viernes, 12 de septiembre de 2008

La cirugía


Un hospital rural. Por ausencia del doctor, que fue a casarse, a los enfermos los recibe el enfermero Kuriátin, un hombre gordo de unos cuarenta años, con una chaqueta de seda-cruda usada y unos pantalones de tricot gastados. En el rostro una expresión de sensación de deber y agrado. Entre los dedos índice y medio de la mano izquierda un tabaco que difunde fetidez.
A la consulta entra el sacristán Vonmiglásov, un viejo alto, rechoncho, con una sotana marrón y un cinturón de cuero ancho. El ojo derecho con cataratas y semi-cerrado, en la nariz una verruga que parece de lejos una mosca. Por un segundo, el sacristán busca con los ojos el ícono y, al no hallarlo, se persigna ante una botella de solución fénica; después saca de un pañuelo rojo un pan eucarístico y, con una reverencia, lo deposita ante el enfermero.
-¡A-a-ah… lo mío para usted! –bosteza el enfermero. -¿Por qué me ha ofrendado?
-Por el día de la resurrección, Serguéi Kuzmích… Para su merced… Con verdad y franqueza se dice en el salterio, disculpe: “Mi bebida se mezcla con mi llanto”. Me senté hace poco con mi vieja a tomar té, y ni Dios mío, ni una gota, ni la pólvora azul, siquiera acuéstate y muérete… Tomas un poquito, ¡y no tienes fuerza! Y además de que, en la misma muela, pues por todo este lado… ¡Así me duele, así me duele! Me pega en el oído, disculpe, como si tuviera un clavito o algún otro objeto: ¡así me da punzadas, así me da punzadas! Pecador y trasgresor… “Profané mi alma con pecados vergonzosos, y toda mi vida transcurrió en la indolencia1”. ...¡Por los pecados, Serguéi Kuzmích, por los pecados! El padre hierofante, después de la liturgia, me reprocha: “Eres tartamudo, Efím, y te volviste gangoso. Cantas, y no se te entiende nada”. ¿Y qué canto, juzgue, va a haber ahí, si no se puede abrir la boca?, todo hinchado, disculpe, y sin dormir por la noche…
-Msí… Siéntese… ¡Abra la boca!
Vonmiglásov se sienta y abre la boca.
Kuriátin frunce el ceño, mira la boca y, entre los dientes amarillentos por el tiempo y el tabaco, descubre una muela adornada por una carie profunda.
-El padre diácono me mandó a ponerme vodka con rábano, no ayudó. Glikéria Anísimovna, Dios le dé salud, me dio un hilito para llevar en la mano, de la montaña Afónskaya, y me mandó a enjuagarme la muela con leche tibia, y yo, confieso, me puse el hilito, pero respecto a la leche no lo cumplí: le temo a Dios, es cuaresma…
-Un prejuicio… (Pausa.) ¡Hay que sacarla, Efím Mijéich!
-Usted sabe mejor, Serguéi Kuzmích. Para eso es estudiado, para entender este asunto, cómo es, qué sacar, y qué con gotas o con otra cosa… Para eso usted, benefactor, está puesto; Dios le dé salud, para que nosotros por usted día y noche, padres carnales… hasta la tumba…
-Tonterías… -se hace el modesto el enfermero, acercándose al armario y hurgando entre los instrumentos. –La cirugía es una tontería… Ahí todo es la costumbre, la fuerza de la mano… Escupir una vez… Hace poco también, mire, como usted, viene al hospital el hacendado Alexánder Ivánich Eguípietskii… También con la muela… Un hombre educado, pregunta por todo, se mete en todo, cómo y qué. Me estrecha la mano, por el nombre y el patronímico… Vivió siete años en Petersburgo, requeteolió a todos los profesores… Mucho tiempo yo con él ahí… Le reza a Cristo-Dios: ¡sáquela, Serguéi Kuzmích! ¿Por qué no sacarla pues? Sacarla se puede. Sólo hay que entender ahí, sin entender no se puede… Las muelas son distintas. Una la arrancas con las pinzas, la otra con el elevador, la otra con la llave… A quién cómo.
El enfermero toma el elevador, lo mira por un instante con aire inquisitivo, después lo deposita y toma las pinzas.
-Bueno, abra más la boca… -dice, acercándose al sacristán con las pinzas. –Ahora la vamos… este… Escupir una vez
