¡Muy estimada María Vladímirovna!
Hoy estuvo en casa el editor de El Heraldo ruso, Berg1. Yo le pregunté si había visto, acaso, el relato de la sra. Kiselióva. Él dijo que no lo había visto, y que de la sra. Kiselióva oía sólo por primera vez en su vida (¡ah, qué escritora tan impopular!). Él me preguntó: ¿es talentosa acaso la sra. Kiselióva? Yo respondí:
-Hum... ¿Cómo decirle? Es posible...
Él dijo: la voy a tener en cuenta.
Así, su relato él no lo vio y no lo leyó, por lo que la felicito (no sin escarnio). Usted está castigada por desacato reiterado; en lo que respecta a mí, pues no cesaré en lo adelante, en cada ocasión oportuna, de decir: hum...
En las esferas literarias yo ahora soy una fuerza, que puede traerle a usted mucho bien o mucho mal, a juzgar por cómo se va a comportar en relación con mi genialidad. Si no va a convidarme con licor, ensalzar mi talento y va a permitirle a sus ojos grandes espiar detrás de mí, pues la voy a comprometer ante la opinión de toda Europa, y no le permitiré publicar ni una línea...
En lo que respecta al tamaño de su relato, o sea nueve pliegos, pues la verdad, tal inundación constituye para la revista y el autor una sensible incomodidad. ¿No hallaría usted posible reducir su criatura (no bautizada) hasta 5-6 pliegos? El asunto es, que los relatos grandes esperan largo tiempo su turno, y los pequeños son semejantes al alcalde, que encuentra lugar para sí en la iglesia, incluso, cuando la manzana no tiene donde caer. ¡Pues 9 pliegos se deberán dividir en 3 números! En un número el autor puede disponer, maximum, de tres pliegos. Es verdad, mi Estepa tiene seis pliegos, pero es que para los Chejov y los Shakespeares no está escrita la ley, en particular si Shakespeare o Chejov agarran a la redactora por el cuello y le dicen:
-¡Publica Ma-Ste2 todos los seis pliegos, pues si no recibirás una higa con aceite!
Usted pues, no es Shakespeare ni Chejov aunque, por lo demás, sueña (¡oh, yo conozco sus picardías!) con darle mi nombre a su hija en el futuro, para hacer pasar sus obras por las de ella, y firmar en lugar de “Kiselióva” –“Chéjova”. ¡Pero eso usted no lo logrará!
Si halla posible reducir el relato, pues no ponga mucho empeño en especial, y no deseche eso que es necesario e importante.
Yo le echo miradas a su esposo, y por eso, respecto a su conducta, esté tranquila.
Una reverencia a Vasilísa y a Elizavéta Alexándrovna3. A Kokliúsh4 trasmítale que ya limpiamos para él el cuartito de desahogo, donde va a vivir con un perrito sin espinazo y un gatito. Por una condición, concertada en casa con Alexéi Serguéevich5, a Kokliúsh lo vamos a azotar dos veces a la semana, y a Vasilísa cada vez que venga. Por el azote una paga especial. De almorzar vamos a darle al pensionista en Pascua y en Trinidad.
Yo lamento mucho que no puedo ir ahora a Bábkino. El tiempo está anatémicamente bueno.
Que esté saludable y guardada por Dios.
Tengo el honor de ser con respeto.
A. Chejov.
1Fiódor Berg, literato, redactor de El Heraldo ruso.
2Ma-Ste, injuria jocosa de uso común en Bábkino, hacienda de María Kiselióva.
3Alexándra Kiselióva ("Vasilísa") y Elizavéta Alexándrovna, hija e institutriz de María Kiselióva.
4Serguei Kiselióv ("Kokliúsh"), hijo de María Kiselióva, vive en la casa de los Chejov tras ingresar a un gimnasio moscovita.
5Alexéi Serguéevich Kiselióv, esposo de María Kiselióva, dueño de la hacienda Bábkino.