martes, 23 de septiembre de 2008

El juicio


La isbá de Kuzmá Yegórov, el tendero. Es sofocante, caluroso. Los malditos mosquitos y moscas se amontonan alrededor de los ojos y las orejas, cansan… Nubes de humo de tabaco, pero huele no a tabaco, sino a pescado salado. En el aire, en los rostros, en el zumbido de los mosquitos, la angustia.
Una mesa grande, sobre ésta un platito con cáscaras de nueces, unas tijeras, una latita de pomada verde, casquetes y botellas vacías. A la mesa están sentados con un aire solemne: el mismo Kuzmá Yegórov, el responsable-enfermero Ivánov, el sacristán Feofán Manafuílov, el bajo Mijáilo, el compadre Parfiéntii Ivánich y el gendarme Fortunátov, que vino de la ciudad a visitar a su tía Anísia. A una respetable distancia de la mesa está parado el hijo de Kuzmá Yegórov, Serapión, que sirve en la barbería de la ciudad y vino ahora a ver a su padre por las fiestas. Éste se siente muy incómodo y tira de sus bigotitos con mano trémula. La isbá de Kuzmá Yegórov es alquilada, provisionalmente, para “punto” médico, y ahora los enfermos esperan en el recibidor. Ahora recién trajeron de algún lugar a una mujer con la costilla rota… Ésta está acostada, gime y espera que el enfermero, finalmente, le preste su atención benévola. Tras las ventanas se amontona la gente, que vino a ver cómo Kuzmá Yegórov va a azotar a su hijo.
-Usted, todo el tiempo, dice que yo miento, -dice Serapión, -y por eso yo, con usted, no pienso hablar mucho. Con las palabras, papásha, en el siglo diecinueve, no logras nada, porque la teoría, como usted mismo no ignora, no puede existir sin la práctica.
-¡Cállate! –dice Kuzmá Yegórov con severidad. –No despiertes a tu madre, y dinos claramente: ¿dónde metiste mi dinero?
-¿El dinero? Hum… Usted es una persona tan inteligente, que usted mismo debe entender que yo, su dinero, no lo toqué. Sus billetes, usted los acumula no para mí… Pecar no hay por qué…
-Usted, Serapión Kosmích, sea franco, -dice el sacristán. -¿Pues nosotros, para qué le preguntamos esto? Nosotros deseamos convencerlo, ponerlo en el camino del bien… Su papáshenka, nada más que para su provecho… Y nos pidió pues… Usted francamente… ¿Quién no es pecador? ¿Usted le tomó a su papásha los veinticinco rublos que estaban en su cómoda, o no?
Serapión escupe a un costado y calla.
-¡Habla pues! –grita Kuzmá Yegórov y golpea la mesa con el puño. –Habla: ¿tú o no?
-Como a usted le plazca… Deje…
-Deja -corrige el gendarme.
-Deja que yo lo tomé… ¡Deja! Sólo que usted, papásha, en vano me grita. Golpear tampoco hay para qué. Por mucho que golpee, no va a hundir la mesa en la tierra. Su dinero yo nunca se lo tomé, y si lo tomé alguna vez, pues fue por necesidad… Yo soy una persona viva, un nombre sustantivo animado, y me hace falta el dinero. ¡No soy una piedra!
-Ve y trabaja, si te hace falta el dinero, y a mí no tienes nada qué robarme. ¡Tú no eres el único que tengo, yo tengo entre ustedes a siete personas!
-Eso yo, sin su sermón, lo entiendo, sólo por mi salud débil, como usted mismo sabe, no puedo, por lo tanto, trabajar. Y que usted, ahora, me reprochó por un pedazo de pan, así por eso mismo, va a responder ante el señor Dios…
-¡De salud débil!.. Tu labor no es grande, sabe pelar y pelar a gusto, y tú huyes de esa labor.
-¿Qué labor tengo yo? ¿Acaso eso es una labor? Eso no es una labor, sino una pretensión. Y mi educación no es tal, para que yo pueda vivir de esa labor.
-No razona correcto, Serapión Kosmích, -dice el sacristán. –Su labor es respetable, intelectual, porque usted sirve en una ciudad de gobierno, pela y afeita a personas intelectuales, nobles. Incluso los generales no son ajenos a su oficio.
-Sobre los generales, si le place, yo mismo le puedo explicar.
El enfermero Ivánov está un poco bebido.
-En nuestro razonar médico, -dice éste –tú eres un trementina, y nada más.
-Nosotros, su medicina, la entendemos… ¿Quién, permítame preguntarle, el año pasado, casi no abrió a un carpintero borracho, en lugar de un cuerpo muerto? Si ése no se hubiera despertado, así usted le hubiera descocido el vientre. ¿Y quién mezcla el ricino con el aceite de cáñamo?
