miércoles, 26 de diciembre de 2007

Chejov a A.S. Suvórin


Moscú, 9 de diciembre de 1890.

¡Saludos, mi preciado!
¡Hurra! He aquí, finalmente, me siento a la mesa de casa de nuevo1, rezo a mis desteñidos penates y le escribo. Tengo ahora tal buena sensación, como si no hubiera salido de casa en absoluto. Estoy saludable y próspero hasta la médula de los huesos. Aquí tiene un brevísimo recuento. Estuve yo en Sajalín no dos meses, como publicó usted2, sino 3 más 2 días. El trabajo que tuve fue intenso; hice el censo completo y detallado de toda la población sajaliniana, y vi todo, excepto una ejecución. Cuando nos veamos, le mostraré todo un baúl lleno de toda suerte de cosas carcelarias3 que, como material virgen, tiene un valor extraordinario. Sé ahora muchas cosas; la sensación que traje conmigo no es buena. Mientras viví en Sajalín, mi vientre experimentó sólo cierta amargura, como de aceite rancio; y ahora, en el recuerdo, Sajalín me parece todo un infierno. Dos meses trabajé intensamente, sin compasión del estómago4; al tercer mes pues, empecé a agotarme por la amargura recordada, el aburrimiento y la idea de que, de Vladivostók a Sajalín había cólera, y que yo, de esa forma, corría el riesgo de invernar en el presidio. Pero, gracias a los cielos, el cólera cesó, y el 13 de octubre el barco me sacó de Sajalín. Estuve en Vladivostók. De la región litoral y, en general, de nuestra costa oriental con sus flotas, tareas y ensueños oceánicos pacíficos diré sólo una cosa: ¡una pobreza escandalosa! Una pobreza, ignorancia y nulidad capaces de conducir a la desolación. Un hombre honrado cada 99 ladrones, que difaman el nombre ruso... El Japón lo evitamos, ya que en éste había cólera; por eso no le compré nada japonés, y los 500 rub. que me fueron dados para las compras los gasté en mis necesidades personales, por lo que tiene usted derecho legal a enviarme deportado a Siberia. El primer puerto extranjero en mi camino fue Hong-Kong. La bahía es maravillosa, un tráfico en el mar tal, como el que nunca había visto ni en los cuadritos; caminos magníficos, tranvías de caballos, vía férrea en la montaña, museos, jardines botánicos; a donde quiera que miraras, por todas partes veías el más delicado cuidado de los ingleses de sus necesidades, hay incluso un club de marineros. Viajé en generische, o sea, entre la gente; compré a los chinos toda clase de chucherías, y me perturbaba al escuchar cómo mis compañeros de viaje rusos, maldecían a los ingleses por la explotación de los extranjeros. Yo pensaba: sí, el inglés explota a los chinos, los cipayos, los hindúes, pero en cambio les da caminos, cañerías, museos, cristianismo; ustedes también los explotan pero, ¿qué les dan?
Cuando salimos de Hong-Kong empezamos a balancearnos. El barco estaba vacío y tenía unas oscilaciones de 38 grados, de modo que temíamos que se volteara5. De mareo yo no padezco –ese descubrimiento me sorprendió gratamente. Por el camino a Singapur arrojamos al mar a dos difuntos. Cuando ves cómo un hombre muerto, envuelto en lona, vuela girando al agua, y cuando recuerdas que hasta el fondo son unas cuantas vérstas, pues sientes miedo, y por algo empieza a parecerte que tú mismo morirás y serás arrojado al mar. Se nos enfermó el ganado vacuno. Por veredicto del doctor Scherbák6 y de su humildísimo servidor, mataron al ganado y lo arrojaron al mar.
Singapur lo recuerdo mal, ya que cuando lo recorrí estaba triste por algo, casi no lloré. Después viene Ceilán -el lugar donde estaba el paraíso. Aquí, en el paraíso, hice más de 100 vérstas por vía férrea y me sacié hasta el mismo cuello de bosques de palmeras y mujeres broncíneas. Cuando tenga hijos, pues les diré no sin orgullo: “Ustedes, hijos de perra; en mis tiempos yo tuve una relación con una indú de ojos negros… ¿dónde? En una plantación de cocoteros, en una noche de luna.” Desde Ceilán navegamos sin parada 13 días y nos alelamos de aburrimiento. El calor lo soporto bien. El Mar rojo es melancólico, viendo el Sinaí me enternecí.
Es bueno el mundo de Dios. Sólo una cosa no es buena: nosotros. Cuán poca justicia y humildad hay en nosotros, ¡qué mal entendemos el patriotismo! El esposo borracho, perdido y acabado ama a su esposa e hijos pero, ¿qué provecho hay de ese amor? Nosotros, dicen en los periódicos, amamos nuestra gran patria pero, ¿en qué se expresa ese amor? En lugar de conocimiento –descaro y fatuidad sin medida, en lugar de trabajo –pereza y puercada; no hay justicia, el concepto del honor no va más allá del “honor del uniforme”, un uniforme que sirve de adorno habitual en nuestros banquillos de acusados. Hay que trabajar, y todo lo restante al diablo. Lo principal –hay que ser justo, y todo lo restante vendrá.
Apasionadamente quisiera hablar con usted. Me arde el alma. No quiero ver a nadie, excepto a usted, ya que sólo con usted se puede hablar. Pleschéev al diablo. Los actores al diablo también.
Sus telegramas los recibía en un estado imposible. Todos desfigurados.
Fui desde Vladivostók a Moscú con el hijo de la baronesa Ikskul (la misma Víjujol), un oficial marino. Mámienka se alojó en El Bazar eslavo. Ahora iré a verla, me llama para algo. Es una buena mujer; por lo menos, el hijo está extasiado con ella, y el hijo es un muchacho puro y honesto.
¡Cuánto me alegra que todo se arregló sin Gálkin-Vráskii! Él no escribió sobre mí ni una línea, y yo me aparecí en Sajalín como un absoluto incógnito.
¿Cuándo lo veré a usted y a Anna Ivánovna? ¿Qué hay con Anna Ivánovna? Escriba de todo con detalle, ya que casi no les caeré antes de las fiestas. A Nástia y Bória una reverencia; como prueba de que estuve en el presidio, cuando vaya a verlos, me lanzaré sobre ellos con un cuchillo y gritaré con una voz salvaje. A Anna Ivánovna le quemaré su habitación, y al pobre fiscal Kóstia le voy a predicar ideas perturbadoras.
Lo abrazo fuertemente a usted y a toda su casa, con excepción del "Habitante"7 y Buriénin8, a los que ruego sólo reverenciar, y a quienes ya hace tiempo que es hora de deportar a Sajalín.
De Máslov me tocaba hablar con Scherbák a menudo. Máslov me es muy simpático.
Que esté guardado por el cielo.

