Moscú, 3 de noviembre de 1888.
¡Saludos, Alexéi Serguéevich! Ahora me visto de frac, para ir a la inauguración de La sociedad de artes y literatura, a donde estoy invitado en calidad de visitante. Habrá un baile de etiqueta. Qué fines y medios tiene esa sociedad, quién es miembro ahí y demás, yo no sé. Sólo sé que a su cabeza está Fedótov1, autor de muchas piezas. Como miembro a mí no me eligieron, con lo que estoy muy contento, ya que aportar 25 rub. por la cuota de miembro, por el derecho a aburrirse, mucho no quisiera. Si hay algo interesante o risible, pues le escribiré; Liénskii2 va a leer mis cuentos.
En El heraldo del norte (noviembre) hay un artículo3 del poeta Mierezhkóvskii4 sobre mi persona. Un artículo largo. Recomiendo a su atención su final. Es característico. Mierezhkóvskii es aún muy joven, es un estudiante, casi un naturalista. Quien asimiló para sí la sabiduría del método científico, y quien por eso sabe pensar científicamente, ese experimenta no pocas tentaciones fascinantes. Arquímedes quería voltear la tierra, y las actuales cabezas calientes quisieran abarcar científicamente la vastedad, quisieran encontrar las leyes físicas de la creación, captar la ley común y las fórmulas por las que el artista, sintiéndolas de modo instintivo, crea las piezas musicales, los paisajes, las novelas y demás. Esas fórmulas en la naturaleza, probablemente, existen. Nosotros sabemos que en la naturaleza hay a, b, c, d, do, re, mi fa, sol, hay la curva, la recta, el círculo, el cuadrado, el color verde, el rojo, el azul.., sabemos que todo eso, en la sabida combinación, da la melodía, los versos o el cuadro, semejante a cómo los cuerpos químicos sencillos, en la sabida combinación, dan la madera, la piedra o el mar, y nosotros sólo sabemos que la combinación existe, pero el orden de esa combinación está oculto para nosotros. Quien posee un método científico, ese intuye con el alma que la pieza musical y el árbol tienen algo en común, que la una y el otro son creados por unas leyes igualmente correctas, sencillas. De aquí la pregunta: ¿qué leyes son esas? De aquí la tentación –escribir la fisiología de la creación (Boboríkin5), y en los más jóvenes y tímidos –remitirse a la ciencia y a las leyes de la naturaleza (Mierezhkóvskii). La fisiología de la creación, probablemente, existe en la naturaleza, pero los sueños sobre ésta se deben destruir al mismo principio. Si los críticos se paran sobre un suelo científico, pues de eso no habrá bien: perderán decenas de años, escribirán mucho balasto, enredarán aún más la cuestión –y sólo. Pensar científicamente es bueno donde quiera, pero la desgracia está, en que el pensamiento científico de la creación, al final de todo, quieras o no quieras, será reducido a la persecución de las “células” o los “centros” que rigen la capacidad de creación, y después algún alemán obtuso descubrirá esas células en algún lugar de la porción temporal del cerebro, otro no convendrá con él, el tercer alemán convendrá, y el ruso recorrerá el artículo sobre las células y se largará una ponencia en El heraldo del norte, El heraldo de Europa empezará a examinar esa ponencia, y en el aire ruso va a flotar unos tres años una epidemia de sandeces, que dará a los obtusos ganancias y popularidad, y en las personas inteligentes provocará sólo irritación.
Para esos, a los que fatiga el método científico, a los que Dios dio el talento único de pensar científicamente, en mi opinión, hay una única salida –la filosofía de la creación. Se puede reunir en una pila todo lo mejor, creado por los artistas de todos los siglos y, aprovechando el método científico, captar eso común, que los hace parecidos los unos a los otros, y que condiciona su valor. Eso común será la ley. Las obras que se llaman inmortales, tienen en común mucho; si de cada una de éstas excluir eso común, pues la obra perderá su valor y encanto. Significa, que eso común es necesario, y constituye una conditio sine qua non de cualquier obra que pretenda la inmortalidad.
