jueves, 19 de junio de 2008

El diplomático (Escenita)


La esposa del consejero titular, Anna Lvóvna Kuváldina, entregó el espíritu. -¿Cómo hacer ahora pues? –empezaron a aconsejarse los parientes y los conocidos. –Habría que decirle al esposo. Él, aunque no vivía con ella, de todas formas quería a la finada. Hace poco fue a verla, se arrastró de rodillas y todo: “¡Ánnochka! ¿Cuándo pues, finalmente, me vas a perdonar la exaltación de un instante?” Y todo, ¿sabe?, en ese género. Hay que darle a saber...
-¡Aristárj Ivánich! –se dirigió la llorosa tía al teniente Piskarióv, que tomaba parte en el consejo de parientes. –Usted es amigo de Mijaíl Petróvich. ¡Dígnese, vaya a verlo a la oficina y dele a saber sobre esta desgracia!.. Sólo que usted, hijito, no de una vez, no lo aturda, no sea que a él también le pase algo. Es enfermizo. Prepárelo primero, y después ya...
El teniente se puso la visera y se dirigió por el camino a la oficina, donde servía el viudo de nueva hornada. Lo encontró sacando el balance.
-A ver a Mijaíl Petróvich –empezó, sentándose a la mesa de Kuváldin y secándose el sudor. -¡Saludos hijito! ¡Y hay un polvo en las calles, perdona señor! Escribe, escribe... No voy a empezar a molestar... Me siento un poco y me voy... Pasaba, ¿sabes?, cerca y pienso: ¡y pues ahí sirve Mísha! ¡Déjame pasar! A propósito, y este... hay un asunto...
-Siéntese un poco, Aristárj Ivánich... Espere... Yo en un cuarto de hora termino, entonces hablamos...
-Escribe, escribe... Yo pues sólo así, paseando... Dos palabras te digo, ¡y andando!
Kuváldin puso la pluma y se dispuso a escuchar. El teniente se rascó tras el cuello y continuó:
-Es asfixiante aquí, y en la calle un puro paraíso... Un solecito, una brisita así, sabes... los pajaritos... ¡La primavera! ¡Voy por el boulevard, y me siento así, ¿sabes?, bien!.. Yo soy un hombre independiente, viudo... Voy a donde quiera ahí... Quiero, paso por la taberna, quiero, me paseo de arriba abajo en el tranvía de caballos, y nadie se atreve a pararme, nadie aúlla por mí en la casa... No, hermano, no hay mejor vida que el estado de soltero... ¡A gusto! ¡Libre! ¡Respiras, y sientes que respiras! Llego ahora a la casa y ninguna... Nadie se atreve a preguntarme a dónde fui... Soy dueño de mí... Muchos elogian la vida familiar, hermano tú mío, pero para mí es peor que el presidio... Esas modas, los polisones, los chismes, el gañido... a cada rato las visitas... los niñitos uno tras otro así, se arrastran por el mundo de Dios... los gastos... ¡Tfú!
-Yo ahora, -profirió Kuváldin, tomando la pluma. –Termino y entonces...
-Escribe, escribe... Bueno, si no te toca una diabla de esposa, ¿pero, si es un satanás en falda? ¿Si es una así, qué revolotea y zumba por días enteros?.. ¡Empiezas a dar alaridos! Tomarte siquiera a ti de ejemplo... Mientras eras soltero, parecías una persona, y tan pronto te casaste con la tuya, te decaíste, te entregaste a la melancolía... Te deshonró ante toda la ciudad... te echó de la casa... ¿Qué hay pues de bueno ahí? Y no hay por qué compadecer a una esposa así...
-Yo soy el culpable de nuestra ruptura, y no ella, –suspiró Kuváldin.
-¡Deja, por favor! ¡La conozco! ¡Rabiosa, voluntariosa, pícara! Si una palabra, pues un aguijón venenoso, si una mirada, pues un cuchillo afilado... ¡Y lo que había en la finada de pinchazo, expresarlo es imposible!
-¿O sea, cómo en la finada? –puso los ojos grandes Kuváldin.
-¿Pero acaso yo dije: en la finada? –advirtió de repente Piskarióv, sonrojándose. –En absoluto, yo no dije eso... Qué te pasa, ve con Dios... ¡Ya te pusiste pálido! Je-je... ¡Oye con la oreja, y no con la panza1!
-¿Usted estuvo hoy donde Aniúta?
-Pasé por la mañana... Estaba acostada... A la sirvienta, la trae al redopelo... Que a ella no así le sirvieron, otra cosa... ¡Una mujer insoportable! No entiendo, por qué la quieres, que vaya con Dios del todo... Dios quisiera que te soltara, infeliz... Vivirías un poco en libertad, te divertirías... te casarías con otra... ¡Bueno, bueno, no voy! ¡No te enfurruñes! Yo pues sólo así, como los viejos... Por mí, como sabes... Quieres, ama, quieres, no ames, y yo pues así... por desear el bien... No vive contigo, no quiere saber de ti... ¿qué clase de esposa es esa? No es bonita, enclenque, de mala entraña... Y no hay por qué lamentar... Si dejaras de...
