Un inteligente, muy respetado comisario de distrito tenía una mala costumbre, y exactamente: estando en compañía, le gustaba jactarse de sus dotes que, hay que hacerle justicia, tenía muchas. Se jactaba de su mente, energía, fuerza, forma de pensar, y demás.
-¡Yo soy fuerte! –decía. –Quiero, rompo la cerradura, quiero, me como a un hombre con trigo... Puedo destruir Cartago, y cortar el nudo gordiano con un hacha. ¡Miren cómo soy!
Él se jactaba y todos se admiraban. Por desgracia, el comisario no había terminado un curso en ningún lugar, y no leía las Escrituras; no sabía que la obcecación y el orgullo son, en esencia, vicios indignos de un alma generosa. Pero un hecho lo ajuició. Una vez, pasó por casa de su amigo, un viejo jefe de bomberos y, viendo allí una sociedad numerosa, empezó a jactarse. Tras beberse tres copitas de vodka, abrió los ojos y dijo:
-¡Miren, insignificantes! ¡Miren y entiendan! ¡El sol, que está en los cielos con los demás astros y nubes! ¡Él va de oriente a occidente, y nadie puede cambiar su ruta! ¡Y yo puedo! ¡Puedo!
El viejo jefe de bomberos le sirvió la cuarta copita y observó amistosamente:
-¡Creo! Para la mente humana no hay nada imposible. Esa mente lo ha superado todo. Ésa puede romper las cerraduras, construir una torre hasta el cielo, cobrarle un soborno a un muerto... ¡todo lo puede! Pero, Piótr Yevtrópich, me atrevo a agregar, hay una cosa que no puede vencer no sólo la mente humana, sino hasta su fuerza.
-¿Y qué cosa es? –sonrió el obcecado con desprecio.
-Usted puede vencer todo, pero no se puede vencer a sí mismo. ¡Sí! Gnothi seauton1, decían los antiguos... Conócete a ti mismo... Y usted, a sí mismo, no se puede ni conocer, ni vencer. Contra tu propia naturaleza no irás. ¡Sí!
-¡No, iré! ¡Y me venceré!
-¡Ay, no se vencerá! ¡Créale al viejo, no se vencerá!
Se armó una discusión. Terminó en que el viejo jefe de bomberos llevó al orgulloso a una tienda de baratijas, y le dijo:
-Ahora les mostraré... Este tendero, en ese cofrecito, tiene un billete de diez rublos. Si usted se puede vencer, pues no tome ese dinero...
-¡Y no lo tomaré! ¡Me venceré!
El orgulloso cruzó las manos sobre el pecho y, ante la atención general, empezó a vencerse. Largo tiempo luchó y sufrió. Media hora abrió los ojos, se sonrojó y apretó los puños, pero al final no resistió, extendió maquinalmente la mano hacia el cofrecito, sacó el billete de diez rublos y, temblorosamente, lo metió en su bolsillo.
-¡Sí!- dijo él. -¡Ahora entiendo!
Y desde entonces ya jamás se jactó de su fuerza.
1Gnothi seauton, conócete a ti mismo. Inscripción en el frontón del templo de Apolo, en Delfos, que Sócrates toma como divisa.
Título original: Samoobolschenie, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 20, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Victor Vasnetsov, Ivan Petrov, a Peasant from Vladimir Province, Study, 1883.
-¡Yo soy fuerte! –decía. –Quiero, rompo la cerradura, quiero, me como a un hombre con trigo... Puedo destruir Cartago, y cortar el nudo gordiano con un hacha. ¡Miren cómo soy!
Él se jactaba y todos se admiraban. Por desgracia, el comisario no había terminado un curso en ningún lugar, y no leía las Escrituras; no sabía que la obcecación y el orgullo son, en esencia, vicios indignos de un alma generosa. Pero un hecho lo ajuició. Una vez, pasó por casa de su amigo, un viejo jefe de bomberos y, viendo allí una sociedad numerosa, empezó a jactarse. Tras beberse tres copitas de vodka, abrió los ojos y dijo:
-¡Miren, insignificantes! ¡Miren y entiendan! ¡El sol, que está en los cielos con los demás astros y nubes! ¡Él va de oriente a occidente, y nadie puede cambiar su ruta! ¡Y yo puedo! ¡Puedo!
El viejo jefe de bomberos le sirvió la cuarta copita y observó amistosamente:
-¡Creo! Para la mente humana no hay nada imposible. Esa mente lo ha superado todo. Ésa puede romper las cerraduras, construir una torre hasta el cielo, cobrarle un soborno a un muerto... ¡todo lo puede! Pero, Piótr Yevtrópich, me atrevo a agregar, hay una cosa que no puede vencer no sólo la mente humana, sino hasta su fuerza.
-¿Y qué cosa es? –sonrió el obcecado con desprecio.
-Usted puede vencer todo, pero no se puede vencer a sí mismo. ¡Sí! Gnothi seauton1, decían los antiguos... Conócete a ti mismo... Y usted, a sí mismo, no se puede ni conocer, ni vencer. Contra tu propia naturaleza no irás. ¡Sí!
-¡No, iré! ¡Y me venceré!
-¡Ay, no se vencerá! ¡Créale al viejo, no se vencerá!
Se armó una discusión. Terminó en que el viejo jefe de bomberos llevó al orgulloso a una tienda de baratijas, y le dijo:
-Ahora les mostraré... Este tendero, en ese cofrecito, tiene un billete de diez rublos. Si usted se puede vencer, pues no tome ese dinero...
-¡Y no lo tomaré! ¡Me venceré!
El orgulloso cruzó las manos sobre el pecho y, ante la atención general, empezó a vencerse. Largo tiempo luchó y sufrió. Media hora abrió los ojos, se sonrojó y apretó los puños, pero al final no resistió, extendió maquinalmente la mano hacia el cofrecito, sacó el billete de diez rublos y, temblorosamente, lo metió en su bolsillo.
-¡Sí!- dijo él. -¡Ahora entiendo!
Y desde entonces ya jamás se jactó de su fuerza.
1Gnothi seauton, conócete a ti mismo. Inscripción en el frontón del templo de Apolo, en Delfos, que Sócrates toma como divisa.
Título original: Samoobolschenie, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 20, con la firma: “El hombre sin bazo”.