Moscú, 27 de diciembre de 1889.
Las vírgenes jóvenes y los corderitos inocentes me traen sus obras, del montón de basura escogí un cuentito, lo corregí y se lo envío. Léalo. Es pequeño y sin pretensiones. Probablemente, servirá de sabadito. Se titula La mañana del notario Gorshkóv.
Con el tono de Jean Scheglóv, que le ruega hablarle de teatro, yo le ruego: “¡Permítame hablarle de literatura!” Cuando yo, en una de mis últimas cartas, le escribía sobre Bourget y Tolstoi1, pues pensaba menos que todo en las bonitas odaliscas, y en que el escritor debe representar sólo los placeres serenos. Yo sólo quería decir que los mejores escritores modernos, que amo, sirven al mal, ya que destruyen. Unos de ellos, como Tolstói, son unos (...) Otros pues son unos (...), no saciados de cuerpo, pero sí saciados de espíritu, que refinan su fantasía hasta los diablitos verdes, e inventan al inexistente semidiós Sixte2 y los experimentos “psicológicos”. Es verdad, Bourget puso un final feliz, pero ese final banal pronto se olvida, y en la memoria quedan sólo Sixte y los “experimentos”, que matan cien conejos de una vez: y comprometen a los ojos del vulgo la ciencia, de la que, semejante a la esposa de César, no se debe sospechar, y maltratan desde la altura de la grandeza del escritor la conciencia, la libertad, el amor, el honor, la moral, inculcando en el vulgo la seguridad de que todo eso, que contiene en él a la fiera y lo diferencia del perro, y que fue alcanzado por medio de una lucha secular con la naturaleza, puede ser desacreditado, fácilmente, por los “experimentos” si no ahora, pues en el futuro. ¿Es posible que semejantes autores “obliguen a buscar lo mejor, obliguen a pensar y reconocer que lo infame es realmente infame”? ¿Es posible que ellos obliguen a “renovarse”? No, ellos obligan a Francia a “degenerar”, y en Rusia ayudan al diablo a reproducir esas larvas y cochinillas que llamamos intelectuales. La lánguida, apática, perezosa, filosofante, fría intelectualidad, que no puede inventarse, de ningún modo, un modelo decente para los billetes de crédito, que no es patriótica y es abatida, insulsa, que se embriaga con una copita y visita el burdel de cincuenta kópeks, que gruñe y niega gustosamente todo, ya que para un cerebro perezoso es más fácil negar que afirmar, que no se casa y renuncia a educar a los niños, y demás. Un alma lánguida, unos músculos lánguidos, ausencia de movimiento, inestabilidad de ideas, y todo eso a costa de que la vida no tiene sentido, de que las mujeres tienen (...) y de que el dinero es el mal.
Donde hay degeneración y apatía, ahí hay perversión sexual, corrupción fría, abortos, vejez prematura, juventud gruñona, ahí hay decadencia de las artes, indiferencia hacia la ciencia, ahí hay injusticia en toda su forma. La sociedad que no cree en Dios, pero teme a los agüeros y al diablo, que niega a todos los médicos y, al mismo tiempo, llora hipócritamente a Bótkin3 y se inclina ante Zajárin4, no se atreverá a decir una palabra sobre que conoce la justicia.
Alemania no conoce a los autores del género de Bourget y Tolstoi, y en eso está su dicha. En ésta hay ciencia, patriotismo, buenos diplomáticos, y todo lo que quiera. Ésta golpeará a Francia, y sus aliados serán los autores franceses.
Me molestaron al escribir, si no le escribiría hoy cinco pliegos. Alguna vez después.
Hoy va El silvano. El IV acto es totalmente nuevo. De su existencia está obligado a usted y a Vladímir Nemiróvich-Dánchenko quien, tras leer la pieza, me hizo varias indicaciones muy prácticas. Los hombres no se saben los papeles y actúan no mal, las damas se saben los papeles y actúan infame. Acerca de cómo se retirará mi pieza le escribirá el tedioso Filíppov5, que me pidió en estos días un sujeto para una carta a usted. Gente aburrida.
Lo felicito por la fiesta.
Suyo, A. Chejov.
A todos los suyos un saludo desde el fondo del alma.
1Probablemente, en la primera parte de la carta del 18-23 de diciembre de 1889, que no se conservó.
2Adrien Sixte, personaje principal de El discípulo, novela de Paul Bourget.
3Serguéi Bótkin, terapeuta, uno de los fundadores de la ciencia médica moderna en Rusia.
4Profesor G. Zajárin, médico ruso.
5Serguéi Filíppov (de seudónimo “Mólotov”), reseñista teatral y literato, colaborador de El Observador.
Imagen: Alexander Kosnichev, Winter with Churches in the Background, 2003.