De sus trabajos literarios hablaba poco, sin ganas, quisiera decir, con pudor y, posiblemente, con la misma cautela con que hablaba de Liév Tolstói. Sólo rara vez, en instantes de júbilo, sonriendo con malicia, contaba de algún tema, siempre humorístico:
-¿Sabe?, voy a escribir sobre una maestra, es atea, adora a Darwin, está convencida de la necesidad de luchar contra los prejuicios y las supersticiones del pueblo, y ella misma, a las doce de la noche, hierve en el baño un gato negro, para sacarle el "arco", un hueso que atrae al hombre y le despierta el amor, hay un hueso así1...
-¿Sabe?, voy a escribir sobre una maestra, es atea, adora a Darwin, está convencida de la necesidad de luchar contra los prejuicios y las supersticiones del pueblo, y ella misma, a las doce de la noche, hierve en el baño un gato negro, para sacarle el "arco", un hueso que atrae al hombre y le despierta el amor, hay un hueso así1...
De sus piezas decía que eran "alegres" y, al parecer, estaba convencido con franqueza de que escribía, justamente, "obras alegres". Probablemente, Sávva Morózov demostraba con terquedad con sus palabras que: "las piezas de Chejov había que ponerlas como comedias líricas".
Pero en general, le prestaba una atención muy intensa a la literatura, en particular conmovedora a "los escritores principiantes". Con una paciencia asombrosa leía los voluminosos manuscritos de B. Lazárevskii, N. Oliger y muchos otros.
-Necesitamos más escritores -decía. –La literatura, en nuestro medio, sigue siendo una novedad, y es "para los elegidos". En Noruega, por cada doscientas veintiséis personas hay un escritor, y en nuestro país hay uno por un millón...
A veces su enfermedad le producía un estado hipocondríaco e incluso misantrópico. En esos días era caprichoso en sus juicios, y pesado en su relación con las personas.Una vez, acostado en el diván, tosiendo con sequedad, jugando con el termómetro, dijo:
-Vivir para morir, en general, no es divertido, pero vivir sabiendo que morirás de modo prematuro, es ya una absoluta estupidez...
Otra vez, sentado junto a la ventana abierta y echando miradas a la lejanía, al mar, de repente profirió enojado:
-Estamos acostumbrados a vivir con la esperanza de un buen tiempo, una cosecha, un romance agradable, con la esperanza de hacernos ricos, o de recibir el puesto de jefe de policía, pero la esperanza de hacerse más inteligente yo no la noto en las personas. Pensamos: con el nuevo zar será mejor, y dentro de doscientos años será mejor aún, y nadie se preocupa por que ese mejor llegue mañana. En general, la vida cada día se hace más compleja, y se mueve por sí sola a algún lugar; y las personas, de un modo notorio, se hacen más estúpidas, y cada vez más personas se quedan a un lado de la vida.
Pensó un poco y, arrugando la frente, añadió:
-Como los mendigos tullidos durante el vía crucis.
Él era médico, y la enfermedad es siempre más penosa para el médico que para los pacientes; los pacientes sólo sienten, y el médico sabe aún algo más de eso, cómo se destruye su organismo. Este es uno de esos casos, en que el saber se puede considerar una muerte próxima.
1Escribe Chejov en su libro de apuntes: “Una radical que se persigna por la noche, en secreto llena de prejuicios, en secreto supersticiosa, oye que para ser feliz, hay que hervir un gato negro por la noche. Se roba el gato y trata de hervirlo por la noche”.
Continuará…
Imagen: Fritz von Uhde, Una muchacha leyendo con un gato, 1885.