Suyo, A. Chejov.

1En su Alrededor de Chejov, Mijaíl Chejov relata: “Cuando llegamos a Tula, el tren rápido en que viajaba Antón ya había llegado del sur, y mi hermano almorzaba en la estación en compañía del alférez de navío Glínka, que regresaba del Lejano Oriente a Petersburgo, y de cierto hombre-alienígena de aspecto extraño, con un rostro plano, ancho, y unos ojos rasgados, bizcos. Era el sacerdote principal de la isla Sajalín, el monje Iráklii, un buriato que venía con Chejov y Glínka a Rusia, con un traje de paisano de corte ridículo, sajaliniano. Antón Pávlovich y Glínka llevaban consigo unas fieras domésticas de la India, unas mangostas, y mientras almorzaban, las mangostas se paraban sobre las patitas traseras y se asomaban a sus platos. Ese monje sajaliniano, con una fisonomía plana como una tabla y sin la más mínima barba en el rostro, y esas mangostas resultaban tan insólitos, que alrededor de los que almorzaban se había reunido toda una multitud, que los miraba con la boca abierta.
-¿Es un indio? –se oían las preguntas. -¿Y eso, son monos?
Después del encuentro conmovedor con el escritor, mi madre y yo nos sentamos con él en un mismo vagón, y los cinco todos nos fuimos a Moscú” (cap. VIII, pag. 221-222).
2El Tiempo nuevo publica el 3 de diciembre de 1890, una nota sobre el regreso de Chejov de la isla Sajalín que concluye con estas palabras: “En el norte de Sajalín, donde se encuentra una colonia de forzados y deportados, pasó dos meses estudiando minuciosamente los usos y las costumbres” (Nº 5304, 3 de diciembre).
3Recuerda asimismo Mijaíl Chejov: “Mi hermano Antón trajo consigo conjuntos de yeso realizados por un forzado-escultor lugareño, que representaban escenas de la vida cotidiana de Sajalín: el castigo corporal, el culpable encadenado a la carretilla, y por el estilo: por desgracia, esos conjuntos estaban hechos de un material malo, y pronto se deshicieron por sí mismos” (cap. VIII, pag. 224).
4Sin compasión del estómago (locución usual), sin piedad de sí mismo.
5Recuerda también Mijaíl Chejov: “Cuando regresaba por la India en el barco Petersburgo, lo sorprendió un tifón en el Mar de la China, además, el barco iba sin carga por completo y escoraba 45 grados; el comandante del Petersburgo, el capitán Goutan, se acercó a mi hermano Antón y le aconsejó tener listo el revólver en el bolsillo todo el tiempo, para alcanzar a suicidarse cuando el barco se fuera a pique” (cap. VIII, pag. 224).
6A.V. Scherbák, médico de la Flota voluntaria.
7Alexánder Diákov (“El habitante”), periodista, colaborador del periódico Tiempo nuevo.
8Víctor Buriénin, periodista, dramaturgo, crítico, colaborador del periódico Tiempo nuevo.

Imagen: Llegada a Esquel en invierno, Foto de El Bolson.