jueves, 3 de julio de 2008

Antón Chejov, por Maxím Górkii


Tenía unos ojos buenos cuando se reía, como que cariñosos-femeninos y de una ternura suave. Y su risa, casi no sonora, era como que buena en particular. Al reírse, disfrutaba justamente la risa, se regocijaba, yo no conozco a nadie que pueda reírse así, diré, de "espíritu".
Los chistes groseros nunca lo hacían reír.
Riéndose de modo tan grácil y de alma, me contaba:
-¿Sabe por qué Tolstói lo trata de una forma tan irregular? Está celoso, él piensa que Sulerzhítskii1 lo quiere más a usted, que a él. Sí, sí. Ayer me decía: "No puedo tratar a Górkii con franqueza, yo mismo no sé por qué, pero no puedo. Hasta me disgusta que Sulerzhítskii viva en su casa. Eso es malo para Súler. Górkii es un hombre malo. Parece un seminarista que tonsuraron como un monje a la fuerza, y con eso lo enojaron con todo. Tiene un alma de espía, vino de algún lugar a una tierra de Canaá que le es ajena, lo mira todo fijamente, lo nota todo, y se lo denuncia todo a cierto Dios suyo. Y su Dios es un monstruo, como el fauno o el genio del agua de las mujeres de pueblo".
Contando, Chejov se reía hasta las lágrimas y, enjugándose las lágrimas, continuaba:
-Yo le digo: "Górkii es bueno". Y él: "No, no, yo lo sé. Tiene nariz de pato, esas narices sólo las tienen los infelices o los malos. Y las mujeres no lo quieren; y las mujeres, como los perros, tienen olfato para las personas buenas. Mire a Súler, tiene realmente la preciosa capacidad de amar a las personas sin interés. En eso es genial. Saber amar, significa saber todo..."
Tras descansar, Chéjov repitió:
-Sí, el viejo está celoso... Qué asombroso es...
De Tolstói hablaba siempre con cierta sonrisa peculiar en los ojos, apenas perceptible, tierna y turbada; hablaba bajando la voz, como de algo espectral y misterioso, que requería unas palabras cautelosas, suaves.
Reiteradamente, lamentaba que junto a Tolstói no hubiera un Eckermann, un hombre que apuntara con esmero las ideas agudas, repentinas y, a menudo, contradictorias del viejo sabio.
-Pues si usted se dedicara a eso -convencía a Sulerzhítskii. -Tolstói lo quiere tanto, habla tanto y tan bien con usted...
De Súler Chejov me dijo:
-Es un niño sabio...
Lo dijo muy bien.
Cierta vez, delante de mí, Tolstói se admiraba de un cuento de Chejov, al parecer de La almita. Decía:
-Es como un encaje tejido por una doncella casta; en la antigüedad, había unas muchachas-tejedoras así, las "solteronas", toda su vida, todos sus sueños de felicidad los vertían en el bordado. Soñaban en los bordados con lo más tierno, todo su amor puro y confuso lo ataban en el encaje. -Tolstói hablaba muy agitado, con lágrimas en los ojos.
Y Chejov ese día tenía alta temperatura, estaba sentado con manchas rojas en el rostro e, inclinada la cabeza, limpiaba su pince-nez2 con esmero. Calló largo tiempo, finalmente, tras suspirar, dijo en voz baja y turbado:
-Ahí hay erratas...

1Leopold Sulerzhítskii, literato, pintor, director del Teatro artístico de Moscú.
2Pince nez, quevedos, lentes de forma circular con armadura a propósito para que se sujete en la nariz.
Continuará…

Imagen: Nikolai Gay, El Autor Lev Tolstoi, 1884.