El almuerzo terminó. A la cocinera le ordenaron recoger la mesa en lo posible en silencio, y no hacer ruido con la vajilla ni con los pies... A los niños se apuraron a llevarlos al bosque... El asunto era que el dueño de la casa de campo, Ósip Fedórich Klochkóv, un hombre enjuto, tuberculoso, de ojos caídos y nariz aguileña, se sacó un cuaderno del bolsillo y, tosiendo con confusión, empezó a leer un vodevil de su propia creación. La esencia de su vodevil no era compleja, era de censura y breve. Es ésta. El funcionario Yasnosiérdziev entra corriendo a la escena, y le anuncia a su esposa que ahora vendrá de visita a la casa su jefe, el consejero civil activo Kleshéev, a quien le gustó la hija de los Yasnosiérdziev, Liza. Luego sigue un largo monólogo de Yasnosiérdziev sobre el tema: ¡qué agradable es ser suegro de un general! “¡Todo lleno de estrellas... todo lleno de bandas rojas... y estás sentado a su lado, y no importa! ¡Como si tú, en la misma realidad, no fueras el último chichón en la rotación del universo!” Soñando de esta manera, el futuro suegro advierte, de pronto, que las habitaciones huelen a ganso frito fuertemente. Es embarazoso recibir a un visitante importante si en las habitaciones hay tufo, y Yasnosiérdziev empieza a hacerle a su esposa una reprensión. La esposa, con las palabras: “¡A ti no hay quien te complazca!”, rompe en llanto. El futuro suegro se agarra la cabeza y le exige a la esposa que deje de llorar, ya que a los jefes no se les recibe con ojos llorosos. “¡Imbécil! ¡Cálmate... momia, monstruosa tú, ignorante!” La esposa esta histérica. La hija declara que no está en condición de vivir con unos padres tan violentos, y se viste para irse de la casa. Mientras más al bosque, más leña1. Termina en que el visitante importante encuentra en la escena a un doctor, que aplica a la cabeza del esposo fomentos de extracto de Saturno, y a un comisario particular, que levanta un acta sobre la violación del silencio comunal y el sosiego. Eso es todo. Ahí mismo está pegado el novio de Liza, Gránskii, candidato de derecho, un hombre de los “nuevecitos”, que habla de los principios y, por lo visto, representa en el vodevil el buen principio.
Klochkóv leía y miraba de soslayo: ¿se reían acaso? Para gusto suyo, los visitantes, a cada rato, se tapaban las bocas con los puños e intercambiaban miradas.
-¿Bueno? ¿Qué me dicen? –levantó los ojos hacia el público Klochkóv, tras terminar la lectura. -¿Cómo está?
En respuesta a esto, el más viejo de los visitantes, Mitrofán Nikoláevich Zamazúrin, canoso y calvo como la luna, se levantó y, con lágrimas en los ojos, abrazó a Klochkóv.
-Gracias, hijito –dijo. -Me calmaste... Tú lo escribiste, este mismo, tan bien, que hasta me sacaste las lágrimas... Deja que te abrace... otra vez...
-¡Excelente! ¡Notable! –se levantó Polumrákov. -¡Un talento, un talento absoluto! ¿Sabes qué, hermano? ¡Deja el servicio y dígnate a escribir! ¡A escribir y escribir! ¡Es vil enterrar el talento!
Empezaron las felicitaciones, las exaltaciones, los abrazos... Mandaron por el champagne ruso.
Klochkóv se confundió, se sonrojó y, con la abundancia de sentimientos, empezó a caminar alrededor de la mesa.
-¡Yo ese talento, hace tiempo ya que lo siento en mí! –rompió a hablar, tosiendo y agitando las manos. –Casi desde la misma infancia... Expongo de forma literaria, tengo ingenio... conozco el precio, porque pasé unos diez años entre los aficionados... ¿Qué hace falta aún? Trabajar sólo en esa palestra, aprender... ¿y en qué soy peor que los demás?
