Moscú, 22 de noviembre de 1896.
¡Gentil Antón Pávlovich!
Acaso tienes en serio, una sensación no buena contra mí, por el hecho de que, por varios años, te empujé a escribir una pieza. Pero yo mantengo la convicción, que estoy dispuesto a defender como sea, apasionada y abiertamente, de que la escena con sus condiciones se atrasó diez años respecto a la literatura, y que eso es infame, y que la gente que dirige la escena, está obligada a moverla adelante en ese sentido, y demás.
Yo oí que tu Gaviota aparecerá en El pensamiento ruso, e incluso hice la propuesta de presentar yo ahí mismo un artículo, con motivo de esta.
Pero se me acumularon muchas ideas, que aún no me decido a expresar por escrito y que, con placer peculiar, compartiría contigo, precisamente contigo. Me sería tan preciado oír tus objeciones o aprobaciones, aunque éstas, en parte, estén dirigidas precisamente contra ti como escritor. Con la correspondencia no harás nada. Voy a esperar el encuentro contigo.
Por desgracia, nuestros encuentros a menudo pasan sin dejar huella, en el sentido del amor a la literatura. No entiendo por qué sucede eso. Acaso porque no llega un buen momento, porque para un “intercambio de ideas” interesante, primero es necesario encontrarse diez veces en calidad de simples “paseantes”, y sólo en la oncena vendrá el estado de ánimo para conversar bien; acaso porque tú tienes un carácter poco comunicativo, acaso porque yo me siento ante ti demasiado pequeño y tú me aplastas con tu talento, acaso porque, finalmente, todos nosotros, incluso tú, estamos algo desequilibrados o poco convencidos en el sentido del escritor. Además, nos toca encontrarnos en unas compañías, donde la mayoría de los elementos son de frente estrecha, o están mal educados. Yo, por ejemplo, hablaría con franqueza y de corazón ante Góltsiev1, y Sumbátov2 solamente, en el cálculo de que mis dudas sinceras no serán interpretadas de modo absurdo. Y es posible, aún ante Serguéenko3, a quien quiero por su inteligencia.
En ti no hay “maestrismo” en absoluto, según la expresión de Boboríkin4; tú, probablemente, escucharías con interés todas mis dudas. Pero temo que en ti hay tanto amor propio diabólico o, mejor dicho, reserva, que tú sólo vas a sonreír. (Conozco pues yo tu sonrisa.) Y además, tú dijiste más de una vez que te enfrías hacia la literatura... ¡Quién te entiende!
Ya ves, ¡ya el solo preámbulo de la plática despierta en mí tantas dudas!
¡Y fastidia! ¿Acaso será mejor, que cada uno trabaje en silencio, en su gabinete, ocultando a todos las cuestiones que lo inquietan, y buscando las respuestas a éstas sólo en los libros o en las propias torturas (sí, torturas), y no en las pláticas?
No pienses que yo caigo en un lirismo a la moda antigua. Simplemente, siento la necesidad de expresarme y escuchar. Si tuviéramos, siquiera, un verdadero crítico literario, que en todas estas cuestiones fuera en dos cabezas más inteligente que yo, y condescendiera a mí. Mijailóvskii5, ese, acaso, es más inteligente en un sazhén6 que todos nosotros, pero él no condesciende. Y a los restantes yo mismo les enseñaría. Me gusta platicar con Boboríkin, porque en él no hay revancha y hay mucha franqueza hacia las cuestiones literarias más menudas, pero él es un poco así, sabe Dios, va de un lado al otro, y sucumbe demasiado rápido a cualquier influencia. Yo intenté platicar con Suvórin7, no salió nada de eso.
Y acaso, conmigo es aburrido simplemente. Entonces pues, sólo me resta estar solo.
Todos nosotros pues, en este sentido, somos algo solitarios. Nos reunimos sólo para escuchar, entre copas de champagne, palabras bonitas sobre temas conocidos hace tiempo.
Con motivo de tu Gaviota ya tuve, incluso, una correspondencia bastante animada con los petersburgueses, y además me acaloré.