-Benefactor nuestro… Nosotros, los imbéciles, no concebimos, y a usted lo iluminó el Señor…
-No replique si tiene la boca abierta… Es fácil arrancarla, pero pasa así, que están sólo las raíces… Eso es escupir una vez… (Aplica las pinzas.) Espere, no se contraiga… Siéntese quieto… En un instante la… (Hace una tracción.) Lo principal es agarrar profundo (tira)… para que la corona no se rompa…
-Padres nuestros… Madre santísima… Vvv…
-No es eso… no es eso… ¿cómo la? ¡No me agarre con las manos! ¡Suélteme las manos! (Tira.) Ahora… Así, así… El asunto pues, no es fácil…
-Padres… procreadores… (Grita.) ¡Ángeles! Ay-ay… ¡Pero sácala pues, sácala! ¿Por qué lo alargas cinco años?
-El asunto pues, es… la cirugía… De una vez no se puede… Así, así…
Vonmiglásov levanta las rodillas hasta los codos, mueve los dedos, abre mucho los ojos, respira sofocado… De su rostro amoratado brota el sudor, en sus ojos hay lágrimas. Kuriátin resopla, se revuelve ante el sacristán y tira… Pasan unos instantes tortuosos, y las pinzas se sueltan de la muela. El sacristán se levanta y se mete los dedos en la boca. En la boca se palpa la muela en el mismo lugar.
-¡Tiraste! –dice con voz llorosa y, al mismo tiempo, burlona. -¡Que te tiren así en el otro mundo! ¡Agradecemos con humildad! ¡Si no sabes arrancar, pues no te pongas! El mundo de Dios no lo veo…
-¿Y tú, para qué me agarras con las manos? –se enoja el enfermero. –Yo tiro, y tú me empujas la mano, y las diversas palabras estúpidas… ¡Imbécil!
-¡Tú eres el imbécil!
-¿Tú piensas, mujík, que es fácil arrancar una muela? ¡Ponte pues! ¡Eso no es subirte al campanario y tamborear con las campanas! (Remeda.) “¡No sabes, no sabes!” ¡Dime, qué preceptor encontré! Mira tú… Al señor Eguípietskii, Alexander Ivánich, se la arranqué, y ése nada, ni una palabra… Un hombre más limpio que tú, y no me aguantó con las manos… ¡Siéntate! ¡Siéntate, te digo!
-El mundo no lo veo… Déjame cobrar aliento… ¡Oh! (Se sienta.) Pero no tires mucho tiempo, sino sácala. No tires, sino sácala… ¡De una vez!
-¡Enseña al científico! ¡Qué gente no educada, Señor! Vive pues con éstos… ¡te vuelves loco! Abre la boca… (Aplica las pinzas.) La cirugía, hermano, no es una broma… Eso no es leer en el coro… (Hace una tracción.) No te contraigas… La muela, parece, es vieja, tiene raíces profundas… (Tira.) No te muevas… Así… así… No te muevas… Bueno, bueno… (Se oye un sonido crujiente.) ¡Así lo sabía!
Vonmiglásov está sentado un instante inmóvil, como sin sentido. Está aturdido… Sus ojos miran al espacio de modo estúpido, en su rostro pálido hay sudor.
-Tenía que, con el elevador… -farfulla el enfermero. -¡Vaya ocasión!
Al volver en sí, el sacristán se mete los dedos en la boca, y encuentra en el lugar de la muela enferma dos salientes punzantes.
-Diaablo sarnoso… -profiere. -¡Los plantaron aquí, a los anormales, para nuestra perdición!
-Maldíceme ahí todavía… -farfulla el enfermero, poniendo las pinzas en el armario. –Ignorante… Te agasajaron poco con el abedul en el seminario… El señor Eguípietskii, Alexánder Ivánich, vivió siete años en Petersburgo… una educación… sólo el traje vale unos cien rublos… y para eso no maldijo… ¿Y tú, qué clase de pavo eres? ¡No te pasó nada, no te vas a morir!
El sacristán toma su pan eucarístico de la mesa y, teniendo la mejilla con la mano, se va a su casa…

1De las oraciones de cuaresma de la Iglesia ortodoxa: “Madre de Dios, dirígeme hacia la senda de la salvación: Profané mi alma con acciones vergonzosas, y toda mi vida transcurrió en la indolencia. Con tus plegarias líbrame de toda impureza.”

Título original: Jirurgia, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 32, (con el subtítulo Escenita), con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Isaak Levitan, Una finca en el otoño,1894.