-Realmente, aprender... –dijo Zamazúrin. –Eso tú, cierto... Sólo mira qué, hijito... Tú discúlpame, pero yo la verdad... La verdad ante todo... Ahí tienes representado a Kleshéev, el consejero civil activo... Eso, amigo, no está bien... Eso pues, en esencia, no es nada, pero como que, ¿sabes?, es incómodo... El general, una cosa, la otra... ¡Déjalo, hermano! Todavía el nuestro se va a enojar, va a pensar que tú eso a él... Le va a ser ofensivo al viejo... Y de él nosotros, excepto beneficios... ¡Déjalo!
-Eso es verdad –se alarmó Klochkóv. –Va a haber que cambiarlo... Voy a poner en todas partes “su excelencia”... O no, simplemente así, sin rango... Simplemente Kleschéev...
-Y mira qué aún –advirtió Polumrákov. –Esto, por lo demás, son tonterías, pero también es incómodo... quiebra los ojos... Ahí el novio ese, Gránskii, le dice a Liza, que si sus padres no quieren que ella se case con él, pues él va a ir en contra de su voluntad. Eso, éste, puede ser, y no importa... puede ser, que los padres de verdad sean unos cerdos en su tiranía, pero en nuestro siglo, cómo expresarlo así... ¡Te va a tocar algo bueno!
-Sí, es un poco brusco –convino Zamazúrin. –Tú, de algún modo, tapa ese lugar... Quita asimismo, el razonamiento sobre cuán agradable es ser suegro del jefe. Es agradable, y tú te ríes... Con eso, hermano, no se puede bromear. El nuestro también se casó con una pobre, ¿así de eso sigue, que él procedió de forma infame? ¿Así es según tú? ¿Acaso a él no le es ofensivo? Bueno, supongamos que él está sentado en el teatro, y ve eso mismo... ¿Acaso le es agradable? ¡Y pues, él sostuvo tu propia mano, cuando tú pediste el subsidio con Salaliéev! “Él, dijo, es un hombre enfermo, a él, dijo, le hace más falta el dinero que a Salaliéev”... ¿Ves?
-¡Y tú pues, confiesa, aludes a él aquí! –guiñó el ojo Buliáguin.
-¡Y no pensaba! –dijo Klochkóv. -¡Que me castigue Dios, no aludía a nadie en absoluto!
-¡Sí, bueno, bueno... deja, por favor! A él, realmente, le gusta correr tras el sexo femenino... Tú eso lo captaste acertadamente... Sólo tú, este... al comisario particular sácalo... No hace falta... Y al Gránskii ese sácalo... Es un héroe así, el diablo sabe a qué se dedica, habla con mañas distintas... Si lo condenaras, pero tú pues, por el contrario, lo compadeces... Puede ser, es un buen hombre, pero... ¡el diablo lo entiende! Todo se puede pensar...
-¿Y saben quién es Yasnosiérdziev? Es nuestro Eniákin... Klochkóv alude a él... Es el consejero titular, siempre se pelea con su esposa, y con su hija... Es él... ¡Gracias, amigo! ¡Así, al canalla, le hace falta! ¡Para que no se envanezca!
-Siquiera ese, por ejemplo, Eniákin... –suspiró Zamazúrin. –Es una basura de hombre, un granuja, y de todas formas siempre te invita a su casa. A Nastiúsha te la bautizó... ¡No está bien, Ósip! ¡Sácalo! ¡En mi opinión... mejor déjalo! Dedicarse a ese asunto... por Dios... Van a empezar ahora los comentarios: ¿quién, cómo... por qué?.. ¡Y no estarás contento después!
-Eso es cierto... –confirmó Polumrákov. –Una travesura, y de esa travesura puede salir algo, que en diez años no la compones... En vano lo emprendes, Ósip... No es asunto tuyo... A Gógol meterte, y a Krilóv... Esos, realmente, eran unos científicos, y tú, ¿qué educación recibiste? ¡Un gusano, apenas lo vemos! A ti, cualquier mosca te puede aplastar... ¡Déjalo, hermano! Si el nuestro se entera, pues... ¡Déjalo!
-¡Tú rómpelo! –susurró Buliáguin. –Nosotros no se lo diremos a nadie... Si preguntan, pues diremos que tú nos leíste algo, y que nosotros no entendimos...