Para la juventud es más útil escribir crítica, que versos. Mierehzkóvskii escribe llana y juvenilmente, pero en cada página se acobarda, hace restricciones y concesiones, eso es una señal de que él mismo no se aclaró la cuestión... A mí él me nombra poeta, a mis cuentos novelas, a mis héroes infortunados, significa, que obra por rutina. Sería hora de abandonar a los infortunados, a los hombres superfluos y demás, e inventar algo propio. Mierezhskóvskii, a mi monje, inventor de acatistas6, lo llama infortunado. ¿Pero qué infortunado es ese? Dé Dios a cada uno vivir así: creía en Dios, estaba saciado, sabía inventar... Dividir a los hombres en afortunados e infortunados, significa ver la naturaleza humana desde un punto de vista estrecho, preconcebido... ¿Es afortunado usted, o no? ¿Y yo? ¿Y Napoleón? ¿Su Vasílii7? ¿Dónde están ahí los criterios? Hay que ser Dios para saber distinguir a los afortunados de los infortunados, y no equivocarse... Voy al vals.
Regresé del vals. El fin de la sociedad: la “unidad”. Un científico alemán enseñó a un gatito, un ratón, un azor y un gorrión a comer de un mismo plato. Ese alemán tenía un sistema, y la sociedad ninguno. Un aburrimiento mortal. Todos vagaban por las habitaciones, y hacían ver que no estaban aburridos. Cierta señorita cantó, Liénskii leyó mi cuento (al mismo tiempo, uno de los oyentes dijo: “¡Un cuento bastante débil!”, y Lievínskii8 tuvo la estupidez y la crueldad de interrumpirlo con las palabras: “¡Y aquí está el mismo autor! Permita que se lo presente”, y el oyente se hundió en la tierra con la confusión), bailaron, comieron una mala cena, fueron estafados por los lacayos... Si los actores, los artistas y los literatos, en realidad, constituyen la mejor parte de la sociedad, pues es una lástima. Bien debe estar la sociedad, si su mejor parte es tan pobre de colores, deseos, intenciones, tan pobre de gusto, mujeres bonitas, iniciativas... Pusieron en el recibidor un pelele japonés, metieron en la esquina una sombrilla japonesa, colgaron de la baranda de la escalera un tapiz, y piensan que eso es artístico. Sombrilla japonesa hay, y periódicos no. Si un artista, en la decoración de su apartamento, no va más allá del pelele de museo con alabarda, los escudos y los abanicos en las paredes, si todo eso no es casual, sino sentido y subrayado, pues eso no es un artista, sino un mono que oficia.
Recibí hoy de Léikin9 una carta. Escribe que estuvo en su casa. Es un hombre bondadoso e inofensivo, pero un burgués hasta la médula de los huesos. Él, si va a algún lugar o dice algo, pues con seguridad es con una segunda intención. Cada palabra suya él la dice severamente premeditada, y con cada palabra vuestra, cuán casualmente no sea ésta dicha, se da por enterado con absoluta seguridad de que a él, a Léikin, así le hace falta, de otra forma sus libros no saldrán, sus enemigos triunfarán, sus amigos lo dejarán, el crédito lo echará10... La zorra a cada instante teme por su piel, así y él. ¡Un diplomático fino! Si habla de mí, pues eso significa, que él quiere lanzar una piedrita al tejado de los “nihilistas”, que me estropearon (Mijailóvskii11), y de mi hermano Alexánder12, a quien él odia. En sus cartas a mí él me previene, asusta, aconseja, me revela secretos... ¡Desdichado mártir cojo! Podría vivir con tranquilidad hasta su misma muerte, pero cierto demonio lo molesta...
Yo tengo en la familia una pequeña desgracia, sobre la que le informaré al encuentro. Tronó un trueno sobre la cabeza de uno de mis hermanos, y ese trueno no me deja trabajar y estar tranquilo. ¡Qué clase de comisión, creador, ser cabeza de familia!
Las francesitas, por coquetería, para tener pupilas grandes, se ponen atropina en los ojos, y no está mal.
La pieza13 de Máslov la lee Petipa14. Donde Korsh hay un barullo. Reventó la cafetera de vapor y le escaldó la cara a Ribchínskaya15. Gláma-Mieschérskaya16 se fue a Petersburgo. Solovzóv17 tiene enferma a la amiga de su vida, Gliébova18, y demás. No hay nadie para actuar, nadie obedece, todos gritan, discuten... Por lo visto, la pieza de ambiente y con trajes será rechazada con horror... Y yo quisiera que pusieran El seductor19. Yo no en aras de Máslov gestiono, sino simplemente por lástima con la escena, y por amor propio. Hay que intentar, con todas las fuerzas, que la escena pase de las manos abaceras a las manos literarias, de otra forma el teatro se pierde.
La cafetera mató a mi Oso. Ribchínskaya está enferma, y no hay nadie para actuar.
