martes, 19 de mayo de 2009

Chejov a V.I. Nemiróvich-Dánchenko


Miélijovo, 26 de noviembre de 1896.

Gentil amigo, respondo a la esencia principal de tu carta, ¿por qué nosotros, en general, tan raramente tenemos conversaciones serias? Cuando la gente calla, pues eso significa que no tiene nada de qué hablar, o que tiene vergüenza. ¿De qué hablar? Nosotros no tenemos política, no tenemos ni vida social, ni de círculo, ni incluso vida callejera, nuestra existencia citadina es pobre, uniforme, lánguida, no interesante, y hablar de eso es tan aburrido, como escribirse con el Pradeño1. Tú dirás que nosotros somos literatos y que eso ya, por sí mismo, hace nuestra vida rica. ¿Acaso es así? Nosotros nos hundimos hasta las orejas en nuestra profesión, ésta nos aisló gradualmente del mundo exterior, y como resultado tenemos poco tiempo libre, poco dinero, pocos libros, leemos poco y sin ganas, oímos poco, raramente viajamos... ¿Hablar de literatura? Pero es que nosotros ya hablamos de ésta... Cada año es lo mismo, lo mismo, y todo lo que hablamos de literatura, comúnmente, se reduce a quién escribió mejor y quién peor; y las conversaciones sobre temas más generales, más amplios nunca fluyen, porque cuando a tu alrededor hay tundra y esquimales, pues las ideas generales, como no son aplicables al presente, se disipan y diluyen tan rápido, como la idea de la beatitud absoluta. ¿Hablar de la propia vida personal? Sí, eso a veces puede ser interesante, y nosotros, es posible, hablaríamos, pero ahí ya sentimos vergüenza, somos reservados, insinceros, nos retiene el instinto de conservación, y tememos. Nosotros tememos, que durante nuestra conversación nos escuche algún esquimal inculto, que no nos quiere y a quien no queremos tampoco; yo, personalmente, temo que mi amigo Serguéenko2, cuya inteligencia te gusta, va a resolver en voz alta, en todos los vagones y las casas, levantando el dedo, la cuestión de por qué yo me entendí con N, al mismo tiempo que Z me ama. Yo temo a nuestra moral, temo a nuestras damas... En resumen, de nuestro silencio, de la no seriedad y el no interés de nuestras pláticas no te culpes a ti, ni a mí, sino culpa, como dice la crítica, a la “época”, culpa al clima, al espacio, a lo que quieras, y concede a las circunstancias su particular, fatal e inexorable curso, confiando en un futuro mejor.
Y por Góltsiev yo, por supuesto, me alegro y lo envidio, ya que a sus años yo ya seré incapaz. Góltsiev me gusta mucho, y yo lo quiero.
Por la carta te agradezco de todo corazón y te estrecho la mano fuertemente. Nos veremos después del 12 de diciembre, pues antes de ese tiempo no se te encuentra. Reverencia a Ekaterína Nikoláevna y que estés saludable. Escribe, si te dan ganas. Te responderé con grandísimo placer.

Tuyo, A. Chejov.

1Alexéi Tíjonov (de seudónimo "El Pradeño"), escritor.
2Piótr Serguéenko (de seudónimos "Yorik el Pobre", "Emile Pup"), literato, publicista.

Imagen: Mijail Satarov, El atardecer invernal, XXI.