¿Qué contarte de nuevo?
¿Chismearte? Recién ayer supe que Listzóva8 tiene un niño, y que el padre de ese niño es Góltsiev. Ves pues, qué “necesidad vital”. Pues Víctor Alexándrovich ya está por los 50. La madre está dichosa y orgullosa, y no oculta su júbilo y orgullo. Sería curioso conocer tu opinión sobre esto.
Yo estoy ocupado con la entrega de los papeles de la pieza, y con la pieza en general. Acaso te escribí sobre esta, no lo recuerdo. Se llama El precio de la vida. Un drama. La cuestión sobre los suicidas. Va en beneficio de Liénskii9, el 12 de diciembre.
La escribí con una tensión increíble, tan fuerte, que me di la palabra de no escribir más piezas. Por ahora tiene éxito, e incluso notable, o sea, entre quienes la leyeron.
Mi tiempo restante se va en la escuela.
Hasta pronto. Te abrazo, y envío de mi parte y de Katia una reverencia a todos ustedes.
1Víctor Góltsiev, periodista, redactor de la revista El pensamiento ruso.
2Alexánder Yuzhín-Sumbátov, actor, dramaturgo, autor de El ocaso y La niebla nocturna, entre otras piezas.
3Piótr Serguéenko (de seudónimos "Yorik el Pobre", "Emile Pup"), literato, publicista.
4Piótr Boboríkin (de seudónimo "Pierre Bobo"), escritor.
5Nikolai Mijailóvskii, publicista, sociólogo, crítico literario, teorético del populismo.
6Sazhén, antigua medida rusa, igual a 2, 134 m.
9Alexánder Liénskii (apellido verdadero Verviziotti), actor y director del teatro Máli, de Moscú.
Imagen: Victor Safronov, Temple of the Basil the Blessed, 2005.
¡Gentil Antón Pávlovich!
Acaso tienes en serio, una sensación no buena contra mí, por el hecho de que, por varios años, te empujé a escribir una pieza. Pero yo mantengo la convicción, que estoy dispuesto a defender como sea, apasionada y abiertamente, de que la escena con sus condiciones se atrasó diez años respecto a la literatura, y que eso es infame, y que la gente que dirige la escena, está obligada a moverla adelante en ese sentido, y demás.
Yo oí que tu Gaviota aparecerá en El pensamiento ruso, e incluso hice la propuesta de presentar yo ahí mismo un artículo, con motivo de esta.
Pero se me acumularon muchas ideas, que aún no me decido a expresar por escrito y que, con placer peculiar, compartiría contigo, precisamente contigo. Me sería tan preciado oír tus objeciones o aprobaciones, aunque éstas, en parte, estén dirigidas precisamente contra ti como escritor. Con la correspondencia no harás nada. Voy a esperar el encuentro contigo.
Por desgracia, nuestros encuentros a menudo pasan sin dejar huella, en el sentido del amor a la literatura. No entiendo por qué sucede eso. Acaso porque no llega un buen momento, porque para un “intercambio de ideas” interesante, primero es necesario encontrarse diez veces en calidad de simples “paseantes”, y sólo en la oncena vendrá el estado de ánimo para conversar bien; acaso porque tú tienes un carácter poco comunicativo, acaso porque yo me siento ante ti demasiado pequeño y tú me aplastas con tu talento, acaso porque, finalmente, todos nosotros, incluso tú, estamos algo desequilibrados o poco convencidos en el sentido del escritor. Además, nos toca encontrarnos en unas compañías, donde la mayoría de los elementos son de frente estrecha, o están mal educados. Yo, por ejemplo, hablaría con franqueza y de corazón ante Góltsiev1, y Sumbátov2 solamente, en el cálculo de que mis dudas sinceras no serán interpretadas de modo absurdo. Y es posible, aún ante Serguéenko3, a quien quiero por su inteligencia.
