martes, 26 de febrero de 2008

Chejov a A.S. Suvórin


Moscú, 17 de octubre de 1889.


En cuanto a la sección médica para el calendario1, le escribí ayer. Hoy Ostróvskii, sobre el que también ya le escribí, trajo todo un fardo de cuentos de su hermana.

A Górieva2 la golpean e injurian, y por supuesto, con injusticia, ya que golpear e injuriar públicamente se debe sólo por mal, y eso con análisis. Pero Górieva es terriblemente mala. Yo estuve una vez en su teatro, y casi no me morí de tedio. El conjunto es gris, las pretensiones aplastantes.

No se alegre de que entró usted en mi pieza. Temprano cantó el pajarito. Su turno aún está en adelante. Si estoy vivo, describiré las noches de Feodósia que pasamos juntos en las pláticas, y esa pesca, cuando usted caminaba por los pilotes del molino de los Lintvarióv –más de usted por ahora no necesito. En la pieza usted no está y no puede estar, aunque Grigoróvich, con la perspicacia que le es propia, ve lo contrario. En la pieza se habla de un hombre tedioso, con amor propio, rígido, que leyó sobre arte 25 años y no entendió nada; de un hombre que produce en todos tristeza y aburrimiento, que no permite la risa y la música, y demás y demás, y con todo eso sumamente dichoso. No crea, por Dios, a todos esos señores que buscan en todo, ante todo, lo malo, que miden a todos por su rasero, y atribuyen a otros sus rasgos personales de zorro y tejón. ¡Ah, qué contento está ese Grigoróvich! Y cómo se alegrarían todos ellos, si yo le pusiera a usted arsénico en el té, o resultara un espía que sirve en la III sección. Usted dirá, por supuesto, que todo eso son tonterías. No, no son tonterías. Si mi pieza fuera, pues todo el público, con la mano ligera de los mentirosos shelopáevs, diría mirando la escena: “¡Así es Suvórin! ¡Así es su esposa! Hum... ¡Dígame, y nosotros no lo sabíamos!”

Es una pequeñez, de acuerdo, pero de esas pequeñeces perece el mundo. En estos días me encontré en el teatro con un literato petersburgués. Entablamos conversación. Tras conocer por mí, que en verano estuvieron en la casa, en distintos momentos, Pleschéev, Barantzévich, usted, Svobódin y otros, él suspiró con compasión y dijo:

-En vano piensa usted que eso es buena propaganda. Usted se equivoca bastante si cuenta con ellos.

O sea, a usted yo lo invité a la casa para que haya quién escriba de mí, a Svobódin lo invité para que haya a quién imponerle mi pieza. Y después de la conversación con el literato, tengo ahora en la boca tal sensación, como si en lugar de vodka me hubiera tomado una copita de tinta con moscas. Todo esto son pequeñeces, tonterías, pero si no hubiera esas pequeñeces, toda la vida humana se compondría continuamente de alegrías, y ahora ésta es a la mitad repulsiva.

Si a usted le sirven café, pues no intente buscar en éste cerveza. Si yo le ofrezco ideas profesorales, pues créame, y no busque en éstas ideas chejovianas. Agradezco humildemente. En todo el relato3 hay sólo una idea que yo comparto, y que está en la cabeza del yerno del profesor, el estafador Gnekker, es –“¡se chifló el viejo!” Todo lo restante está inventado y hecho... ¿Dónde halló usted la publicística? ¿Es posible que valore tanto las opiniones en general, sean las que sean, que ve el centro de gravedad sólo en éstas, y no en su forma de expresión, no en su procedencia, y demás? Significa, que y El discípulo de Bourget es publicística? Para mí, como autor, todas esas opiniones, por su esencia, no tienen ningún valor. El asunto no está en su esencia, ésta es variable y no nueva. Toda la esencia está en la naturaleza de esas opiniones, en su dependencia de las influencias externas, y demás. Éstas, es necesario considerarlas como las cosas, como los síntomas, del todo objetivamente, sin intentar ni convenir con éstas, ni disputar a éstas. ¿Si yo describo el baile de San Vito, pues usted no lo mirará desde el punto de vista de un coreógrafo? ¿No? Lo mismo es necesario con las opiniones. Yo no tenía la pretensión, en absoluto, de aturdirlo con mis asombrosas visiones del teatro, la literatura y demás; sólo quería valerme de mis conocimientos, y representar ese círculo vicioso donde, tras caer, el hombre bueno e inteligente, con todo su deseo de recibir de Dios la vida tal como es, y pensar de todos de forma cristiana, quiera o no quiera, murmura entre dientes, gruñe como un esclavo e injuria a las personas, incluso, en esos instantes, cuando se obliga a expresarse bien de éstas. Quiere interceder por los estudiantes pero, excepto hipocresía e injuria poblana, no le sale nada... Por lo demás, todo esto es una larga historia.

Sus hijitos brindan grandes esperanzas. El precio del Cien cabezas4 lo subieron, y su volumen lo redujeron. Me prometieron por los cuentos un barrilito de vino, y me engañaron, y para que no me enojara, pusieron mi retrato vis á vis con el sha de Persia. A propósito del sha. Leí hace poco los versos El concierto político, donde se habla del sha aproximadamente así: y el sha de Persia, excéntrico siempre, se fue a París, para comparar su (...) con la torre Eiffel. Venga a Moscú. Iremos juntos al teatro.


Suyo, A. Chejov.


1El Calendario ruso, edición de A.S. Suvórin.

2Elizavéta Górieva, actriz dramática, tiene su propio teatro en Moscú.

3Una historia aburrida.

4En el calendario Cien cabezas se publican los cuentos de Chejov El escapado y El champagne.


Imagen Sergey Svetoslavsky, View from a window of the Moscow School of Painting, 1878.