jueves, 18 de septiembre de 2008

Ambos son mejores


-Seguro pues, mes enfants1, pasen por casa de la baronesa Shappling (con dos “p”)... –repitió por décima vez mi suegra, ayudándonos a mi joven esposa y a mí a sentarnos en la carroza. –Mi baronesa es una vieja amiga... Visiten, a propósito, a la generala Zheriébchikova... Ella se va a ofender, si no le hacen una visita...
Nos sentamos en la carroza y fuimos a hacer las visitas post-nupciales. La fisonomía de mi esposa, me parecía, adquirió una expresión solemne, y a mí se me cayó el alma a los pies, y caí en la melancolía... Muchas diferencias había entre yo y mi esposa, pero ninguna de éstas me producía tantos tormentos de alma, como la diferencia de nuestros conocidos y relaciones. En la lista de los conocidos de mi esposa resaltaban las tenientas, las generalas, la baronesa Shappling (con dos “p”), el conde Derzái-Chertovschínov y todo un montón de amigas aristócratas del instituto; pero por mi parte había sólo un continuo mauvais ton2: mi tío, el carcelero retirado, la prima que tenía un taller de moda, los funcionarios-colegas, todos unos borrachos perdidos y libertinos, entre los que no había ni uno por encima del titular, el mercader Plievkóv y demás. Me daba vergüenza... Para evitar la deshonra, hubiera acordado no ir a ver a mis conocidos en absoluto, pero no ir hubiera significado buscarse una multitud de reproches y disgustos. A mi primo aún, es posible, se le podía tachar, pero las visitas a mi tío y a Plievkóv eran inevitables. A mi tío le había pedido para los gastos de la boda, a Plievkóv le debía por los muebles.
-Ahora, almita, –empecé a engatusar a mi esposa –vamos a llegar a casa de mi tío Púpkin. Un hombre de estirpe antigua, noble... su tío es vicario en alguna eparquía, pero es un original y vive como un cerdo; o sea, no el vicario vive como un cerdo, sino él mismo, Púpkin... Te llevo para darte la ocasión de reírte un poco... Un imbécil terrible...
La carroza se detuvo junto a una pequeña casita de tres ventanas, con unos postigos grises, herrumbrosos. Salimos de la carroza y llamamos... Se oyó un fuerte ladrido de perro, tras el ladrido un imponente “¡psió, maldito!”, un aullido, un tráfago tras la puerta... Tras un tráfago largo la puerta se abrió, y entramos al recibidor... Nos recibió mi prima Másha, una muchacha pequeña con la chaqueta de su madre y la nariz manchada. Yo hice ver que no la reconocí, y fui al colgador del que, junto a la pelliza pelada del tío, colgaban el pantalón de alguien y una falda almidonada. Al quitarme los chanclos, eché una ojeada a la sala con timidez. Allí, a la mesa, estaba sentado mi tío, con una bata y unas pantuflas en los pies desnudos. La esperanza de no hallarlo en casa se convirtió en polvo... Entornando los ojos y resoplando por toda la casa, éste extraía con un alambre, de una garrafa de vodka, unas cáscaras de naranja. Tenía un aspecto preocupado y concentrado, como si inventara el teléfono. Nosotros entramos... Al vernos, Púpkin se avergonzó, dejó caer de la mano el alambre y, recogiendo los faldones de su bata, salió corriendo de la sala a toda prisa...
-¡Yo ahora! –gritó.
-Se dio a la fuga... –me eché a reír, ardiendo de vergüenza y temiendo mirar a mi esposa. -¿No es verdad, Sonia, que da risa? Un original terrible... ¡Y echa una mirada, qué muebles! Una mesa de tres patas, un fortepiano paralítico, un reloj de cuco... Se puede pensar que aquí no viven personas, sino mamuts...
-¿Qué son las pinturas? –preguntó mi esposa examinando los cuadros, que colgaban mezclados con las fotografías.
-Ese es el eremita Serafím en el desierto de Saróvskii3, dándole de comer a un oso... Y este es el retrato del vicario, cuando era aún inspector de seminario... Ves, tiene la Anna... Un hombre de respeto... Yo... -(yo me soné la nariz).
Pero nada me daba tanta vergüenza, como el olor... Olía a vodka, a naranjas agriadas, a trementina, con la que el tío se protegía del cebollino, a borra de café, que en general da una posca penetrante... Entró mi primo Mítia, un pequeño alumno de gimnasio con unas grandes orejas paradas, y chocó los talones... Tras recoger las cáscaras de naranja, tomó del diván la almohada, quitó con la manga el polvo del fortepiano y salió... Evidentemente, lo habían mandado a “recoger”...
-¡Y aquí estoy yo! –pronunció finalmente mi tío, entrando y abrochándose el chaleco. -¡Y aquí estoy yo! ¡Me alegro mucho... bastante! ¡Siéntense, por favor! Sólo no se sienten en el diván: la pata de atrás está rota. ¡Siéntate, Sénia!
Nos sentamos... Sobrevino un silencio, durante el que Púpkin se acarició la rodilla, y yo intentaba no mirar a mi esposa y me confundía.
-Msí... –empezó mi tío, prendiendo un puro (delante de la visita él siempre fumaba puro). -Te casaste, por lo tanto... Así... Por una parte, eso es bueno... Una criatura agradable cerca, el amor, los romances; ¡pero por otra parte, cuando vengan los niños, pues vas a aullar más que un lobo! Para uno las botas, para el otro el pantalón, por el tercero hay que pagar el gimnasio... ¡y no quiera Dios! ¡A mí, gracias a Dios, mi esposa la mitad me los parió muertos!
