lunes, 24 de marzo de 2008

M.V. Kiselióva a Chejov


Bábkino, principios de enero de 1887.

Empezaré, buenísimo Antón Pávlovich, por que el folletín
1 que me ha enviado no me gusta en absoluto, en absoluto, aunque estoy convencida de que a mi opinión se unirán muy pocos. Está bien escrito, los lectores hombres se harán más inteligentes, si el destino no los empujó a una Susana semejante, que supiera divertir su licencia; las mujeres la envidiarán en secreto, pero la mayor parte del público leerá con interés, y dirá: "¡Escribe fluido ese Chejov, es un bravo!”
Puede ser, a usted le van a satisfacer los 115 r. y esos juicios, pero a mí, en lo personal, me fastidia que un escritor de su clase, o sea, no privado de Dios, me muestre sólo la “pila de estiercol”. La suciedad, los canallas y las canallas pululan en el mundo, y la impresión que éstos producen no es nueva, pero en cambio, qué gratitud sientes por ese escritor que, al pasarlo a usted por todo el hedor de la pila de estiercol, de pronto saca de ahí un germen perlado. Usted no es corto de vista, y es perfectamente capaz de encontrar ese germen, ¿para qué pues, entonces, sólo la pila? Deme el germen, para que en mi memoria se esfume toda la suciedad de la situación; a usted, yo tengo derecho a exigirle eso, y a los otros, que no saben distinguir y encontrar a la persona entre los animales de cuatro patas, ni me pondré a leerlos. Mi mirada, por supuesto, no puede tener significado para usted, pero, en calidad de buena conocida suya, yo me permitiré expresarla, además de que usted mismo me dio ese derecho, al enviarme el folletín.
Puede ser, sería mejor callar, pero yo quisiera ansiosamente regañarlo a usted y a sus redactores abyectos, que estropean su talento con tanta indiferencia. Si fuera redactor, yo, para su propio provecho, le devolvería ese folletín. A disculparme con usted por la brusquedad de mi juicio no me pondré, usted sabe que yo o digo la verdad o callo, y si a mí ya me llegó al corazón la necesidad de decir la verdad (yo no soy el papa romano, puedo equivocarme, puedo juzgar de modo femenino, ¡puedo ser hasta directamente estúpida!), pues la diré sin ambages. Bueno, hasta pronto, le estrecho la mano, y… ¡su folletín, de todas formas, es super-repusilvo! Ofrézcale escribir éstos (¡por su contenido!) a esos diversos escritorzuelos de espíritu bajo y desheredados de la fortuna, como pues: O. Kreitz, Pince-nez, Aloe ¡y tutti quanti ineptos!
¡Por las fiestas que llegan!
¡A todos una reverencia diligente!

M.K.

1) Por regla, se acostumbra a robar sólo algo valioso, y si mis palabras merecieran ser robadas, pues bailo la tarantella con éxtasis de orgullo.
2) Por Anna Pávlovna usted nunca fue castigado, por consiguiente, no hay nada que perdonar.
3) ¿Por qué no escribe en El pensamiento ruso?
4) Su folletín lo cuidaré y se lo devolveré al encuentro, ¡espero que no se enfade por mi crítica!

1Chejov envía a María Kiselióva su cuento Tina, publicado en el periódico Tiempo nuevo, Nº 3832, 1886, con la firma: "An. Chejov".


Imagen: Antón Shumeyko,
Kremlin de Rostóv a la noche, 2003.