sábado, 19 de enero de 2008

Desde Siberia

VI

En Dubróvin me dan caballos, y continúo adelante. Pero a 45 vérstas de Tomsk, me dicen de nuevo que no se puede ir, que el río Tom inundó las praderas y los caminos. De nuevo hay que navegar en bote. Y ahí la misma historia que en Krásnii Yár: el bote fue al otro lado, pero no puede regresar, ya que sopla un viento fuerte, y en el río hay oleadas grandes... ¡Vamos a esperar!
Por la mañana nieva, y cubre la tierra en un viershók14 y medio (¡esto el 14 de mayo!), al mediodía la lluvia lava toda la nieve, y al atardecer, durante la puesta de sol, cuando estoy parado en la orilla, y miro cómo el bote que navega hacia nosotros lucha contra la corriente, llueve y cae granizo... Y en ese mismo momento, se produce un fenómeno que no concuerda en absoluto con la nieve y el frío: oigo claramente el tronar de un trueno. Los cocheros se persignan y dicen que es para calor.
El bote es grande. Depositan en éste, al principio, unos veinte puds de correo, después mi equipaje, y lo cubren todo con unas esteras mojadas... El cartero, un hombre alto, maduro, se sienta sobre el bulto, yo sobre mi maleta. A mis pies se acomoda un soldadito pequeño, lleno de pecas. Su capote está como para exprimir, y desde la visera, por detrás del cuello, le corre agua.
-¡Señor, bendícenos! ¡Desamarra!
Navegamos con la corriente, cerca de unos arbustos de mimbre. Los remeros cuentan que recién, hace unos diez minutos, se ahogaron dos caballos, y el muchacho que estaba en la telega apenas se salvó, agarrándose a un arbusto de mimbre.
-¡Remen, remen muchachos, después lo contarán! –dice el timonel. -¡Esfuércense!
Por el río, como sucede antes de la tormenta, pasa una ráfaga de viento... El mimbre pelado se inclina hacia el agua y zumba, el río de pronto se oscurece, empiezan las oleadas en desorden...
-¡Muchachos, viren hacia los arbustos, hay que esperar!- dice en voz baja el timonel.
Apenas empiezan a virar hacia los arbustos, cuando uno de los remeros advierte, que en caso de mal tiempo estaremos toda la noche en los mimbres, y de todas formas nos ahogaremos, y por eso ¿acaso no continuar navegando? Proponen decidirlo por mayoría de votos, y deciden continuar navegando...
El río se torna más oscuro, el viento fuerte y la lluvia nos golpean de costado, y la orilla aún está lejos, y los arbustos, de los que en caso de desgracia nos podríamos agarrar, quedan atrás... El cartero, que ha visto cosas en su larga vida, calla y no se mueve, como si se hubiera helado, los remeros callan también... Veo cómo al soldadito, de pronto, se le amorata el cuello. Siento un pesar en el corazón, y sólo pienso que si el bote se vuelca, pues me arrancaré primero la pelliza, después el saco, después...
Pero he aquí la orilla está más y más cerca, los remeros trabajan con más alegría; poco a poco el pesar se va del alma y, cuando quedan no menos de tres sazhénes hasta la orilla, se siente de pronto alivio, alegría, y ya pienso:
“¡Es bueno ser cobarde. Poco hace falta para sentir de pronto mucha alegría!”

Continuará...

14Viershók, antigua medida rusa igual a 4,4 cm.

Título original: Iz Sibiri, publicado por primera vez en el periódico Novoe vremia, 1890, el 8, 9, 12, 13, 15, 18 de mayo y 20 de junio con la firma: “Antón Chejov”.
Imagen: Isaac Levitan, Landscape on the Volga. Boats by the Riverbank, XIX.