Miélijovo, 11 de noviembre de 1896.
Muy estimado Anatólii Fiódorovich, no se puede imaginar cómo me alegró su carta. Yo vi desde la sala de espectáculo, solamente, los dos primeros actos de mi pieza, después estuve tras bastidores, y sentí todo el tiempo que La Gaviota fracasaba1. Después del espectáculo, por la noche y al otro día, me aseguraron que había presentado a puros idiotas, que mi pieza, en el sentido escénico, era torpe, que era no inteligente, no entendible, incluso desatinada, y demás y demás. Se puede imaginar mi situación, ¡era un fracaso, con el que yo no había ni soñado! Me dio vergüenza, fastidio, y me fui de Petersburgo lleno de toda clase de dudas. Pensaba, que si había escrito y puesto una pieza abundante, evidentemente, en defectos monstruosos, pues había perdido toda sensibilidad, y que, entonces, mi máquina se había estropeado finalmente. Cuando ya estaba en la casa, me escribieron desde Petersburgo que las 2da y 3ra presentaciones habían tenido éxito; llegaron varias cartas, con firmas y anónimas, en las que elogiaban la pieza e injuriaban a los reseñistas; yo las leí con gusto pero, de todas formas, me dio vergüenza y fastidio, y por sí sola se me metió en la cabeza la idea, de que si las buenas personas hallaban necesario consolarme, pues, entonces, mis asuntos andaban mal. Pero su carta influyó en mí de la forma más decisiva. Yo lo conozco a usted ya hace tiempo, lo estimo profundamente, y le creo más a usted, que a todos los críticos tomados juntos; usted sintió eso cuando escribió su carta, y por eso ésta es tan hermosa y convincente. Yo ahora estoy tranquilo, y recuerdo la pieza y el espectáculo ya sin repulsión.
Komissárzhevskaya es una actriz maravillosa. En uno de los ensayos muchos, viéndola, lloraban y decían que es la mejor actriz de Rusia en el tiempo presente; pero en el espectáculo ella también sucumbió al estado de ánimo general, enemigo de mi Gaviota, y como que se intimidó, se le cayó la voz. Nuestra prensa tiene una actitud fría hacia ella, no por sus méritos, y me da lástima ella.
Permítame agradecerle con toda el alma por su carta. Crea, que los sentimientos que lo motivaron a escribirla, yo los valoro más de lo que puedo expresar con las palabras, y la simpatía que usted llama al final de su carta “no necesaria”, yo nunca, nunca la olvidaré, suceda lo que sea2.
Francamente, su respetuoso y devoto
1En sus memorias, El estreno de La Gaviota, María Chitau refiere: "No recuerdo, durante qué acto yo entré al camarín de la beneficiada, y la encontré junto con Chejov. Ella lo miraba ya de modo culpable, ya con compasión, con sus ojos saltones, e incluso no movía las manos. Antón Pávlovich estaba sentado con la cabeza un poco inclinada, un mechón de sus cabellos le caía sobre la frente, su pince-nez se sostenía jorobado en su entrecejo… Callaban. Yo me paré callada también junto a ellos. Así pasaron varios segundos. De pronto Chejov se levantó del lugar y salió con rapidez. Se fue no sólo del teatro, sino también de Petersburgo” (Chejov en las mem. de sus cont., pag. 354-355).
En su Diario, Chejov escribe el 4 de diciembre de 1896: “Sobre el espectáculo ver Teatral, Nº 95, pag. 75. Es verdad que yo huí del teatro, pero cuando la pieza ya había terminado. Dos-tres actos los pasé sentado en el camarín de Levkéeva. Venían a verla, en los entreactos, los funcionarios teatrales con sus uniformes, sus órdenes. Pogozhóv con su estrella, vino un funcionario joven, bonito, que servía en el departamento de policía estatal. Si la persona se adhiere a un asunto que le es ajeno, por ejemplo, al arte, pues ésta, por la imposibilidad de hacerse un artista, ineludiblemente, se hace un funcionario. ¡Cuántas personas, de esta manera, son parásitos de la ciencia, el teatro y la pintura, tras ponerse el uniforme! Lo mismo, a quien le es ajena esa vida, quien no es capaz para ésta, a ese no le queda nada más, que hacerse un funcionario. Las actrices gordas, que estaban en el camarín, se conducían con los funcionarios de modo indulgente-respetuoso y adulador (Levkéeva expresó su gusto, por que Pogozhóv era tan joven y ya tenía una estrella); eran amas de llaves viejas, respetuosas, a las que habían venido a ver los señores” (Ibid., pag. 566).
2Con esta carta, Chejov envía a Anatólii Kóni el libro Cuentos y relatos. Obras de Antón Chejov (M., 1894), con la dedicatoria: “Al profundamente estimado Anatólii Fiódorovich Kóni, del agradecido autor. 11. XI. 96. A. Chejov” (Acad., t. 12, p. 174).
Imagen: Mijail Satarov, Día de invierno, XXI.
