jueves, 11 de septiembre de 2008

El camaleón


Por la plaza del bazar va el inspector policial Ochumiélov, con un capote nuevo y un hatillo en la mano. Tras él camina un alguacil pelirrojo con una rejilla, llena hasta arriba de grosellas confiscadas. Alrededor silencio… En la plaza no hay ni un alma… Las puertas abiertas de las tiendas y las tabernas miran al mundo de Dios con melancolía, como fauces hambrientas, junto a éstas no hay ni siquiera mendigos.
-¿Así tú, a morder, maldito? –oye de pronto Ochumiélov. -¡Chicos, no lo suelten! ¡Ahora no se manda a morder! ¡Agárralo! ¡A… ah!
Se oye un aullido canino. Ochumiélov mira a un costado y ve: desde el almacén de leña del mercader Pichúguin, saltando en tres patas y mirando alrededor, corre un perro. Lo persigue un hombre con un camisón de indiana almidonado y el chaleco desabrochado. Éste corre tras aquel y, tras hacerse con el tronco hacia adelante, cae sobre la tierra y agarra al perro por las patas traseras. Se oye por segunda vez el aullido canino y un grito: “¡No lo sueltes!” Desde las tiendas se asoman fisonomías soñolientas, y pronto alrededor del almacén de leña, como salida de la tierra, se reúne una multitud.
-¡Seguro un desorden, su excelencia!.. –dice el alguacil.
Ochumiélov da media vuelta a la izquierda y camina hacia el tumulto. Junto a los mismos portones del almacén, ve él, el hombre con el chaleco desabrochado está parado y, alzando la mano derecha, muestra a la multitud un dedo sangriento. En su rostro medio ebrio como que está escrito: “¡Ya te la voy a sacar, bribón!”, y el mismo dedo tiene el aspecto de la bandera de la victoria. En el hombre Ochumiélov reconoce al orfebre Jriúkin. En el centro de la multitud, con las patas delanteras extendidas y todo el cuerpo temblando, está sentado en la tierra el mismo culpable del escándalo, un cachorro de galgo blanco, con un hocico afilado y una mancha amarilla en el lomo. En sus ojos llorosos hay una expresión de angustia y horror.
-¿Por qué caso aquí? –pregunta Ochumiélov, entrando en la multitud. -¿Por qué aquí? ¿Eso tú, para qué el dedo?.. ¿Quién gritó?
-Voy yo, su excelencia, no toco a nadie… -empieza Jriúkin, tosiendo en el puño. –Por leña con Mítrii Mítrich, y de pronto este vil, ni por lo uno ni lo otro, por el dedo… Usted discúlpeme, yo soy un hombre trabajador… Tengo un trabajo pequeño. Que me paguen, porque este dedo, puede ser, no lo voy a mover una semana… Eso, su excelencia, no está ni en la ley, sufrir por los bichos… Si cada uno va a morder, pues mejor no vivir en este mundo…
-¡Hum!.. Está bien… -dice Ochumiélov con severidad, tosiendo y moviendo las cejas. –Está bien… ¿De quién es el perro? Yo esto no lo voy a dejar así. ¡Yo les voy a enseñar a ustedes, cómo soltar a los perros! ¡Ya es hora de prestarle atención a esos señores, que no desean subordinarse a las resoluciones! ¡Cuando lo multen, al miserable, así me va a saber, qué significa un perro y demás ganado ambulante! ¡Le voy a enseñar la higa de la madre!.. ¡Yeldírin, -se dirige el inspector al alguacil, -averigua de quién es ese perro, y levanta un acta! Y al perro hay que aniquilarlo. ¡Sin demora! Seguro está rabioso… ¿De quién es este perro, pregunto?
-¡Ese, al parecer, es del general Zhigálov! –dice alguien de la multitud.
