombre orgulloso frunció el ceño y fue hacia arriba. A los dos minutos, estaba parado ya en el buffet y bebía cognac.
-Sin orgullo, en este mundo, no se puede vivir, -explicaba. -¡Yo nunca cedo ante nadie! ¡Ante nadie! Entiendo mi precio. ¡Por lo demás ustedes, los ignorantes, no pueden entender!
1Grosh, antigua moneda rusa igual a ½ kopek.
2¡Fi donc!, expresión que denota desprecio.
Título original: Gordii cheloviek (Rasskaz), publicado por primera vez en el periódico Moskovskii listok, 1884, Nº 112, con la firma: “A. Chejov”.
Imagen: Anselm Feuerbach, Autorretrato, XIX.