martes, 30 de junio de 2009

La Gaviota en Petersburgo, por María Chéjova


Recuerdo que, al entrar al enorme apartamento de los Suvórin, me encontré en un estado de extravío. El apartamento estaba oscuro, y sólo a lo lejos, lejos en lo profundo, a través de la crujía de las habitaciones, tras unas puertas abiertas, brillaba una lucecita. Yo fui hacia esa lucecita. Allí vi a Anna Vasílievna, la mujer de Suvórin, sentada en la soledad, con los cabellos sueltos. Todo ese ambiente, la oscuridad, el apartamento vacío, todo eso influyó de modo más opresivo aún en mi estado de ánimo.
-¿Anna Ivánovna, dónde puede estar mi hermano? -me dirigí a ella.
Deseando, por lo visto, distraerme y calmarme, empezó a hablar de tonterías, de los artistas, los escritores. Al poco tiempo apareció el mismo Suvórin, y empezó a hablarme de los cambios y modificaciones que, en su opinión, había que hacer en la pieza, para que tuviera éxito en lo adelante. Pero yo no estaba dispuesta en absoluto a escuchar eso, y sólo rogaba que buscaran a mi hermano. Después Suvórin se fue a algún lugar, y pronto regresó contento.
-Bueno, puede calmarse. Su hermano ya está en la casa, está acostado bajo la cobija, pero no quiere ver a nadie, y no deseó conversar conmigo. Estuvo paseando, dice, por las calles.
Yo suspiré aliviada y me fui a mi hotel. Nuestra cena así no tuvo lugar.
Al otro día, al llegar a donde Suvórin, no encontré ya a mi hermano. Él, por la mañana, sin despedirse de nadie en la casa, se fue en un tren comercial de pasajeros a la casa, a Moscú, y a mí sólo me dieron la siguiente esquela de él:
"Yo me voy a Miélijovo, estaré allá mañana a las dos de la tarde. El suceso de ayer no me sorprendió y no me afligió mucho, porque yo ya estaba preparado para éste por los ensayos, y me siento, en particular, no de modo infame.
Cuando vengas a Miélijovo, trae contigo a Líka".
A Suvórin también le dejó una esquela de despedida, que terminaba con las palabras: “Nunca voy a escribir, ni a poner piezas”.
A la medianoche de ese mismo día yo también me fui a casa. En Miélijovo mi hermano me recibió con las palabras: “¡Del espectáculo, ni una palabra más!”
En qué estado Antón Pávlovich regresó a la casa, se puede juzgar por que él, siempre atento y cuidadoso, al salir del vagón del tren, olvidó tomar sus cosas, y después le mandó un telegrama al conductor del tren, con el ruego de enviarlas a Lopásnia.
El cruel fracaso de La Gaviota, del cual yo fui testigo, quedó por largo tiempo en mi memoria como un recuerdo de pesadilla. Pero éste dejó aún más amargura y pesadez en el alma de Antón Pávlovich y, sin dudas, aceleró el deterioro de su salud. Sólo unos cuantos meses después, Antón Pávlovich ingresó en la clínica de Ostroúmov1, con una hemorragia pulmonar…

1Alexéi Ostroúmov, profesor terapeuta, dueño de una clínica.

Imagen: Alexéi Shaláev, Calle Vieja Básmannaya, 2005.