-¡A la ligera razona, Aristárj Ivánich! –suspiró Kuváldin. El amor no es un cabello, no lo arrancas rápido2.
-¡Hay por qué amar! Y excepto pinchazos, tú no viste más nada de ella. Tú perdóname a mí, a un viejo, pero yo no la quería... ¡No la podía ver! Iba cerca de su apartamento y cerraba los ojos, para no verla... ¡Que vaya con Dios! El reino de los cielos para ella, el descanso eterno pero... ¡no la quería, hombre pecador!
-Oiga, Aristárj Ivánich... –palideció Kuváldin. –Usted ya es la segunda vez que se va de lengua... ¿Se murió ella, o qué?
-¿O sea, quién se murió? Nadie se murió, sólo que yo no la quería, a la finada... ¡tfú!, o sea no a la finada, sino a ella... A tu Ánnushka pues...
-¿Pero ella se murió, o qué? ¡Aristárj Ivánich, no me torture! Usted como que está excitado de un modo extraño, se equivoca... elogia la vida de soltero... ¿Se murió? ¿Sí?
-¡Pues sí, se murió! –balbuceó Piskarióv, tosiendo. –Cómo tú, hermano, todo de una vez... ¡Y siquiera si se muriera! Todos nos vamos a morir, y ella, por lo tanto, tiene que morirse... Y tú vas a morirte, y yo...
Los ojos de Kuváldin se enrojecieron y se llenaron de lágrimas...
-¿A qué hora? –preguntó quedo.
-A ninguna... ¡Ya estás encopitado! ¡Que no se murió ella! ¿Quién te dijo que ella se murió?
-Aristárj Ivánich yo... yo le ruego. ¡No me compadezca!
-Contigo, hermano, no se puede hablar, como si fueras chiquito. ¿Pues yo no te dije que ella se presentó? ¿Pues no te dije? ¿Por qué sueltas saliva? ¡Ve, mírala, está vivita! Cuando pasé a verla, se estaba peleando con la tía... Ahí el padre Matvéi diciendo la misa de réquiem, y ella gritando por toda la casa.
-¿Qué misa de réquiem? ¿Para qué la dice?
-¿La misa pues? Y así... como en lugar del tedéum. O sea... no hubo ninguna misa de réquiem, sino algo así... no hubo nada.
Aristárj Ivánich se enredó, se levantó y, volviéndose hacia la ventana, empezó a toser.
-Una tos tengo, hermano... No sé dónde me resfrié...
Kuváldin también se levantó y caminó nervioso alrededor de la mesa.
-Me confunde usted, –dijo, tirándose de la barbita con manos trémulas. –Ahora se entiende... se entiende todo. ¡Y no sé para qué toda esa diplomacia! ¿Por qué no decirlo de una vez? ¿Se murió pues?
-Hum... ¿Cómo decirte? -se encogió de hombros Piskarióv. –No es que se murió, sino así... ¡Pero es que tú ya estás llorando! ¡Todos pues nos vamos a morir! ¡No es ella la única mortal, todos vamos a estar en el otro mundo! ¡Para qué llorar pues delante de la gente, si agarraras mejor y la recordaras! ¡Si te persignaras!
Medio minuto Kuváldin, aturdido, miró a Piskarióv, después palideció terriblemente y, cayendo sobre la butaca, se anegó en un llanto histérico... Tras las mesas saltaron sus colegas y se lanzaron hacia él en su ayuda. Piskarióv se rascó la nuca y frunció el ceño.
-¡Una comisión con estos señores, por Dios! –rezongó abriendo los brazos. –Llorar a gritos... bueno, ¿y por qué llorar a gritos, se pregunta? ¿Mísha, pero tú estás en tu juicio? ¡Mísha! –se dispuso a empujar a Kuváldin. -¡Pues no se murió aún! ¡¿Quién te dijo que ella se murió?! ¡Al contrario, los doctores dicen que aún hay esperanza! ¡Mísha! ¡Ah Mísha! ¡Te digo que no se murió! ¿Quieres vamos a verla juntos? Precisamente, y alcanzamos a la misa de réquiem... o sea, ¿qué yo? No a la misa de réquiem, sino al almuerzo. ¡Míshenka, te aseguro que aún está viva! ¡Que me castigue Dios! ¡Que se me salgan los ojos! ¿No me crees? En ese caso vamos a verla... Me llamarás entonces lo que quieras si... ¿Y de dónde él inventó eso, no entiendo? Yo mismo estuve hoy donde la finada, o sea no donde la finada, sino... ¡tfú!
El teniente dejó de la mano, escupió y salió de la dirección. Al llegar al apartamento de la finada, se tumbó en el diván y se agarró los cabellos.
-¡Vaya a verlo usted misma! –profirió con desesperación. –¡Prepárelo usted misma para la noticia, y a mí libéreme ya! ¡No deseo! Dos palabras sólo le dije... ¡Sólo le insinué casi, y mire lo que le pasa! ¡Se muere! ¡Sin sentido! ¡La próxima vez, por nada del mundo!.. ¡Vaya usted misma!..

1Oye con la oreja, y no con la panza (refrán), aproximadamente...
2El amor no es un cabello, no lo arrancas rápido (refrán), aproximadamente...

Título original: Diplomat, publicado por primera vez en la Peterburgskaya gazeta, 1885, Nº 135, con la firma: “A. Chejonté”.