Todos los nuestros lo reverencian. A Anna Ivánovna, Nástia y Bória mi saludo de corazón.
¡Saludos, Alexéi Serguéevich! Ahora me visto de frac, para ir a la inauguración de La sociedad de artes y literatura, a donde estoy invitado en calidad de visitante. Habrá un baile de etiqueta. Qué fines y medios tiene esa sociedad, quién es miembro ahí y demás, yo no sé. Sólo sé que a su cabeza está Fedótov1, autor de muchas piezas. Como miembro a mí no me eligieron, con lo que estoy muy contento, ya que aportar 25 rub. por la cuota de miembro, por el derecho a aburrirse, mucho no quisiera. Si hay algo interesante o risible, pues le escribiré; Liénskii2 va a leer mis cuentos.
En El heraldo del norte (noviembre) hay un artículo3 del poeta Mierezhkóvskii4 sobre mi persona. Un artículo largo. Recomiendo a su atención su final. Es característico. Mierezhkóvskii es aún muy joven, es un estudiante, casi un naturalista. Quien asimiló para sí la sabiduría del método científico, y quien por eso sabe pensar científicamente, ese experimenta no pocas tentaciones fascinantes. Arquímedes quería voltear la tierra, y las actuales cabezas calientes quisieran abarcar científicamente la vastedad, quisieran encontrar las leyes físicas de la creación, captar la ley común y las fórmulas por las que el artista, sintiéndolas de modo instintivo, crea las piezas musicales, los paisajes, las novelas y demás. Esas fórmulas en la naturaleza, probablemente, existen. Nosotros sabemos que en la naturaleza hay a, b, c, d, do, re, mi fa, sol, hay la curva, la recta, el círculo, el cuadrado, el color verde, el rojo, el azul.., sabemos que todo eso, en la sabida combinación, da la melodía, los versos o el cuadro, semejante a cómo los cuerpos químicos sencillos, en la sabida combinación, dan la madera, la piedra o el mar, y nosotros sólo sabemos que la combinación existe, pero el orden de esa combinación está oculto para nosotros. Quien posee un método científico, ese intuye con el alma que la pieza musical y el árbol tienen algo en común, que la una y el otro son creados por unas leyes igualmente correctas, sencillas. De aquí la pregunta: ¿qué leyes son esas? De aquí la tentación –escribir la fisiología de la creación (Boboríkin5), y en los más jóvenes y tímidos –remitirse a la ciencia y a las leyes de la naturaleza (Mierezhkóvskii). La fisiología de la creación, probablemente, existe en la naturaleza, pero los sueños sobre ésta se deben destruir al mismo principio. Si los críticos se paran sobre un suelo científico, pues de eso no habrá bien: perderán decenas de años, escribirán mucho balasto, enredarán aún más la cuestión –y sólo. Pensar científicamente es bueno donde quiera, pero la desgracia está, en que el pensamiento científico de la creación, al final de todo, quieras o no quieras, será reducido a la persecución de las “células” o los “centros” que rigen la capacidad de creación, y después algún alemán obtuso descubrirá esas células en algún lugar de la porción temporal del cerebro, otro no convendrá con él, el tercer alemán convendrá, y el ruso recorrerá el artículo sobre las células y se largará una ponencia en El heraldo del norte, El heraldo de Europa empezará a examinar esa ponencia, y en el aire ruso va a flotar unos tres años una epidemia de sandeces, que dará a los obtusos ganancias y popularidad, y en las personas inteligentes provocará sólo irritación.
Para esos, a los que fatiga el método científico, a los que Dios dio el talento único de pensar científicamente, en mi opinión, hay una única salida –la filosofía de la creación. Se puede reunir en una pila todo lo mejor, creado por los artistas de todos los siglos y, aprovechando el método científico, captar eso común, que los hace parecidos los unos a los otros, y que condiciona su valor. Eso común será la ley. Las obras que se llaman inmortales, tienen en común mucho; si de cada una de éstas excluir eso común, pues la obra perderá su valor y encanto. Significa, que eso común es necesario, y constituye una conditio sine qua non de cualquier obra que pretenda la inmortalidad.