-En la medicina, sin eso, no se puede.
-¿Y quién mandó a Malánia al otro mundo? Usted le dio un purgante, después un astringente, y después de nuevo un purgante, y ella no resistió. Usted no debe curar personas, disculpe, sino perros.
-Para Malánia el reino celestial, -dice Kuzmá Yegórov. –Para ella el reino celestial. No ella tomó el dinero, no es sobre ella la conversación… Y tú di pues… ¿se lo llevaste a Alióna?
-Hum… ¡a Alióna! Si se avergonzara usted, siquiera, delante del clero y del señor gendarme.
-Y tú habla pues: ¿tú tomaste el dinero o no?
El responsable sale de la mesa, prende un cerillo en su rodilla y, con respeto, lo acerca a la pipa del gendarme.
-Fff… -se enfada el gendarme. -¡La nariz gris, toda la empinó!
Tras prender la pipa, el gendarme se levanta de la mesa, se acerca a Serapión y, mirándolo con rabia y fijamente, grita con voz estridente:
-¿Tú quién eres? ¿Tú qué haces pues? ¿Por qué así? ¿Ah? ¿Qué significa esto pues? ¿Por qué no respondes? ¿Insubordinación? ¿Tomar dinero ajeno? ¡A callar! ¡Responde! ¡Habla! ¡Responde!
-Si…
-¡A callar!
-Si… ¡Usted más bajo! Si… ¡No le tengo miedo! ¡Se cree mucho! ¡Y usted es un imbécil, y nada más! Si papásha quiere que me den una zurra, pues estoy listo… ¡Zúrrenme! ¡Péguenme!
-¡A callar! ¡No co-o-onversar! ¡Conozco tus ideas! ¿Tú eres un ladrón? ¿Quién eres? ¡A callar! ¿Ante quién estás? ¡No replicar!
-Es necesario castigarlo, -dice el sacristán y suspira. –Si él no desea aliviar su culpa a conciencia, pues es necesario, Kuzmá Yegórich, azotarlo. Así supongo: ¡es necesario!
-¡Pegarle! –dice el bajo Mijáilo con una voz tan baja, que todos se asustan.
-Por última vez: ¿tú o no? –pregunta Kuzmá Yegórov.
-Como a usted le plazca… Deja… ¡Zúrreme! Yo estoy listo…
-¡A azotarlo! –decide Kuzmá Yegórov y, amoratado, sale de la mesa.
El público se cuelga de las ventanas. Los enfermos se amontonan en la puerta y levantan las cabezas. Incluso la mujer con la costilla rota levanta la cabeza…
-¡Acuéstate! –dice Kuzmá Yegórov.
Serapión se arranca la chaqueta, se persigna y, con humildad, se acuesta sobre un banco.
-Zúrrenlo, -dice.
Kuzmá Yegórov se quita el cinturón, mira cierto tiempo al público, como esperando que alguien lo ayude acaso, después empieza…
-¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! –cuenta Mijáilo con voz de bajo. -¡Ocho! ¡Nueve!
El sacristán está parado en un rincón y, bajando los ojos, hojea un libro…
-¡Veinte! ¡Veintiuno!
-¡Es suficiente! -dice Kuzmá Yegórov.
-¡Más! –murmura el gendarme Fortunátov. -¡Más! ¡Más! ¡Así a él!
-Yo supongo: ¡es necesario un poco más! –dice el sacristán, soltando el libro.
-¡Y si al menos chillara! –se admira el público.
Los enfermos se separan y la esposa de Kuzmá Yegórov, haciendo crujir su falda almidonada, entra a la habitación.
-¡Kuzmá! –se dirige a su esposo. -¿Cuál dinero tuyo es este, que yo encontré en tu bolsillo? ¿Éste no es el que tú buscabas hace poco?
-Ese mismo es… ¡Levántate Serapión! ¡Apareció el dinero! Yo lo puse ayer en mi bolsillo, y me olvidé…
-¡Más! –balbucea Fortunátov. -¡A pegarle! ¡Así a él!
-¡Apareció el dinero! ¡Levántate!
Serapión se levanta, se pone la chaqueta y se sienta a la mesa. Silencio prolongado. El sacristán se confunde y se suena la nariz con un pañuelo.
-Tú disculpa, -balbucea Kuzmá Yegórov, dirigiéndose a su hijo. –Tú este no…¡El diablo pues lo sabía, que iba a aparecer! Disculpa…
-No importa. No es la primera para mí… No se inquiete. Yo siempre estoy listo para cualquier tortura.
-Tú toma… Te va a arder…
Serapión bebe, levanta su nariz azul y, como un héroe medieval, sale de la isbá. Y el gendarme Fortunátov después, largo tiempo, anda por el patio, sonrojado, abriendo los ojos y diciendo:
-¡Más! ¡Más! ¡Así a él!

Título original: Sud, publicado por primera vez en la revista Zritiel, 1881, Nº 14, con la firma: “Antósha Chejonté.”
Imagen: Nikita Fedosov, Very Good Sight But Only One Eye, 1976.