-¿Cómo está su salud? –pregunté yo, deseando cambiar la conversación.
-¡Mal, hermano! Hace poco estuve derrumbado todo el día... Me duele el pecho, escalofríos, bochorno... Mi esposa me dice: toma quinina y no te irrites... ¿Y cómo no irritarse ahí? Por la mañana me mandó a limpiar la nieve del portal, ¡y siquiera si alguien te ayudara! Ni un granuja se mueve del lugar... ¡No puedo limpiarlo solo pues! Yo soy un hombre enfermizo, débil... Tengo hemorroides internas.
Yo me confundí y empecé a sonarme la nariz fuertemente.
-O, puede ser, que yo tengo eso por el baño... –continuó mi tío, mirando la ventana de modo pensativo. -¡Puede ser! Yo estuve el jueves en el baño, sabes,... me di vapor unas tres horas. Y con el vapor las hemorroides se alborotan aún más... Los doctores dicen que el baño para la salud no es bueno... Eso, señora, no es correcto... Yo estoy acostumbrado desde la niñez, porque mi padre tenía un baño en Kíev, en la Krieschátik... Pasaba, que todo el día te dabas vapor... Gracias a que no pagabas...
Sentí una vergüenza insoportable. Me levanté y, tartamudeando, empecé a despedirme.
-¿A dónde te vas pues? –se asombró mi tío, tomándome por la manga. -¡Ahora va a salir tu tía! ¡Vamos a picar de lo que Dios mandó, vamos a tomar licor!.. Hay cecina, Mítia fue por el embutido... ¡Pero qué ceremoniosos, en verdad, son ustedes! ¡Te volviste orgulloso, Sénia! ¡No está bien! ¡El vestido de la boda no se lo encargaste a Glásha! Mi hija, señora, tiene una lencería... A usted le cosió, yo lo sé, madame Stepánid, ¡pero acaso Stepánidka se compara con nosotros! Nosotros le hubiéramos cobrado más barato...
No recuerdo cómo me despedí de mi tío, cómo llegué hasta la carroza... Sentía que estaba destruido, escupido, y esperaba a cada instante oír la risa despectiva de mi esposa alumna de instituto...
“¡Y qué clase de mauvais nos espera en casa de Plievkóv! -pensaba, helándome de terror. -¡Siquiera zafarse rápido, que se los lleve el diablo del todo! ¡Y para mi desgracia, ni un general conocido! ¡Hay un teniente retirado conocido, y ese tiene una taberna! ¡Pues qué infeliz soy!” –Tú, Sóniechka, -me dirigí a mi esposa con voz llorosa, -disculpa, que yo te llevé ahora a esa pocilga... Pensaba darte la ocasión de reírte un poco, de observar a los tipos... No es mi culpa que salió tan trivial, infame... Me disculpo...
Miré a mi esposa con timidez, y vi más de lo que podía esperar con toda mi aprensión. Los ojos de mi esposa estaban llenos de lágrimas, en sus mejillas ardía un rubor ya de vergüenza, ya de cólera, sus manos trémulas pellizcaban los flecos de la ventana de la carroza... Me dio bochorno y me estremecí...
“¡Bueno, empieza mi deshonra!” –pensé, sintiendo cómo mis brazos y piernas se llenaban de plomo. -¡Pero yo no soy culpable pues, Sonia! –se me escapó un lamento. -¡Qué tonto es, en verdad, de tu parte! ¡Son unos cerdos ellos, unos mauvais ton, pero es que yo no los hice mis parientes!
-Si a ti no te gustan tus simplones, –sollozó Sonia, mirándome con ojos suplicantes, –pues los míos te van a gustar mucho menos... Me da vergüenza, y no me decido a decirte de ningún modo... Hijito, querido... Ahora la baronesa Shappling va a empezar a contarte, que mamá sirvió con ella de ama de llaves, y que yo y mamá no somos agradecidas, que no le agradecemos por los beneficios pasados ahora, cuando ella cayó en la pobreza... ¡Pero tú no le creas, por favor! A esa descarada le gusta mentir... ¡Te juro que, para cada fiesta, nosotras le mandamos una cabeza de azúcar y una libra de té!
-¡Pero tú bromeas, Sonia! –me asombré, sintiendo cómo el plomo dejaba mis miembros y una ligereza vivificante se extendía por todo mi cuerpo. -¡A la baronesa una cabeza de azúcar y una libra de té!.. ¡Ah!
-¡Y cuando veas a la generala Zheriébchikova, pues no te rías de ella, hijito! ¡Ella es tan infeliz! Si ella llora sin parar y habla fuera de lugar, pues eso es porque el conde Derzái-Chertovschínov la desplumó. Ella se va a quejar de su suerte, y a pedirte prestado, pero tú... este... no le des... ¡Bueno sería, si ella se lo gastara en sí misma, pero todo, lo mismo, se lo da al conde!
Mámochka... ángel! –me dispuse a abrazar a mi esposa con exaltación. -¡Bomboncito mío! ¡Pero si esto es una sorpresa! ¡Si me hubieras dicho que tu baronesa Shappling (con dos “p”) anda en cueros por la calle, pues me hubieras obligado aun más! ¡La mano!
Y de pronto me dio lástima que rechacé la cecina en casa de mi tío, que no aporreé su fortepiano paralítico, ni bebí su licor... Pero ahí recordé que en casa de Plievkóv servían un buen cognac y cerdito con rábano.
-¡Anda a casa de Plievkóv! –le grité a toda voz al cochero.

1Enfants, niños.
2Mauvais ton, mal tono, malas maneras, trato grosero.
3“El eremita Serafím en el desierto de Saróvskii”; Serafím, monje del desierto de Saróvskii, aparece comúnmente con un oso en las estampas populares.

Título original: Oba luchshe, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1885, Nº 13, con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Jean Beraud, Stop!, XIX.