Para la juventud es más útil escribir crítica, que versos. Mierehzkóvskii escribe llana y juvenilmente, pero en cada página se acobarda, hace restricciones y concesiones, eso es una señal de que él mismo no se aclaró la cuestión... A mí él me nombra poeta, a mis cuentos novelas, a mis héroes infortunados, significa, que obra por rutina. Sería hora de abandonar a los infortunados, a los hombres superfluos y demás, e inventar algo propio. Mierezhskóvskii, a mi monje, inventor de acatistas6, lo llama infortunado. ¿Pero qué infortunado es ese? Dé Dios a cada uno vivir así: creía en Dios, estaba saciado, sabía inventar... Dividir a los hombres en afortunados e infortunados, significa ver la naturaleza humana desde un punto de vista estrecho, preconcebido... ¿Es afortunado usted, o no? ¿Y yo? ¿Y Napoleón? ¿Su Vasílii7? ¿Dónde están ahí los criterios? Hay que ser Dios para saber distinguir a los afortunados de los infortunados, y no equivocarse... Voy al vals.
Regresé del vals. El fin de la sociedad: la “unidad”. Un científico alemán enseñó a un gatito, un ratón, un azor y un gorrión a comer de un mismo plato. Ese alemán tenía un sistema, y la sociedad ninguno. Un aburrimiento mortal. Todos vagaban por las habitaciones, y hacían ver que no estaban aburridos. Cierta señorita cantó, Liénskii leyó mi cuento (al mismo tiempo, uno de los oyentes dijo: “¡Un cuento bastante débil!”, y Lievínskii8 tuvo la estupidez y la crueldad de interrumpirlo con las palabras: “¡Y aquí está el mismo autor! Permita que se lo presente”, y el oyente se hundió en la tierra con la confusión), bailaron, comieron una mala cena, fueron estafados por los lacayos... Si los actores, los artistas y los literatos, en realidad, constituyen la mejor parte de la sociedad, pues es una lástima. Bien debe estar la sociedad, si su mejor parte es tan pobre de colores, deseos, intenciones, tan pobre de gusto, mujeres bonitas, iniciativas... Pusieron en el recibidor un pelele japonés, metieron en la esquina una sombrilla japonesa, colgaron de la baranda de la escalera un tapiz, y piensan que eso es artístico. Sombrilla japonesa hay, y periódicos no. Si un artista, en la decoración de su apartamento, no va más allá del pelele de museo con alabarda, los escudos y los abanicos en las paredes, si todo eso no es casual, sino sentido y subrayado, pues eso no es un artista, sino un mono que oficia.
Recibí hoy de Léikin9 una carta. Escribe que estuvo en su casa. Es un hombre bondadoso e inofensivo, pero un burgués hasta la médula de los huesos. Él, si va a algún lugar o dice algo, pues con seguridad es con una segunda intención. Cada palabra suya él la dice severamente premeditada, y con cada palabra vuestra, cuán casualmente no sea ésta dicha, se da por enterado con absoluta seguridad de que a él, a Léikin, así le hace falta, de otra forma sus libros no saldrán, sus enemigos triunfarán, sus amigos lo dejarán, el crédito lo echará10... La zorra a cada instante teme por su piel, así y él. ¡Un diplomático fino! Si habla de mí, pues eso significa, que él quiere lanzar una piedrita al tejado de los “nihilistas”, que me estropearon (Mijailóvskii11), y de mi hermano Alexánder12, a quien él odia. En sus cartas a mí él me previene, asusta, aconseja, me revela secretos... ¡Desdichado mártir cojo! Podría vivir con tranquilidad hasta su misma muerte, pero cierto demonio lo molesta...
Yo tengo en la familia una pequeña desgracia, sobre la que le informaré al encuentro. Tronó un trueno sobre la cabeza de uno de mis hermanos, y ese trueno no me deja trabajar y estar tranquilo. ¡Qué clase de comisión, creador, ser cabeza de familia!
Las francesitas, por coquetería, para tener pupilas grandes, se ponen atropina en los ojos, y no está mal.
La pieza13 de Máslov la lee Petipa14. Donde Korsh hay un barullo. Reventó la cafetera de vapor y le escaldó la cara a Ribchínskaya15. Gláma-Mieschérskaya16 se fue a Petersburgo. Solovzóv17 tiene enferma a la amiga de su vida, Gliébova18, y demás. No hay nadie para actuar, nadie obedece, todos gritan, discuten... Por lo visto, la pieza de ambiente y con trajes será rechazada con horror... Y yo quisiera que pusieran El seductor19. Yo no en aras de Máslov gestiono, sino simplemente por lástima con la escena, y por amor propio. Hay que intentar, con todas las fuerzas, que la escena pase de las manos abaceras a las manos literarias, de otra forma el teatro se pierde.
