jueves, 18 de junio de 2009

Varios años con A.P. Chejov, por Ignátii Potápienko


La impresión que le produjo ese suceso increíble fue inmensa. Y había que poseer una entereza chejoviana, para tener una cara indiferente, y bromear casi con indiferencia sobre todo lo sucedido.
Esa noche yo no lo vi, y no sé con qué cara “cenó donde Románov haciendo los honores1”.
Yo fui a verlo al otro día, a eso de las diez de la mañana. Ocupaba un apartamento pequeño en la casa de Suvórin2, en algún lugar muy alto, y vivía solo.
Lo encontré escribiendo cartas. La maleta, con las cosas colocadas de modo apretado, entre las que había muchos libros, yacía abierta.
-Y excelente que viniste. Por lo menos me vas a acompañar. A ti te puedo brindar ese placer, ya que tú no perteneces a los testigos oculares de mi triunfo de ayer... A los testigos oculares yo, hoy, no deseo verlos.
-¿Cómo? ¿Incluso a María Pávlovna3?
-A ella la veré en Miélijovo4. Deja que pasee. Aquí están las cartas. Las vamos a mandar. Yo ya empaqué.
-¿En el de correo?
-No, hay que esperar mucho. Hay un tren a las doce.
-Es repugnante. Va, parece, veintidós horas.
-Tanto mejor. Voy a dormir y a soñar con la gloria... Mañana estaré en Miélijovo. ¿Ah? ¡Qué beatitud!.. Ni actores, ni directores, ni público, ni periódicos. Y tú tienes buen olfato.
-¿Por qué?
-Yo quise decir: instinto de conservación. Ayer no fuiste al teatro. A mí también me convenía no haber ido. ¡Si hubieras visto las fisonomías de los actores! Me miraban así, como si yo les hubiera robado, y me evitaban a cien sazhénes5. Bueno, vamos...
Tomadas la maleta y las cartas, salimos y bajamos por la escalera. Allí las cartas fueron dadas al portero, con encargos. En una informaba de su partida a María Pávlovna, en la otra a Suvórin, en la tercera, al parecer, a su hermano.
Tomamos un coche y fuimos a la estación Nikoláevskii. Allí Antón Pávlovich ya bromeaba, se reía de sí mismo, se burlaba de él y de mí.
Por el débarcadère6 andaba un vendedor de periódico, se acercó a nosotros, nos propuso un periódico. Antón Pávlovich lo rechazó:
-¡No leo! -después se dirigió a mí:
-Mira qué cara bondadosa tiene, y entre tanto, sus manos están llenas de veneno. En cada periódico una reseña…
El tren estaba vacío, y Antón Pávlovich tuvo a su disposición todo un coupe de segunda clase.
-Bueno, voy pues a dormir dulcemente -decía.
Pero en sus ojos había amargura. Todas esas agudezas, bromas, risas le habían costado algo.
-Se terminó -decía antes de la misma partida, ya parado en la plataforma del vagón. -No voy a escribir más piezas. No es asunto para mi mente. Ayer, cuando venía del teatro, con el cuello levantado, como un ladrón en la noche, alguien del público dijo: “Eso es literatura”, y otro agregó: “Y remala...” Y un tercero preguntó: “¿Quién es ese Chejov? ¿De dónde salió?” Y en otro lugar cierto señor cortito se turbaba: “No entiendo a qué mira esa dirección. Es ofensivo permitir esas piezas en la escena”. Y yo paso por el lado y, teniendo la mano en el bolsillo, hago la higa: toma, digo, come; y tú no sabes pues, que eso lo hice yo.
-¿Y qué, Antón Pávlovich, puede que cambias de parecer, y te quedas? –le propuse cuando sonó la segunda llamada.
-Bueno, no, te agradezco. Ahora todos van a venir, y me van a consolar con las caras, con que acompañan a los parientes queridos a los trabajos forzados.
La tercera llamada. Nos despedimos.
-Ven a Miélijovo. Beberemos y cantaremos.
Y el tren partió. Antón Pávlovich se fue ofendido profundamente por Petersburgo.

1Ver carta de Chejov a Alexéi Suvórin, del 22 de octubre de 1896.
2Alexéi Suvórin, escritor, dramaturgo, periodista, autor de artículos políticos, dueño del periódico Tiempo nuevo y de la editorial Suvórin.
3María Pávlovna Chejova ("Masha"), hermana de Chejov.
4Miélijovo, posesión de Chejov en las afueras de Moscú.
5Sazhén, antigua medida rusa igual a 2,134 m.
6Débarcadère, andén, muelle, descargadero.

Imagen: John Singer Sargent, A Hotel Room, 1907.