Enfrente de mis ventanas, tapándome el sol, se levanta una enorme casona rojiza, de cornisas fangosas y tejado oxidado. ¡Ese cascarón sombrío, deforme contiene, sin embargo, un avellano hermoso, precioso!
Cada mañana, en una de las ventanas extremas, veo una cabeza femenina, y esa cabeza, debo confesar, ¡sustituye para mí el sol! Yo la amo no por su belleza... En sus ojos grises rasgados, sus pecas grandes y sus eternos papillotes de papel de periódico no hay nada bonito. Yo la amo por ciertas peculiaridades individuales de su elevado intelecto.
Cada mañana yo veo cómo una joven, con una blusa blanca y en papillotes, se acerca a la ventana y agarra con avidez los periódicos yacientes en la peana. Veo, señores, cómo ella despliega los periódicos y, con brillo en los ojos, se apresura a recorrer sus páginas aburridas… En ese momento, ruego humildemente observar la expresión de su rostro. Esa expresión suele ser distinta, a juzgar por las circunstancias… Ya su rostro se ilumina con una sonrisa beatífica, y ella, radiante, con ojos brillantes, empieza a saltar alegremente por la habitación; ya una terrible, indecible desolación deforma los rasgos de su rostro, y ella, agarrándose la cabeza como una demente, camina de una esquina a la otra… Nunca la veo indiferente… Los días pasan uno tras otro, y la dicha alterna con la desolación… Hoy está locamente dichosa, mañana se agarra los papillotes. ¡Y sus alegrías y penas no tienen fin!Yo, en parte, soy un psicólogo y un conocedor del corazón humano. Los fenómenos psíquicos, observados por mí en la ventana, son asequibles a mi comprensión, como la tabla de multiplicar. Cuando por el rostro de la joven nada una sonrisa beatífica, en mi cabeza se agolpan estas ideas:
“Hum… Por lo visto, las noticias que informan los periódicos de hoy son favorables… Me alegro mucho… Probablemente, a mi conocida le alegra la conducta de Zánkov y el último discurso de Gladstone. Puede ser que le inquieta de modo agradable, incluso, el muy prometedor encuentro de Bismarck con Kalnokii… Muy bien puede asimismo suceder, que en los números de hoy entrevió el nacimiento de un nuevo talento ruso… En todo caso, me alegro mucho… ¡Son raras las mujeres a las que son asequibles las alegrías de tal cualidad elevada!”
Y en éxtasis, empiezo a caminar de una esquina a la otra, y a exclamar:
-¡Hermosa, rara criatura! ¡La última palabra de la emancipación femenina! ¡Oh, si hubiera más mujeres así! ¡Estas mujeres son, precisamente, las que nos hacen falta!
Cuando el rostro de la desconocida se deforma con la desolación, pienso:
“¡Bueno, los periódicos, por lo tanto, ni los tomes en las manos! ¡Un asunto de basura! Probablemente, a mi vis-à-vis la perturbó Karaviélov o Mutkúrov… Pienso asimismo, que el juego de doble sentido de la exagerada Austria y la conducta de Milán ofendieron su naturaleza honrada … ¡Ella sufre, pero qué honor le hace ese sufrimiento!”
Camino, me inquieto y exclamo:
-¡He aquí la verdadera mujer! ¡Le es asequible el pesar ciudadano! ¡Puede sufrir por la humanidad!..
Y estoy sin juicio por esta rara mujer… Apenas llega la mañana, ya estoy parado junto a mi ventana y espero a que en la ventana, vis-à-vis, aparezca la desconocida. Por la noche sueño y espero la mañana, de día camino de una esquina a la otra… ¡Sí, señores, es una mujer extraordinaria!
En verano, cuando mis y sus ventanas estaban abiertas, más de una vez oí un llanto histérico y una risa dichosa… Una vez incluso oí cómo ella, agarrándose la cabeza, con desolación y cólera, gritaba:
-¡Canalla! ¡Torturador!
Y rompió en pedazos el periódico…
Lamento que en mi apartamento no vive Auerbach, Spilgagen u otro novelista que busque “nuevas personas”… Ellos se aprovecharían de mi desconocida…
Siento que mi veneración, poco a poco, se convierte en un amor apasionado. ¡Sí, la amo! ¡Dios, qué abismo me separa de ella! Su alma está llena de pesar ciudadano, y yo hace tiempo ya que perdí mis ideales y, atrapado por el medio, vivo con los intereses triviales del vulgo…
Pero, de todas formas, no teniendo fuerzas para vencerme, voy a la casona rojiza y llamo al portero. Dos grívienniks desatan la lengua del portero, y él, a todas mis preguntas, me cuenta que la desconocida vive en el apartamento Nº 5, tiene esposo y paga por el apartamento morosamente. Su esposo, cada mañana, corre a algún lugar y regresa tarde en la noche, llevando bajo el sobaco un cuarto de vodka y un cucurucho de provisiones… El esposo figura en el pasaporte como hijo de un secretario de gobierno, y la desconocida como su esposa…
Después de la tercera noche de insomnio le envío mi tarjeta de visita. Vi hoy cómo ella, tras leer el periódico, golpeó la peana con el puño. ¡Eh, ustedes, los Karaviélovs, Mutkúrovs, Salisburys, conductores de las ferroviarias de caballos, fabricantes de azúcar! ¿Por qué yo no tengo fuerzas para pagarles por todos los sufrimientos que ustedes le causan?
Hoy (10 de septiembre) su esposo me despachó hacia abajo por la escalera. Estoy dichoso. ¡Por ella estoy dispuesto a todos los sacrificios!.. La presente explicación la aplazo para mañana…
11 de septiembre. Al llegar a su casa hoy la encuentro con los periódicos. Tras recorrer con velocidad dos-tres periódicos, de pronto cae sobre la silla y emite un gemido…
-Querida mía- le digo, besando su mano.- ¿Qué le inquieta? ¡Comparta conmigo sus pesares, y crea, yo sabré valorar su confianza! Bueno, dígame, ¿por qué llora ahora?
-¿Cómo pues no voy a llorar? -dice mi desconocida. -Juzgue usted: hoy tenemos que pagar por el apartamento, ¡y mi maridito-holgazán le dio al periódico sólo 60 líneas! ¿Bueno, acaso podemos vivir así? Ayer escribió exactamente por 11 rub. 40 kóp., ¡y hoy apenas conté tres rublos! ¿Bueno, acaso no soy una infeliz? ¡No, ni a la tártara maligna le deseo ser la esposa de un reportero! ¡Es un canalla, un miserable! ¡En lugar de trabajar, está sentado donde Savrasiénkov! ¡Espera pues a que vengas!..
“¡Oh, las mujeres, las mujeres!” -dijo Shakespeare, ahora entiendo su estado de alma…
Título original: Svietlaya lichnost, publicado por primera vez en la revista Svierchok, 1886, Nº 37, con la firma “A. Chejonté”.
Imagen: Fritz von Uhde, Dress maker in the window, 1890.