La cafetera mató a mi Oso. Ribchínskaya está enferma, y no hay nadie para actuar.
Todos los nuestros lo reverencian. A Anna Ivánovna, Nástia y Bória mi saludo de corazón.
Suyo, A. Chejov.
Los vodeviles se pueden publicar en verano, y en invierno no es cómodo. En verano cada mes voy a dar un vodevil, y en invierno hay que renunciar a ese placer.
Apúnteme como miembro de la Sociedad literaria20. Cuando llegue la voy a visitar.
1Alexánder Fedótov (“Filíppich”), actor, dramaturgo, traductor, profesor y director de la Escuela de dramaturgia.
2Alexánder Liénskii (apellido verdadero Verviziotti), actor y director del teatro Máli, de Moscú.
2Alexánder Liénskii (apellido verdadero Verviziotti), actor y director del teatro Máli, de Moscú.
3En Una vieja cuestión con motivo de un nuevo talento, Dimítrii Mierezhkóskii comenta que Chejov ama al hombre “no por las manifestaciones superiores de su genio, no por que es fuerte y juicioso, sino más pronto por que es demasiado débil, mísero y risible” (El heraldo del norte, Nº 11, noviembre de 1888).
4Dimítrii Mierezhkóskii, poeta, dramaturgo, novelista, crítico literario, filósofo.
5Piótr Boboríkin (“Pierre Bobo”), escritor.
6Monje, personaje de La noche buena, cuento de Chejov.
7Vasílii, sirviente de Alexéi Suvórin.
8Vladímir Lievínskii, editor de la revista El despertador.
9Nikolai Léikin, humorista, escritor, editor y redactor de la revista Retazos, colaborador de las revistas La gaceta de Petersburgo y El contemporáneo.
10Sociedad de crédito recíproco, de cuya dirección A.N. Leikin es miembro.
11Nikolai Mijailóvskii, crítico literario y publicista.
12Alexánder Chejov, hermano mayor de Chejov, escritor, periodista, colaborador del periódico Tiempo nuevo, autor de memorias sobre Chejov.
13El seductor sevillano.
14M.M. Petipa, actor del Teatro de Korsh, de Moscú.
15Natalia Ribchínskaya, actriz del teatro de F.A. Korsh.
16Alexándra Gláma-Mieschérskaya, actriz del teatro de F.A. Korsh.
17Nikolai Solovzóv, actor, director del teatro de F.A. Korsh.
18Dária Músina-Púshkina (de casada Gliébova), actriz del teatro Alexandrínski, de San Petresburgo.
19El seductor sevillano, pieza de Máslov-Biézhetzkii, que M.M. Petipa, actor del teatro de F.A. Korsh, escoge para su beneficio.
4Dimítrii Mierezhkóskii, poeta, dramaturgo, novelista, crítico literario, filósofo.
5Piótr Boboríkin (“Pierre Bobo”), escritor.
6Monje, personaje de La noche buena, cuento de Chejov.
7Vasílii, sirviente de Alexéi Suvórin.
8Vladímir Lievínskii, editor de la revista El despertador.
9Nikolai Léikin, humorista, escritor, editor y redactor de la revista Retazos, colaborador de las revistas La gaceta de Petersburgo y El contemporáneo.
10Sociedad de crédito recíproco, de cuya dirección A.N. Leikin es miembro.
11Nikolai Mijailóvskii, crítico literario y publicista.
12Alexánder Chejov, hermano mayor de Chejov, escritor, periodista, colaborador del periódico Tiempo nuevo, autor de memorias sobre Chejov.
13El seductor sevillano.
14M.M. Petipa, actor del Teatro de Korsh, de Moscú.
15Natalia Ribchínskaya, actriz del teatro de F.A. Korsh.
16Alexándra Gláma-Mieschérskaya, actriz del teatro de F.A. Korsh.
17Nikolai Solovzóv, actor, director del teatro de F.A. Korsh.
18Dária Músina-Púshkina (de casada Gliébova), actriz del teatro Alexandrínski, de San Petresburgo.
19El seductor sevillano, pieza de Máslov-Biézhetzkii, que M.M. Petipa, actor del teatro de F.A. Korsh, escoge para su beneficio.
20La sociedad literaria rusa, constituida en Petersburgo en 1886.
Imagen: Alexander Kosnichev, Cathedral Square, 2001.
Imagen: Alexander Kosnichev, Cathedral Square, 2001.