En ti no hay “maestrismo” en absoluto, según la expresión de Boboríkin4; tú, probablemente, escucharías con interés todas mis dudas. Pero temo que en ti hay tanto amor propio diabólico o, mejor dicho, reserva, que tú sólo vas a sonreír. (Conozco pues yo tu sonrisa.) Y además, tú dijiste más de una vez que te enfrías hacia la literatura... ¡Quién te entiende!
Ya ves, ¡ya el solo preámbulo de la plática despierta en mí tantas dudas!
¡Y fastidia! ¿Acaso será mejor, que cada uno trabaje en silencio, en su gabinete, ocultando a todos las cuestiones que lo inquietan, y buscando las respuestas a éstas sólo en los libros o en las propias torturas (sí, torturas), y no en las pláticas?
No pienses que yo caigo en un lirismo a la moda antigua. Simplemente, siento la necesidad de expresarme y escuchar. Si tuviéramos, siquiera, un verdadero crítico literario, que en todas estas cuestiones fuera en dos cabezas más inteligente que yo, y condescendiera a mí. Mijailóvskii5, ese, acaso, es más inteligente en un sazhén6 que todos nosotros, pero él no condesciende. Y a los restantes yo mismo les enseñaría. Me gusta platicar con Boboríkin, porque en él no hay revancha y hay mucha franqueza hacia las cuestiones literarias más menudas, pero él es un poco así, sabe Dios, va de un lado al otro, y sucumbe demasiado rápido a cualquier influencia. Yo intenté platicar con Suvórin7, no salió nada de eso.
Y acaso, conmigo es aburrido simplemente. Entonces pues, sólo me resta estar solo.
Todos nosotros pues, en este sentido, somos algo solitarios. Nos reunimos sólo para escuchar, entre copas de champagne, palabras bonitas sobre temas conocidos hace tiempo.
Con motivo de tu Gaviota ya tuve, incluso, una correspondencia bastante animada con los petersburgueses, y además me acaloré.
¿Qué contarte de nuevo?
¿Chismearte? Recién ayer supe que Listzóva8 tiene un niño, y que el padre de ese niño es Góltsiev. Ves pues, qué “necesidad vital”. Pues Víctor Alexándrovich ya está por los 50. La madre está dichosa y orgullosa, y no oculta su júbilo y orgullo. Sería curioso conocer tu opinión sobre esto.
Yo estoy ocupado con la entrega de los papeles de la pieza, y con la pieza en general. Acaso te escribí sobre esta, no lo recuerdo. Se llama El precio de la vida. Un drama. La cuestión sobre los suicidas. Va en beneficio de Liénskii9, el 12 de diciembre.
La escribí con una tensión increíble, tan fuerte, que me di la palabra de no escribir más piezas. Por ahora tiene éxito, e incluso notable, o sea, entre quienes la leyeron.
Mi tiempo restante se va en la escuela.
Hasta pronto. Te abrazo, y envío de mi parte y de Katia una reverencia a todos ustedes.
Tuyo, V. Nemiróvich-Dánchenko.
1Víctor Góltsiev, periodista, redactor de la revista El pensamiento ruso.
2Alexánder Yuzhín-Sumbátov, actor, dramaturgo, autor de El ocaso y La niebla nocturna, entre otras piezas.
3Piótr Serguéenko (de seudónimos "Yorik el Pobre", "Emile Pup"), literato, publicista.
4Piótr Boboríkin (de seudónimo "Pierre Bobo"), escritor.
5Nikolai Mijailóvskii, publicista, sociólogo, crítico literario, teorético del populismo.
6Sazhén, antigua medida rusa, igual a 2, 134 m.
7Alexéi Suvórin, escritor, dramaturgo, periodista, autor de artículos políticos, dueño del periódico Tiempo nuevo y de la editorial Suvórin.
8Sofía Listzóva, oficinista de la revista El pensamiento ruso.9Alexánder Liénskii (apellido verdadero Verviziotti), actor y director del teatro Máli, de Moscú.
Imagen: Victor Safronov, Temple of the Basil the Blessed, 2005.