-¿Para qué decir? Decir no hace falta... –dijo Zamazúrin. –Si preguntan, bueno, entonces... no te pondrás a mentir... La camisa propia es más cercana al cuerpo2... ¡Así pues, usted emborrona distintas porquerías, y después responde por usted! ¡Para mí eso es lo peor de todo! A ti, al enfermo, no le empezarán a preguntar, pero hasta nosotros llegarán... ¡No me gusta, por Dios!
-Más bajito señores... Alguien va... ¡Escóndelo, Klochkóv!
El pálido Klochkóv escondió el cuaderno con rapidez, se rascó la nuca y se quedó pensativo.
-Sí, eso es verdad... –suspiró. –Van a empezar los comentarios... lo van a entender diferente... Puede ser, hasta que en mi vodevil hay algo que nosotros no vemos, y los otros lo van a ver... Lo voy a romper... Y ustedes pues, hermanos, por favor, este... no le digan a nadie...
Trajeron el champagne ruso... Los visitantes bebieron y se separaron...
Título original: Vodevil, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 26, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: John Singer Sargent, The Breakfast Table, 1884.
Klochkóv leía y miraba de soslayo: ¿se reían acaso? Para gusto suyo, los visitantes, a cada rato, se tapaban las bocas con los puños e intercambiaban miradas.
-¿Bueno? ¿Qué me dicen? –levantó los ojos hacia el público Klochkóv, tras terminar la lectura. -¿Cómo está?
En respuesta a esto, el más viejo de los visitantes, Mitrofán Nikoláevich Zamazúrin, canoso y calvo como la luna, se levantó y, con lágrimas en los ojos, abrazó a Klochkóv.
-Gracias, hijito –dijo. -Me calmaste... Tú lo escribiste, este mismo, tan bien, que hasta me sacaste las lágrimas... Deja que te abrace... otra vez...
-¡Excelente! ¡Notable! –se levantó Polumrákov. -¡Un talento, un talento absoluto! ¿Sabes qué, hermano? ¡Deja el servicio y dígnate a escribir! ¡A escribir y escribir! ¡Es vil enterrar el talento!
Empezaron las felicitaciones, las exaltaciones, los abrazos... Mandaron por el champagne ruso.
Klochkóv se confundió, se sonrojó y, con la abundancia de sentimientos, empezó a caminar alrededor de la mesa.
-¡Yo ese talento, hace tiempo ya que lo siento en mí! –rompió a hablar, tosiendo y agitando las manos. –Casi desde la misma infancia... Expongo de forma literaria, tengo ingenio... conozco el precio, porque pasé unos diez años entre los aficionados... ¿Qué hace falta aún? Trabajar sólo en esa palestra, aprender... ¿y en qué soy peor que los demás?
-Realmente, aprender... –dijo Zamazúrin. –Eso tú, cierto... Sólo mira qué, hijito... Tú discúlpame, pero yo la verdad... La verdad ante todo... Ahí tienes representado a Kleshéev, el consejero civil activo... Eso, amigo, no está bien... Eso pues, en esencia, no es nada, pero como que, ¿sabes?, es incómodo... El general, una cosa, la otra... ¡Déjalo, hermano! Todavía el nuestro se va a enojar, va a pensar que tú eso a él... Le va a ser ofensivo al viejo... Y de él nosotros, excepto beneficios... ¡Déjalo!
-Eso es verdad –se alarmó Klochkóv. –Va a haber que cambiarlo... Voy a poner en todas partes “su excelencia”... O no, simplemente así, sin rango... Simplemente Kleschéev...
-Y mira qué aún –advirtió Polumrákov. –Esto, por lo demás, son tonterías, pero también es incómodo... quiebra los ojos... Ahí el novio ese, Gránskii, le dice a Liza, que si sus padres no quieren que ella se case con él, pues él va a ir en contra de su voluntad. Eso, éste, puede ser, y no importa... puede ser, que los padres de verdad sean unos cerdos en su tiranía, pero en nuestro siglo, cómo expresarlo así... ¡Te va a tocar algo bueno!
