Cierto filósofo dijo que si los carteros supieran cuántas tonterías, trivialidades y disparates tienen que cargar en sus bolsas, no correrían con tanta rapidez y, seguramente, exigirían un aumento de salario. Eso es verdad. Otro cartero, sofocándose y rompiéndose la cabeza, vuela al sexto piso en aras de llevar sólo una línea: “¡Almita! ¡Te beso! ¡Tuyo, Míshka!”, o una tarjeta de visita: “Kolonión Pantalónovich Podbriúshkin”. Otro pobrecito llama a una puerta un cuarto de hora, se congela y consume para llevar a su destino, la escabrosa descripción de una orgía en casa del capitán Epíshkin. El tercero, como un poseso, corre por el patio y busca al portero, para entregar al inquilino una carta en la que dicen “¡que no te encuentre, porque te voy a partir la jeta!”, o “¡besar a los queridos niños y a Aniútochka por el día de cumpleaños!” ¡Y si los ves, así piensas que cargan al mismo Kant o Spinoza!
Un ocioso Shpiékin1, a quien le gustaba meter las narices y averiguar “qué hay de nuevo en Europa2”, compuso una especie de tabla estadística, que constituye un precioso aporte a la ciencia. Por este producto de las observaciones de largos años se ve que, en general, el contenido de las cartas de los habitantes oscila según la temporada. En primavera predominan las cartas amorosas y curativas, en verano las domésticas y aleccionadoras-matrimoniales, en otoño las de bodas y naipes, en invierno las de servicio y chismosas. Si tomar las cartas de todo un año al por mayor, y poner en marcha el método porcentual, pues por cada cien cartas tocan:
setenta y dos tales, que se escriben en vano, por hacer algo, sólo porque se tiene a la mano el papel y el timbre. En tales cartas se describen los bailes y la naturaleza, le dan vueltas a la noria, recogen agua en cesto, preguntan: “¿Por qué usted no se casa?”, se quejan del aburrimiento, se lamentan, informan que Anna Semiónovna está en un estado interesante, ruegan reverenciar “¡a todos!¡a todos!”, regañan porque no los visitan, y demás.
cinco amorosas, de las cuales sólo en una se hace una petición de mano;
cuatro felicitatorias;
cinco que piden en préstamo hasta el primer cobro,
tres terriblemente fastidiosas, escritas por una mano femenina y olorosas a mujer; en éstas recomiendan a un “joven”, o ruegan conseguir algo como una contraseña teatral, un libro nuevo y por el estilo; al final disculpas, por que la carta está escrita de forma ininteligible y descuidada;
dos con versos enviadas a la redacción;
una “inteligente”, en la que Iván Kuzmích expresa a Semión Semiónovich su opinión sobre la cuestión búlgara o el perjuicio de la publicidad3,
una en la que el esposo, en nombre de la ley, exige que la esposa regrese a casa para la “convivencia conjunta”;
dos al sastre con el ruego de coser un pantalón nuevo y esperar por la vieja deuda;
una que recuerda sobre la vieja deuda;
tres de negocio y
una terrible, llena de lágrimas, ruegos y quejas. “Ahora murió papá” o “¡Se suicidó Kólia, apúrense!”, y demás.
1Shpiékin, administrador de correos que lee por curiosidad las cartas ajenas enviadas por correo, personaje de El inspector, comedia de Nikolai Gógol.
2Cita incorrecta de las palabras del administrador de correos de El inspector: “me gusta a muerte saber, qué hay de nuevo en el mundo” (act. I, esc. 2).
3La ley del 4 de septiembre de 1881 sobre la protección intensiva y de excepción, establece el derecho del ministro de asuntos internos y general, gobernador de la sección de asuntos judiciales, a escuchar tras las puertas cerradas.
Título original: Statistika, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1886, Nº 42, con la firma: “El hombre sin bazo”.
Imagen: Vincent Van Gogh, Cartero Roulin, XIX.