Muy estimado Anatólii Fiódorovich, no se puede imaginar cómo me alegró su carta. Yo vi desde la sala de espectáculo, solamente, los dos primeros actos de mi pieza, después estuve tras bastidores, y sentí todo el tiempo que La Gaviota fracasaba1. Después del espectáculo, por la noche y al otro día, me aseguraron que había presentado a puros idiotas, que mi pieza, en el sentido escénico, era torpe, que era no inteligente, no entendible, incluso desatinada, y demás y demás. Se puede imaginar mi situación, ¡era un fracaso, con el que yo no había ni soñado! Me dio vergüenza, fastidio, y me fui de Petersburgo lleno de toda clase de dudas. Pensaba, que si había escrito y puesto una pieza abundante, evidentemente, en defectos monstruosos, pues había perdido toda sensibilidad, y que, entonces, mi máquina se había estropeado finalmente. Cuando ya estaba en la casa, me escribieron desde Petersburgo que las 2da y 3ra presentaciones habían tenido éxito; llegaron varias cartas, con firmas y anónimas, en las que elogiaban la pieza e injuriaban a los reseñistas; yo las leí con gusto pero, de todas formas, me dio vergüenza y fastidio, y por sí sola se me metió en la cabeza la idea, de que si las buenas personas hallaban necesario consolarme, pues, entonces, mis asuntos andaban mal. Pero su carta influyó en mí de la forma más decisiva. Yo lo conozco a usted ya hace tiempo, lo estimo profundamente, y le creo más a usted, que a todos los críticos tomados juntos; usted sintió eso cuando escribió su carta, y por eso ésta es tan hermosa y convincente. Yo ahora estoy tranquilo, y recuerdo la pieza y el espectáculo ya sin repulsión.
Komissárzhevskaya es una actriz maravillosa. En uno de los ensayos muchos, viéndola, lloraban y decían que es la mejor actriz de Rusia en el tiempo presente; pero en el espectáculo ella también sucumbió al estado de ánimo general, enemigo de mi Gaviota, y como que se intimidó, se le cayó la voz. Nuestra prensa tiene una actitud fría hacia ella, no por sus méritos, y me da lástima ella.
Permítame agradecerle con toda el alma por su carta. Crea, que los sentimientos que lo motivaron a escribirla, yo los valoro más de lo que puedo expresar con las palabras, y la simpatía que usted llama al final de su carta “no necesaria”, yo nunca, nunca la olvidaré, suceda lo que sea2.
Francamente, su respetuoso y devoto
A. Chejov.
1En sus memorias, El estreno de La Gaviota, María Chitau refiere: "No recuerdo, durante qué acto yo entré al camarín de la beneficiada, y la encontré junto con Chejov. Ella lo miraba ya de modo culpable, ya con compasión, con sus ojos saltones, e incluso no movía las manos. Antón Pávlovich estaba sentado con la cabeza un poco inclinada, un mechón de sus cabellos le caía sobre la frente, su pince-nez se sostenía jorobado en su entrecejo… Callaban. Yo me paré callada también junto a ellos. Así pasaron varios segundos. De pronto Chejov se levantó del lugar y salió con rapidez. Se fue no sólo del teatro, sino también de Petersburgo” (Chejov en las mem. de sus cont., pag. 354-355).
En su Diario, Chejov escribe el 4 de diciembre de 1896: “Sobre el espectáculo ver Teatral, Nº 95, pag. 75. Es verdad que yo huí del teatro, pero cuando la pieza ya había terminado. Dos-tres actos los pasé sentado en el camarín de Levkéeva. Venían a verla, en los entreactos, los funcionarios teatrales con sus uniformes, sus órdenes. Pogozhóv con su estrella, vino un funcionario joven, bonito, que servía en el departamento de policía estatal. Si la persona se adhiere a un asunto que le es ajeno, por ejemplo, al arte, pues ésta, por la imposibilidad de hacerse un artista, ineludiblemente, se hace un funcionario. ¡Cuántas personas, de esta manera, son parásitos de la ciencia, el teatro y la pintura, tras ponerse el uniforme! Lo mismo, a quien le es ajena esa vida, quien no es capaz para ésta, a ese no le queda nada más, que hacerse un funcionario. Las actrices gordas, que estaban en el camarín, se conducían con los funcionarios de modo indulgente-respetuoso y adulador (Levkéeva expresó su gusto, por que Pogozhóv era tan joven y ya tenía una estrella); eran amas de llaves viejas, respetuosas, a las que habían venido a ver los señores” (Ibid., pag. 566).
2Con esta carta, Chejov envía a Anatólii Kóni el libro Cuentos y relatos. Obras de Antón Chejov (M., 1894), con la dedicatoria: “Al profundamente estimado Anatólii Fiódorovich Kóni, del agradecido autor. 11. XI. 96. A. Chejov” (Acad., t. 12, p. 174).
Imagen: Mijail Satarov, Día de invierno, XXI.