-Sí, es un poco brusco –convino Zamazúrin. –Tú, de algún modo, tapa ese lugar... Quita asimismo, el razonamiento sobre cuán agradable es ser suegro del jefe. Es agradable, y tú te ríes... Con eso, hermano, no se puede bromear. El nuestro también se casó con una pobre, ¿así de eso sigue, que él procedió de forma infame? ¿Así es según tú? ¿Acaso a él no le es ofensivo? Bueno, supongamos que él está sentado en el teatro, y ve eso mismo... ¿Acaso le es agradable? ¡Y pues, él sostuvo tu propia mano, cuando tú pediste el subsidio con Salaliéev! “Él, dijo, es un hombre enfermo, a él, dijo, le hace más falta el dinero que a Salaliéev”... ¿Ves?
-¡Y tú pues, confiesa, aludes a él aquí! –guiñó el ojo Buliáguin.
-¡Y no pensaba! –dijo Klochkóv. -¡Que me castigue Dios, no aludía a nadie en absoluto!
-¡Sí, bueno, bueno... deja, por favor! A él, realmente, le gusta correr tras el sexo femenino... Tú eso lo captaste acertadamente... Sólo tú, este... al comisario particular sácalo... No hace falta... Y al Gránskii ese sácalo... Es un héroe así, el diablo sabe a qué se dedica, habla con mañas distintas... Si lo condenaras, pero tú pues, por el contrario, lo compadeces... Puede ser, es un buen hombre, pero... ¡el diablo lo entiende! Todo se puede pensar...
-¿Y saben quién es Yasnosiérdziev? Es nuestro Eniákin... Klochkóv alude a él... Es el consejero titular, siempre se pelea con su esposa, y con su hija... Es él... ¡Gracias, amigo! ¡Así, al canalla, le hace falta! ¡Para que no se envanezca!
-Siquiera ese, por ejemplo, Eniákin... –suspiró Zamazúrin. –Es una basura de hombre, un granuja, y de todas formas siempre te invita a su casa. A Nastiúsha te la bautizó... ¡No está bien, Ósip! ¡Sácalo! ¡En mi opinión... mejor déjalo! Dedicarse a ese asunto... por Dios... Van a empezar ahora los comentarios: ¿quién, cómo... por qué?.. ¡Y no estarás contento después!
-Eso es cierto... –confirmó Polumrákov. –Una travesura, y de esa travesura puede salir algo, que en diez años no la compones... En vano lo emprendes, Ósip... No es asunto tuyo... A Gógol meterte, y a Krilóv... Esos, realmente, eran unos científicos, y tú, ¿qué educación recibiste? ¡Un gusano, apenas lo vemos! A ti, cualquier mosca te puede aplastar... ¡Déjalo, hermano! Si el nuestro se entera, pues... ¡Déjalo!
-¡Tú rómpelo! –susurró Buliáguin. –Nosotros no se lo diremos a nadie... Si preguntan, pues diremos que tú nos leíste algo, y que nosotros no entendimos...
-¿Para qué decir? Decir no hace falta... –dijo Zamazúrin. –Si preguntan, bueno, entonces... no te pondrás a mentir... La camisa propia es más cercana al cuerpo2... ¡Así pues, usted emborrona distintas porquerías, y después responde por usted! ¡Para mí eso es lo peor de todo! A ti, al enfermo, no le empezarán a preguntar, pero hasta nosotros llegarán... ¡No me gusta, por Dios!
-Más bajito señores... Alguien va... ¡Escóndelo, Klochkóv!
El pálido Klochkóv escondió el cuaderno con rapidez, se rascó la nuca y se quedó pensativo.
-Sí, eso es verdad... –suspiró. –Van a empezar los comentarios... lo van a entender diferente... Puede ser, hasta que en mi vodevil hay algo que nosotros no vemos, y los otros lo van a ver... Lo voy a romper... Y ustedes pues, hermanos, por favor, este... no le digan a nadie...
Trajeron el champagne ruso... Los visitantes bebieron y se separaron...
1Mientras más al bosque, más leña (proverbio), aproximadamente, ...
2La camisa propia es más cercana al cuerpo (proverbio), aproximadamente, “más cerca están mis dientes que mis parientes”.
2La camisa propia es más cercana al cuerpo (proverbio), aproximadamente, “más cerca están mis dientes que mis parientes”.
Título original: Vodevil, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 26, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: John Singer Sargent, The Breakfast Table, 1884.