-¿Del general Zhigálov? ¡Hum!.. Quítame pues, Yeldírin, el paletó… ¡Un horror, qué calor! Se debe suponer, antes de la lluvia… Sólo una cosa no entiendo: ¿cómo te pudo morder? –se dirige Ochumiélov a Jriúkin. -¿Acaso te alcanza al dedo? ¡Él es chiquito, y tú pues, mira qué grandote eres! Tú, debe ser, te arañaste el dedo con un clavito, y después te vino la idea a la cabeza, para sacar. Tú pues… ¡gente conocida! ¡Los conozco a ustedes, diablos!
-Él, su excelencia, con un cigarro a él por la jeta, para reírse, y éste, que no es tonto, lo mordió… ¡Un hombre camorrista, su excelencia!
-¡Mientes, jorobado! No lo viste; así, por lo tanto, ¿para qué mentir? Su excelencia es un señor inteligente y entiende, quién miente y quién a conciencia, como ante Dios… Y si yo miento, pues que el juez de paz juzgue. En su ley está dicho… Ahora todos son iguales… Yo mismo tengo un hermano gendarme… si quiere saber…
-¡No replicar!
-No, ése no es del general… -observa el alguacil con profundidad de pensamiento. –El general no tiene de ésos. Él tiene más de los sabuesos…
-¿Tú eso, lo sabes bien?
-Bien, su excelencia…
-Yo mismo lo sé. El general tiene perros caros, de raza… y éste, ¡el diablo sabe qué! Ni lana, ni aire… vileza, solamente. ¡¿Y tener un perro así?! ¿Dónde pues tienen la mente? Si ese perro cayera en Petersburgo o en Moscú, ¿pues saben lo que sería? Allí no mirarían la ley, al momento, ¡no respires! Tú, Jriúkin, sufriste, y no dejes este asunto así… ¡Hay que dar una lección! Ya es hora…
-Y puede ser, es del general… -piensa en voz alta el alguacil. –No lo tiene escrito en el morro… Hace poco, en el patio, le vi uno así.
-¡Seguro es del general! –dice una voz desde la multitud.
-Hum!.. Ponme pues, Yeldírin, el paletó… Como que sopló el viento… Da escalofríos… Se lo llevas al general y preguntas allí. Dices que yo lo encontré y lo mandé… Y di que no lo suelten a la calle… Puede ser es caro, y si cada cerdo le va a meter un cigarro por el hocico, pues lo va a dañar acaso por largo tiempo. El perro es un bicho tierno… ¡Y tú, estúpido, baja la mano! ¡No tienes por qué exponer tu dedo, imbécil! ¡Tú mismo eres el culpable!..
-Va el cocinero del general, vamos a preguntarle… ¡Hey, Prójor! ¡Ven acá pues, querido! Mira este perro… ¿Es de ustedes?
-¡Inventas! ¡De ésos nosotros, desde que yo nací, no hemos tenido!
-Y no hay por qué preguntar mucho ahí, -dice Ochumiélov. -¡Es callejero! No hay por qué conversar mucho ahí… Si dije que es callejero, por lo tanto es callejero… A aniquilarlo, eso es todo.
-Ése no es de los nuestros, -continúa Prójor. –Ése es del hermano del general, que vino hace poco. El nuestro no es aficionado a los galgos. Su hermano es aficiona…
-¿Pero acaso su hermano vino? ¿Vladímir Ivánich? –pregunta Ochumiélov, y todo su rostro se inunda de una sonrisa de ternura. -¡Mira tú, señor! ¡Y yo no lo sabía! ¿Vino a visitar?
-De visita…
-Mira tú, señor… Extrañamos al hermanito… ¡Y yo pues no lo sabía! ¿Así, éste es su perrito? Me alegro mucho… Tómalo… El perrito no está mal… Ágil así… ¡Coge a éste por el dedo! Ja-ja-ja… ¿Bueno, por qué tiemblas? Rrr… Rr… Se enoja el bribón… Pillo así.
Prójor llama al perro y se va con él del almacén de leña… La multitud se ríe de Jriúkin.
-¡Yo te voy a agarrar todavía! –lo amenaza Ochumiélov y, arropándose con el capote, continúa su camino por la plaza del bazar.

Título original: Jameleon, publicado por primera vez en la revista Oskolki, 1884, Nº 36, (con el subtítulo Escenita), con la firma: “A. Chejonté”.
Imagen: Albert Anker, Mercado en Murten, 1876.